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Dylan, setenta años y un camino interminable

Después de medio siglo de carrera artística su pasión sigue intacta y con las mismas ganas.

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Bob Dylan cumple este martes setenta años con las maletas preparadas para una nueva gira europea y su pasión por los escenarios intacta, después de medio siglo de carrera artística que le ha convertido en inspiración de varias generaciones de músicos.

Fiel a su fama de esquivo, Robert Allen Zimmerman (Duluth, Minnesota) se mantiene aparentemente ajeno a los reconocimientos que su cumpleaños provoca estos días en todo el mundo.

De momento no hay rastro de la efeméride en su página web (www.bobdylan.com), a la que el músico estadounidense se asomó hace unos días para precisar que en el concierto que ofreció el pasado abril en China no se le censuró ninguno de los temas de su repertorio.

“Si hubo alguna canción, verso o línea censurado nadie me lo dijo, jamás, y tocamos y cantamos todas las canciones que teníamos intención de tocar”, afirmó en un mensaje dirigido a sus seguidores.

Dylan había sido criticado por no incluir en su primera actuación en el país asiático sus canciones más reivindicativas y por no mencionar al artista chino Ai WeiWei, encarcelado por su disidencia política.

Pero lo cierto es que banderas como Blowin' in the wind, The times they are a-changin o A hard rain's a-gonna fall hace tiempo que no ondean en los conciertos del músico estadounidense, lacónico hasta el extremo cuando se dirige a su audiencia.

Lejos del cantautor reivindicativo de sus inicios, el Dylan que ven los escenarios del siglo XXI es un cowboy de voz polvorienta que ejecuta con una maestra sobriedad sus canciones, entre las que es difícil distinguir algún clásico.

Los viejos temas son más bien escasos y suenan en versiones difíciles de reconocer, intercalados con las canciones de sus celebrados álbumes más recientes, que le devolvieron el prestigio perdido tras el bache creativo que atravesó a finales de los ochenta.

Su último disco con canciones nuevas, Together through life, fue publicado hace ya dos años, pero desde entonces ha editado un disco de villancicos y dos nuevas entregas de material inédito procedente de sus archivos.

Su setenta cumpleaños coincide ahora con la aparición de un concierto grabado en 1963 en el festival folk de Walthan (Massachusetts), cuando tenía 21 años y se disponía a publicar The freewheelin, su segundo disco, que se abría con Blowin' in the wind.

Ahí se forjó un modelo imitado hasta la saciedad durante años y que el mismo Dylan abandonó pocos años después cuando electrificó su sonido, le dio una vuelta de tuerca a sus textos y afiló su música.

Ya entonces le llamaron traidor, pero él siguió como si nada un camino interminable que le llevó a encarnar sucesivamente a un trovador zíngaro y un cristiano converso, en los setenta; o a unirse con George Harrison, Roy Orbison, Tom Petty y Jeff Lynne en el mayor supergrupo de la historia, los Travelling Wilburys, a mediados de los ochenta.

En 1997 su vida corrió peligro por una afección cardiaca y Dylan llamó a las puertas del cielo, pero fue unos meses después, en la actuación que ofreció en el Vaticano ante Juan Pablo II, que comenzó con Knockin' on Heaven's door.

A sus setenta años, Dylan se mantiene firme en su intención de no dejarse atrapar por su glorioso pasado.

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