Tienen las puertas abiertas de par en par todo el año. Aquí, el vecino es uno más de la familia. Cuidan con esmero los geranios que penden de fachadas encaladas, con mantones de Manila que adornan los balcones y fuentes que invitan a alejarse de la bulliciosa Málaga, al menos, por un momento, en estos pequeños remansos verdes en pleno centro histórico. Un año más, y ya van doce, los Corralones de La Trinidad y El Perchel se visten de fiesta. Hasta el próximo 10 de junio una treintena de estos espacios que compiten en un concurso de engalanamiento reciben visitas guiadas de malagueños y turistas, en estos rincones que han mantenido las costumbres de hace décadas.
“Es una extensión más de nuestras casas, aquí nos ponemos a jugar al dominó, el parchís o el bingo cuando llega el verano”, cuenta Julia Arroyo, que lleva 20 años viviendo en Agustín Parejo, número 8, en el Perchel Norte. “Aquí no se aburre nadie, todos los que estamos somos del barrio, nací en calle Pulidero y aquí estoy”, relata Ana Reyes, que está encantada del “desfile” de visitas que viven esta semana.
La fachada engalanada de calle Jara, número 18, con motivos pintados tan malagueños como el cenachero, la Farola o la plaza de Toros de la Malagueta ya da buena cuenta del mimo con el que los inquilinos tratan a su hogar. Su interior no defrauda y encontramos aquí uno de los corralones más cuidados de toda la ruta, donde hasta los novios quieren retratarse el gran día. Este gran patio es cosa de familia, relata Pilar Carrasco, que nos cuenta que entre los “cuatro vecinos mantenemos todo tal y como ves ahora durante el año”.
Entre los recovecos de la Trinidad Sur encontramos la Plaza Bravo que esconde un rincón que hace sentirse al foráneo uno más en la familia. Es el “El Patio de la Carmela”, de Carmela Gil, que nos invita a pasar. No falta ni vino dulce para agasajar al visitante. “Aquí vivimos muy bien, estamos para lo que le haga falta al de al lado”, cuenta. Una tradición que se empeñan en mantener y transmitir a las siguientes generaciones. Cumpleaños y hasta bautizos se han celebrado a la vera de este patio, en la calle, “donde en verano se está en la gloria para comerse un poco de sandía”, bromea. “El otro día para la final del partido de fútbol, sacamos la tele, las sillas y lo vimos”, recuerda Matilde Rodríguez, que lleva aquí 24 años y ha criado a sus siete hijos.
Ella bien conoce el origen de estos patios, en los que se arañaban los metros que faltaban en las casas para todo. Antaño servían para hacer la colada, cuando la lavadora aún era un invento que sonaba a chino. Y hasta para el aseo personal de los vecinos en un lebrillo. “Hoy tengo dos cuartos de baño y nuestros grifos y termos, todo a la moda”, sentencia. No hay vecino que se resista a no colgar macetas, como Bernardo Vázquez, a quien Carmela le “metió la afición” y hoy en día es el encargado de la fachada principal. “A mí nunca me han gustado las plantas, pero mira ahora, las riego, con cariño como a una mujer, para que se pongan bonita, les hablo de noche y por la mañana, están preciosas”, dice. Una forma de vida que recuerda a los pueblos y que aún encontramos en la capital: “se vive como se ha vivido siempre, en armonía y ayudándonos unos a otros”, dice.
El fin de semana dejó con buen sabor de boca a los visitantes que pudieron paladear las recetas más tradicionales de estos corralones, heredadas de madres a hijas. Hoy es el turno de los mayores que vivirán su jornada más especial en el Corralón de Santa Sofía. No se pierdan cómo son los corralones de toda la vida que perviven en el siglo XXI.