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Notas de un lector

Los soles del ayer

Segundo poemario del autor zaragozano Omar Fonollosa

Publicado: 19/09/2022 ·
10:35
· Actualizado: 19/09/2022 · 11:31
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Dejó escrito Edgar Allan Poe que “la infancia conoce el corazón humano”. Cabría añadir que, tal vez, la conoce mejor que nadie, pues es ese tiempo de humildad y confianza el que marca una senda imborrable y futura. Y, precisamente, desde ese territorio que envuelve el oro de la niñez ha escrito Omar Fonollosa “Los niños no ven féretros”, galardonado con el XXXVII premio Hiperión.

Tras “Desde la más estricta soledad”, supone este el segundo poemario del autor zaragozano (2000) y, en él, hay una voz interior que se orilla en lo racional, pero que no quiere someterse a ese inefable caleidoscopio que marca el paso de los años. Con un verso muy bien modulado, nacido de un íntimo latir, Omar Fonollosa deja brotar sus sentimientos de forma inspirada y aprehende entre sus versos toda la costumbre del ayer. O lo que es lo mismo, todo cuanto pudiera ser aún dicha pretérita: “Quien ha crecido/ no entiende -pero acepta-/ que todo es pasajero:/ los ataúdes, nuevos dormitorios/ que viajan al espacio,/ a un cielo, a la nada./ Para ellos toda muerte/ no es más que vida nueva que se ignora./ Los niños no ven féretros./ Seamos niños”.

Dividido en cinco apartados, “Recuerdos como losas”, “Aquellos besos míos”, “Posible epitafios”, “No volveré a ser joven” y “Aquí expongo mi queja”, el volumen se sustenta sobre esa mirada atrás que es también empírica visión del mañana.Porque por estas páginas asoma la juventud, asoman territorios por descubrir y, asoma, esa distinta manera de entender el mundo desde la atalaya de la edad: “El puñado ilusorio/ de expectativas con el que fabrico/ un porvenir azul/ estival/ con cielos despejados…”.

Hay espacio, también, para protagonistas familiares -qué bello el poema dedicado a la madre, “Nieva en la cumbre”-, para escenas colegiales –“Plastilina”-, y,a su vez, para ese amor que principia -”Nada grave”- y que sabe tan bien cuando se prueba: “Ahora que he besado/ no puedo recordar lo que pensaba/ cuando desconocía el engranaje/ de un beso y su saliva./ Cada primera vez/ consumida/ es una golondrina/ que emigra a otro balcón”.

Al hilo de estos poemas, Omar Fonollosa camina por la profunda sencillez de una expresividad sabiamente consolidada, que se ensancha desde su propia semántica y que no eclipsa la dimensión humana que brota desde sus adentros. Al cabo, es válido, el aferrase a la vida aunque se respire tanta juventud. Y, con la verdad de un verbo que se refugia en el goce de lo vívido, el yo lírico se imanta sobre las cuatro esquinas que mantienen erguido el corazón: “Recuerdo a letra cierta/ y a pesar del presente tan nevado/ el arrugado sol/ de la infancia/ alumbrando el que ha sido/ y continúa siendo/ el recorrido donde dejar huella”.

En suma, un poemario pleno de sensorialidad, de revelaciones, que atraviesa con pie firme el reino de la existencia, la mudanza hacia lugares desconocidos que serán, sin duda, topografía esencial de lo venidero: “…El Tiempo huye/ y nadie lo remedia./ Arrasando se escapa”.

 

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