Una exposición homenajea en Cádiz al primer ilusionista del cine, Georges Méliès, con un recorrido que invita a volver a los tiempos en los que el séptimo arte, a través de los feriantes, se convirtió en un espectáculo popular que invitaba, con sus primeras ficciones y trucos, a soñar.
Unas carpas ubicadas en la Plaza de la Catedral de Cádiz invitan a adentrarse en la exposición "Empieza el espectáculo. Georges Méliès y el cine de 1900", que la Obra Social "la Caixa" y la Fundación Cajasol llevan de forma itinerante por distintas ciudades.
Proyecciones, copias de fotografías, objetos de época trasladan a los visitantes a la época en la que el cine echaba a andar y en la que Georges Méliès combinó la magia y el ingenio para que el cine hiciera sus primeras ficciones, entre ellas su más conocida "Le voyage dans la Lune" (1902).
Hijo de un empresario del calzado, Georges Méliès (1861-1938) fue dibujante, mago, constructor de artefactos, director de teatro, actor, decorador y técnico, y también productor, realizador y distribuidor de más de 500 películas entre 1896 y 1912.
Con sus trucajes cinematográficos, introdujo el sueño, la magia y la ficción cuando el recién inventado cinematógrafo daba sus primeros pasos de la mano de los hermanos Lumière con documentales.
De hecho Méliès fue uno de los primeros invitados en ver el invento de los Lumière.
Pero si en aquel entonces los hermanos pensaron que aquel aparato sólo tendría usos familiares y sería una moda pasajera, Georges Méliès enseguida vio las infinitas posibilidades que ofrecía.
Como genio de los efectos especiales, Méliès aplicó al cine trucos de magia y la técnica de la linterna mágica: pirotecnia, efectos ópticos, desplegables horizontales y verticales, paradas de cámara, fundidos encadenados, sobreimpresiones, efectos de montaje y de color.
Tras vivir unos años dorados que culminaron con el estreno de Le voyage dans la Lune (El viaje a la Luna), que fue vista por millones de espectadores, Méliès cayó en la ruina y en el olvido por la aparición de grandes empresas de la industria cinematográfica con las que no pudo competir.
En 1923, totalmente arruinado, destruyó los negativos de todas sus películas y acabó vendiendo juguetes en la estación de Montparnasse de París.
Tres años después un periodista le reconoció y, desde entonces, los cineastas franceses se aliaron para rehabilitar su nombre y recuperar lo poco que se había salvado de su legado.
El cineasta murió en 1938 sabiendo ya que el mundo le recordaría como uno de los personajes fundamentales del cine y como el creador del espectáculo cinematográfico, algo que continúa difundiendo esta exposición que estará hasta el 7 de junio en Cádiz.