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San Locubines: los particulares Sanfermines de Castillo, sin riesgo y con mucha diversión

Los pequeños han disfrutado en la mañana de este sábado de una fiesta en la que se trata de inculcar también el máximo respeto por los animales

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San Locubines, en la mañana de este sábado, en Castillo.

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San Locubines, en la mañana de este sábado, en Castillo.

San Locubines, en la mañana de este sábado, en Castillo.

San Locubines, en la mañana de este sábado, en Castillo.

Puntuales, como los buenos corredores, un grupo de pequeños, de edades variopintas, se congrega a eso de las once y media de la mañana en el Paseo de la Constitución. Como manda la tradición, vienen ataviados de blanco y se les ha hecho entrega de una pañoleta roja, verdadero distintivo que completa su atuendo de auténticos pamplonicas. Prestan atención a las instrucciones del presentador, que les alecciona sobre la simbología de los chupinazos: el primero para indicarles que deben estar preparados; el segundo para hacerles saber que están preparados los toros; el tercero para advertirles de que van a soltar los morlacos y por tanto, comienza el encierro.

Pero que no cunda el pánico: son estos unos toros que, pese a su imponente tamaño y su aspecto bravío, no representan ningún peligro para nadie. Su piel de plástico y sus cuernos inofensivos solo tratan de poner ese aliciente necesario que los astados representan en cualquier encierro, aunque sea uno como este, pensado para que los más pequeños de la localidad disfruten corriendo delante de “animales” tan hermosos como admirables.

Porque los San Locubines no son solo fiesta. En ellos se trata de inculcar una máxima: la del respeto incondicional a los animales, la del rechazo absoluto al maltrato. Se puede correr delante o al lado de uno de estos “toros” tan especiales, pero nunca pegarles o agarrarles un asta, bajo el riesgo de ser expulsado de la carrera. Los pequeños aprenden pronto la lección: todos a una repiten las condiciones, asimiladas ya para siempre. Quizá ya las apliquen el resto de su vida hacia cualquier otro animal: respeto, cuidado y buen trato.


Seguidos por sus padres, los pequeños enfilan la calle Reyes Católicos. La adrenalina, pese a no correr mayor peligro, surge y les hace disfrutar en una fiesta parecida a la que hiciera mundialmente famosa el gran Ernest Hemingway, aunque en esta ocasión nadie sufra, nadie exponga su vida, y todos, a buen seguro, la recuerden como una hermosa mañana de sol en la que vivieron algo diferente y emocionante, sin necesidad de salir de Castillo.

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