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San Fernando

CARTA AL ABUELO

Tu nieto Antonio sigue rezando por ti y espera tu intercesión desde el cielo.

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Un año ya abuelo… de esa llamada en mitad de la madrugada. Me levanto y veo reflejado el número de Enmanuel… algo malo ha pasado pienso… Una voz temblorosa al otro lado del teléfono responde a mi preocupado: “¿Qué pasa Enmanuel?” “Antonio… estamos en el hospital despidiéndonos del abuelo” Estas palabras sin anestesia me golpean… agarro mi rosario y bajo para que me recojan para ir al hospital. De camino, se confirma la noticia. El abuelo, en un par de horas, muere después de sufrir una aneurisma en la aorta, no me da tiempo de despedirme…

Entro en la sala de espera donde veo a los tíos, hermanos, pero mi mirada busca a la abuela; la encuentro con la mirada perdida, llorando desconsolada… Su Manolo ya no está… Yo intento consolarla de alguna manera y le propongo lo que vosotros me habéis inculcado abuelo: “vamos a rezar”. Después de un rato, alguien se fija en un detalle, son más de las 00:00, por tanto, ya es día 24, día en que los salesianos como tú celebráis el día de María Auxiliadora cada mes. Como el abuelo había profetizado, la Virgen se lo lleva de la mano al cielo un día 24… el de noviembre de 2016. Un detalle de nuestra Madre que nos confirma que está en un sitio mejor, que nos da esperanza.

Nos avisan de que te llevan ya a San Fernando. Hay que apresurarse porque tenemos que preparar el velatorio en la Santa Cueva de la Iglesia Mayor. Me dejan en casa de Eduardo Bartel para recoger las llaves y, después de un café, abrimos y empezamos a preparar el salón. Mientras lo hacemos, papá, este yerno con el que tuviste alguna que otra riña, emocionado y demostrando cuánto te quiere nos anima diciendo: “¡Vamos a prepararle un pedazo de funeral, que se lo merece!” Todavía no hemos terminado de poner las sillas y entras tú, dentro de una caja… la primera vez que veo “una prueba” por mis propios ojos de que nos has dejado… se me cae el mundo encima… pero hay que hacer de tripas corazón y seguir preparando. Ya van llegando todos, la abuela también, que desconsolada llora: “¿por qué te has ido papá? ¿Por qué?...

Empieza el velatorio y, como no podía ser de otra forma, lo hacemos rezando laudes y cantando, dándole gracias a Dios por el  tiempo que nos ha regalado contigo. Llega un momento en el que los salmos, como, “Llévame al cielo”, hacen caer de mis ojos una cascada de lágrimas, pero emocionado, no puedo dejar de cantar.

El día va avanzando y van llegando los más lejanos: tu nieto David desde Lucena, la familia de Córdoba… nadie se quiere perder la despedida al “Cordobés”.

Llega la noche, y empiezan a llegar las comunidades de la parroquia, repartidos por turnos porque no quieren dejar solo a uno de los pilares del Camino en San Pedro y San Pablo.

Yo, cansado, me voy unas horas a ver si puedo dormir algo para estar en condiciones en el funeral. Después de dos o tres horas en la cama me pongo el traje y me voy de nuevo a rezar contigo, a prestarte mi boca, ahora que tú ya no puedes usarla. En el último turno entra mi comunidad, a los que les hablo de tu experiencia, que has sido su catequista. Poco tiempo después llega la hora de subirte a la Iglesia.

Tus nietos te cargan a hombros, el Tito José Mari, de “capataz”, guía la salida procesional más importante de su vida… y empezamos a cantar “Hacia ti Morada Santa”, no puedo contener las lágrimas. Ya estamos en la puerta, la Iglesia llena, la gente no se quiere perder el último adiós.
Una ceremonia preciosa nos hace ver el cielo, creyendo que tú ya nos esperas allí. David, tu nieto, da una homilía hablando de ti como el cristiano que has sido, pero sin ocultar que eras pecador como nosotros y, que Dios ha tenido misericordia de ti.

Ya sólo queda lo último, llevarte al cementerio… La lluvia para un rato para hacerlo más fácil, y de nuevo tus nietos te prestamos nuestros hombros como si fueran tus piernas. Ya hemos llegado al nicho. David hace una oración y cantamos el Credo con más fuerza que nunca, porque creemos en la resurrección de la carne. Y yo no te digo adiós, sino hasta luego…

Echo la mirada hacia atrás y veo los frutos de tu conversión. Como del acontecimiento de muerte de tu hijo Manolín, con tan sólo dos años, Dios ha sacado vida. Al poco tiempo de llegar, no sé cuanto exactamente, escuchas el Kerygma de unos que dicen venir de parte de Dios (catequistas itinerantes del Camino Neocatecumenal) y, sin más, los acoges en tu casa… ¡Qué grande eres abuelo! Ahora puedes ver como de tu matrimonio con la abuela, y la fe que Dios os ha regalado, han salido 7 hijos, 4 matrimonios, 15 nietos, 5 bisnietos y muchos catecúmenos… La semilla que no cae en tierra y muere no puede dar fruto…

¡Gracias abuelo!

Tu nieto Antonio sigue rezando por ti y espera tu intercesión desde el cielo.

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