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Arcos

A la sombra del narciso

"Contigo he transitado aceras y submundos, paseado en la superficie de las olas, convulsionadas por la bondad diseñada en una humilde burbuja marina. Comprendes de mi lo que este mundo no entenderá. La única testigo del palco y del escenario"

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No resta más que mostrar mutuo acuerdo: los sucesos nos agotaron en un despiste de carencias y en un engaño de incomunicaciones. Te he desvelado tantas formas que, ahora, nos conocemos lo suficiente. Mas, si te querías ir, yo misma podía haberte facilitado un mapa del país de las proyecciones en el cual, seguramente, andas refugiada. Nunca antes comentamos la posibilidad de que si llegaba el caso…, bueno, no te intranquilices, me acostumbraré y tú harás lo equivalente. Además, ten la certeza de que negaré cuentas que clarifiquen el hecho de que no residas a mi lado. ¿Te las piden a ti por no permanecer en mi compañía? No, ni te las requerirán; ni las suministrarás.
Con juegos de artificios encenderé los candelabros que dispongo en un disimular de tu indudable ausencia. Si es requisito indispensable viajaré desenvuelta a la luna o seduciré al sol incitándole -rogándole en una adoración rayana al gozo pagano- a colarse libremente y a borbotones, a subirse a horcajadas en los muebles cabalgando destellos, rasgando cortinas, difuminando penumbras de puertas. Me adentraré a ciegas, y sin abrigos, en el fantástico territorio del libro de lo asombroso e inaudito, reconvertida en la expedicionaria de rincones por los cuales circule, límpida y algo ausente, una claridad prolongada imposible de velar.
No es mi intención sembrar confusión en ti. Ambas somos conocedoras de que, cuanto más grande son las luminarias, mayores alcanzarán a conformase las sombras. Sabes que no retengo en mi memoria ciertas frases de tu ancestral sabiduría y perpetuarlas aquí, en su diáfano y meridiano entendimiento, también es amor.
Contigo he participado de tardes y noches de balcones al mar, auscultando los sonidos venidos de las alturas. Con el bailar de los resplandores en la biósfera, tú, solías apoyarte en un desvelo de deslealtades. Lanzabas tu perfil cuesta abajo, afilando siluetas, acomodando cinturas. Yo, agotada de la jornada, deseaba resbalar en el sueño y de nuevo tú, por antípoda, magnífica en esa abstracta substancia, anhelabas escapar por las paredes, bailar en los tejados y las azoteas, arañando el estatus y la lucidez de las estrellas.
Sin disensión, imposible negarte, ¿verdad? Sin pendencia, intuyendo que no te permiten lo contrario –dócilmente- me custodiabas en dirección a mis alivios. En tu avanzar, algo deformada por las penumbras, evolucionabas en un pésimo vals a cuatro pasos. Yo, miraba al lado contrario, con una mueca contrariada por el desacompasado ritmo.
He dormido en un desmayo ausente y sin el conocimiento de tus insomnios. ¿De verdad te acunabas con una cenicienta canción perfumada de opacos arrullos? Yo no sé qué simboliza el canto de una nana, ni tarareé ni me tararearon canturreos tatuados por mil abrazos y, ¿por ésa razón me responsabilizas de ser una huidiza compañera? Juntas revolvimos las cenizas de los papeles escritos y removimos, ascuas y rescoldos, por ayudar al fuego a sortear el destino de comerse a sí mismo en un canibalismo que, se inicia en los dedos de las manos y, finaliza, en una deliciosa mousse de neuronas adornada con precipicios de nata.
Sí, es innegable, ciclos han transcurrido y sí, no lo niego, te desencajaste de mi vida. Durante los primeros segundos quedé paralizada conteniendo el aliento, después me dije que era un asombroso extravío, un inusitado portento. Al inhalar un frío impersonal, empeñado en instalarse en mis pulmones y empantanar las calles, descubrí que no te distinguía, no asomabas por ningún lado. Busqué en el parque, las piedras y la confusión. Hurgué en los cajones, rompí los candados de los baúles, ojeé las páginas de libros en un desquiciado descifrar de inútiles mensajes, trasteé en los trastos del trastero y en los calcetines desparejados, entre los tarros de conservas, las garabateadas recetas y ¡hasta en las dulces nubes!, no fuera que pretendieras confundirme y te ocultaras cobardemente en ellas. ¿Acaso imaginas que no logro imaginarte agazapada en el vapor de las borrascosas humedades?
Desconocía la importancia de disfrutarte al borde de mis dedos y yo ¡tonta de mí! ninguna vez limpié tu oscuro rostro. Con la mirada en otros horizontes no bajé la vista para preguntarte si te sentías cómoda, si gozabas de demasiada luminiscencia o de descomunales sombras. Tan leve, ligera e imperceptible. La más popular y pintoresca, la heroína de las grandes novelas, valiente y enamorada, perversa y desprendida. Una actriz enamorando a su público por ser pirata de tierra, poetisa sin versos, amiga transitoria, amante lúcida, filósofa en trance…
En un gris muy prieto te vislumbré por vez primera. Recuerdo que el resplandor era febril, inclusive agresivo. Me asaltaste con un movimiento concreto, antiguo como el día del nacimiento del mundo y en la persecución iniciática, orquestada por ruidosas risotadas, te pegaste a mis costados y yo, enloquecida, pretendía huir sin doblar las esquinas. Desde entonces has perseguido mis huellas, copiado mis modales. Acicalas tu pelo cuando peino el mío, te duchas en mi baño, desayunas mi café y giras la cabeza con una alegría muda, estrictamente acoplada a mi perfil. Vistes mis ropas, calzas la medida de mis zapatos y todas las noches terminas por exasperarme.
Contigo he transitado aceras y submundos, paseado en la superficie de las olas, convulsionadas por la bondad diseñada en una humilde burbuja marina. Comprendes de mi lo que este mundo no entenderá. La única testigo del palco y del escenario.
¿Por eso no estás aquí? No me es suficiente. En realidad, es insustancial, es absurdo, incoherente… ¿y te extrañas de mi perplejidad? Hemos diseccionado lo más transcendental. Hoy, ya sabrás que en el país de las proyecciones la quietud es incompleta. Allí las siluetas umbrosas escudriñan, incansablemente, la palabra vertical. No la consiguen localizar ni concurre horizonte ni puntos de ubicación. Las sombras investigan un mito, el contraluz de leyenda que, al fin y al cabo, soy yo, y somos las dos compuestas de claroscuros ineludibles.
Aguardaré alumbrada por una sola luz. La merienda servida, yo desnuda del mundo material, del error de los compromisos y las circunstancias dadas. No es mi voluntad ocupar tu recién inventado tiempo en repetir ademanes repetitivos. Tan sólo un detalle: no aspires a seducir, con la policromía de tus grises, el humo de mis íntimas expresiones.
Si casi te escucho decir, con perturbado interrogante: ¿dónde estás?, ¿dónde duermes?, ¿a quién amas? Y yo te respondo en el eco irrompible que somos:
- Mi proyección, dibujada en mis pies de niña, desdibujada en mis pies de adulta. Y tú, amada sombra mía, ¿dónde estás?, ¿dónde duermes?, ¿a quién amas?
  Nota: fragmento del texto adaptado para los Medios de Comunicación.

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