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Los puticlubs

“Y ojalá funcione la sociedad y deje de asistir a esos antros de esclavitud..."

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Imagino que en lenguaje administrativo estos negocios tendrán otro nombre, quizás clubs nocturnos, salas de fiestas, clubs de alterne, etcétera, pero el pueblo, que es más sabio que la Administración, los dio en llamar puticlubs.

Los puticlubs adornan de tramo en tramo los páramos nocturnos de nuestras carreteras nacionales, con sus luces llamativas y parpadeantes. Dentro de ese festival luminoso, si paramos el coche y entramos, podremos asistir en directo a uno de los métodos de esclavitud sexual más denigrantes y aceptados de este nuestro siglo recién estrenado.

Los puticlubs han saltado a la palestra informativa estos días porque una chica rumana de veintiséis años ha muerto ahogada en uno de ellos, allá en la provincia de Málaga, con motivo de las recientes inundaciones. Parece que estaba recluida en una habitación sin salida y no pudo escapar a la subida de las aguas.

Sí, por supuesto. Presunción de inocencia. Pero a ver si investigan a fondo porque según algunos datos parece ser que la chica, sin documentación, era encerrada por las noches, sin posibilidad de escapar, después de una agotadora jornada “laboral” consistente en dejarse sobar por una caterva de machos ibéricos apestando a alcohol.

El dueño del puticlub, dicen, ha sido detenido para ser interrogado, y los responsables de Igualdad del PSOE han solicitado la intervención rápida del Ministerio del Interior, aunque echa uno de menos los rotundos comunicados de condena, o los discursos altisonantes que se producen cuando una mujer muere asesinada a manos de alguien que un día la quiso.

No es que no sean necesarios, imprescindibles mejor, esos comunicados de condena en la llamada violencia de género, pero esto de esta chica rumana es otra violencia insoportable que se ceba con criaturas jóvenes, extranjeras y pobres. Ojalá funcione la Justicia y si hay culpables vayan a la cárcel. Y ojalá funcione la sociedad, concretamente la sección masculina de la sociedad, y deje de asistir a esos antros de esclavitud donde por unos billetes pueden acceder al cuerpo triste y extranjero de una mujer joven. La cosa es así de clara: si nosotros no vamos a los puticlubs los dueños tienen que cerrar y buscarse un trabajo decente. Porque por muy legal que sea, por muchas pólizas administrativas que tenga, un puticlub es una vergüenza y una ignominia.

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