Formar una opinión de la nada, puede implantar una amenaza sin sentido. Allá donde el análisis no alcanza, la subjetividad campea en sus anchas, de modo que cualquier accidente, circunstancia o inclinación viciosa, puede convertir la opinión en algo tóxico por sí mismo.
De intoxicaciones estamos llenos. Partes interesadas en ámbitos de opinión cuyo sesgo no desmerece las épocas más oscuras de la historia, inclinan por repetitivas, ancladas, fosilizadas en el propio miedo y ansias de seguridad material, a cortinas de humo o barreras esquizoides inicuas para el humano y su evolución.
No es extraño que se fomente la confusión entre quienes se sienten apremiados por las perentorias necesidades que constituyen los desafíos actuales. Aquellos intereses recalcitrantes que defienden el status como la premisa del bienestar y el lujo como la puerta del éxito, no atienden a otra cosa que a defender esos valores que les inserta en la comodidad y complacencia bajo la presunción de personas de bien, revestidos con trajes y pulseras de brillantes.
Sus hábitos espurios de niños buenos, de camisa planchada, de almidonados históricos y pañales con olor a Nenuco, no han sabido nunca de la dificultad de la decisión diaria, la construcción del incierto futuro y la perseverancia en principios de justicia. Sus horizontes se diluyen entre algodones acaramelados, para, irremisiblemente, acabar siendo polvo. Al fin y cabo, ése es el común denominador de todas y cada una de las capas sociales que envuelve, tanto ese mar de fatuas ilusiones de grandeza, como el otro mar de desigualdades que nos acompaña.
¡Revelaos hermanos!, podría decir el eslogan del movimiento anti apartheid de los consabidos años de lucha por la igualdad de color. Pero quizá éste, pudiera ser un eslogan extensible a muchos otros aspectos, también vitales y cercanos por actuales, directamente relacionados con la ´blanca´ existencia, que también tiene su miga.
Revelarse contra la maquinación maquiavélica del trabajo y la concepción de que somos única y exclusivamente piezas del engranaje social con el que se pagan las pensiones, se hacen carreteras o se construyen hospitales, aun sabiendo que ello es necesario dentro del ´orden social´ al que llamamos democracia, podría formar opinión.
Que no se nos olvide que el barrendero, barrerá mejor si se siente a gusto con su trabajo y la dignidad que le corresponde en sueldo y estatus, que también lo tiene o debería tenerlo. No olvidemos que el estudiante se encontrará más a gusto, si le acompaña la conciencia de que con su esfuerzo no sólo llevará a cabo la función social y aportación económica de futuro, sino alcanzar el sueño de su verdadera vocación y natural tendencia.
Aquél mundo feliz que propuso AldouxHusley, debería contraponerse al mundo feliz que propusiera Tomás Moro en aquella isla que denominó Utopía, como el título de su obra, en la que salvando las diferencias y limando las esquinas de una medieval concepción del mundo, al fin y al cabo todos los ciudadanos aprendían el arte de la agricultura y podían elegir más oficios, según sus aficiones, aptitudes y las necesidades de la ciudad. Su jornada laboral era de seis horas, suficientes para proveer a la comunidad de las cosas necesarias para la vida y para la comodidad. Todos los ciudadanos aptos, hombres y mujeres, trabajaban. De las horas restantes del día, dedicarían ocho al sueño y las horas libres como desearan, siendo estimulados a realizar actividades que desarrollaran la creatividad y la inteligencia.
Si ya en el siglo XVI, quienes asentados en la corte del Rey Inglés denunciaban la conjura de los ricos para procurarse sus propias comodidades en nombre de la república, inventando toda suerte de artificios para conservar, sin miedo a perderlas, todas las cosas de que se habían apropiado con malas artes y abusar de los pobres pagándoles por su trabajo tan poco dinero como podían, ahora, después de siglos de negociaciones y lucha por los derechos laborales, quieren empezar desde cero: Contrato único…con adquisición progresiva de derechos laborales. ¿Lo habremos entendido mal?
Sin barrenderos no habría calles limpias. Sin panaderos no tendríamos pan. Sin mecánicos no podríamos reparar los vehículos…sin políticos corruptos habría más moral social. Menos estos últimos, todos somos necesarios en una organización social-demócrata, pero que no se confundan ni nos confundan como puros y meros mecanismos del sistema que engorda la avidez desmedida, implantando leyes e ideas creyendo que no existe opinión.
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"¡Rebelaos hermanos!, podría decir el eslogan del movimiento anti apartheid de los consabidos años de lucha por la igualdad de color"
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