En la Feria, conceptos como el tiempo y el espacio son tan difusos como esa línea imaginaria que en el horizonte abraza el cielo con el mar. Pero para que ocurran cosas no es preciso siquiera sumergirse en ese río de albero que da forma al parque González Hontoria. Qué va. La Feria no empieza ni acaba. La Feria se emite en sesión continua de domingo a domingo, y todo lo que ocurre en este intervalo de tiempo pertenece a ella. Ya el espacio es lo de menos...
El jueves de Feria empezó con una llamada telefónica de alguien que buscaba un mero desahogo intelectual, porque hay gente que estos días se levanta con un deseo irreprimible de filosofar. “¿Qué dónde estoy? ¿Dónde voy a estar..., en la cama?...”. Mi interlocutor, repuesto ya de un miércoles que voló mucho más allá de donde había previsto, me describió una escena que él mismo calificó de viscontiniana. Pasado el mediodía pero tumbado aún en la cama -la Feria empieza a quitarle horas a todo-, ante sus ojos se abría una alcoba repleta de encajes, peinas y volantes; moños de quita y pon, y botes de laca.
Todo ello aderezado por algún clavel semioculto detrás de una solemne capa de albero; una rebujina de zapatos de colores ya indefinibles; algún abanico de cartón a medio doblar; un globo que nadie sabe aún cómo llegó allí y el palillo de un algodón dulce mordisqueado hasta el tuétano con alevosía y nocturnidad. “No hacía tiempo ni ná que no me comía un algodón dulce”, me dijo, como justificando el empacho de azúcar rosada. En efecto, yo creo que Visconti hubiera encontrado argumentos más que suficientes para ponerse a trabajar.
Atrapado por el vértigo de la rutina diaria -que no se entera de que estamos en Feria- le apremié con escaso disimulo a que justificara la llamada. “¿Pero tú has visto las copas esas donde ahora se beben el vino de Jerez?”. Cielos. ¡Una disputa filosófica con el mediodía ya avanzado, con una agenda que cumplimentar y el González Hontoria abierto de par en par!
Le tuve que explicar que esas copas a las que se refería son ahora las propias del vino de Jerez, que ha fiado parte de su supervivencia a su introducción en la alta cocina. Ni lo entendió ni lo quiso entender. Soltó un exabrupto que debe resonar todavía en el muro más perdido de la gran muralla china. Y colgó. Mejor.
Lo que el viento nos dejó...
“A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme”. Les prometo que ayer me pareció ver alguna gitana emulando a Vivian Leigh allí donde el Paseo Principal se entrecruza con el de las Palmeras, sobre el pretil de esa rotonda que a diario comparten fotógrafos, guiris y señores y señoras que no encuentran otro sitio mejor en el que dormir la siesta (vulgo la mona). Lo que el viento no se había llevado el miércoles terminó por llevárselo ayer, en su segundo día de visita a una Feria, la de Jerez, que un juglar de la imagen de apellido compuesto sugirió a media mañana bien podía haberse dedicado este año a Tarifa. Jerez, ahora también, ciudad europea del surf...
El viento se llevó el catavino de toda la vida, pero también otras muchas cosas. Las hemerotecas recuerdan que no hace demasiado tiempo la ciudad dedicaba sus Fiestas de la Vendimia a Oporto, Amsterdam, Boston, Copenhague... Ayer, el Pleno municipal reunido en sesión extraordinaria aprobó el hermanamiento de Jerez con Castro Urdiales. Quede el apunte para quienes mañana quieran escribir la historia de esta muy noble y leal; igual que debe quedar que el primer equipo de la ciudad se jugaba hace cuatro ferias la permanencia en la Liga de las Estrellas con el Valencia y hoy busca jugadores para enfrentarse al Algaida y al Mazagón.
Jinetes y cocheros venían advirtiendo días atrás en sus caballos un comportamiento extraño en los paseos del Real. Finalmente, la Unidad de Caballería del Cuerpo Nacional de Policía con base en Sevilla -que estos días presta servicio en la Feria de Jerez- encontró el origen del problema: una arqueta del tendido eléctrico había sufrido una avería y provocaba descargas a los equinos. La semana transcurre a susto diario, cuando no es una reyerta con apuñalamiento es una caseta que se precinta, un toldo que se cae o un caballo que se desploma sobre el albero por culpa de una descarga eléctrica.
El talento creativo de Visconti nunca pudo imaginar todo cuanto ofrecía la Feria del Caballo a esa hora a la que ya no se miran los relojes, en ese justo momento en el que la razón deja de ser un activo de la condición del ser humano y se convierte en lastre para la diversión. Compás por bulerías y ritmos caribeños; chanclas y tacones de aguja; volantes de diseño y estampados imposibles; macetas de plástico y copas de cristal; peinados esculpidos a fuerza de fijador y cabezas despeinadas a golpe de levante; hamburguesa completa y frito variado; coches de alquiler y enganches a la media potencia; sobrios y ebrios...
Jerez vivió ayer un jueves de película, una película que nadie ha filmado ni va a filmar jamás. “Al fin y al cabo, mañana será otro día”. (Esta última frase también nos la dejó el viento).