La ética en la actualidad deviene en neuroética porque el cerebro es el órgano de la mente que nos da la oportunidad de entender a las personas y a su forma de comportarse.
El cerebro tiene un lugar especial y prominente en la vida humana y al igual que favorece el desarrollo de unas nuevas tecnologías, que incluso aún no conocemos, también influye en nuestras creencias sobre cómo valoramos nuestra privacidad, nuestra libertad, nuestros miedos y nuestra responsabilidad.
Por ello, la neuroética requiere entender de forma realista las neurociencias actuales y su peso en el darse cuenta de nuestro comportamiento social; en definitiva, se trata de hacer lo posible por favorecer el progreso y de mejorar nuestra comprensión del pensamiento moral cuando la conciencia humana está muy ligada hoy a la biología.
Al tener un pensamiento y una voluntad libres aparece de nuevo en nosotros algo también nuevo como es la responsabilidad personal, nuestras emociones, nuestro conocimiento adquirido voluntariamente, e incluso nuestra memoria, la hemos ido formateando día a día para ser capaces de resolver mejor nuestros problemas y hacer y dejar un mundo mejor. De alguna manera nuestra parte “neuro” consciente trata de mejorar y perfeccionar nuestra toma de decisiones afectando lo menos posible a la libertad y a la espontaneidad.
Los neurocientíficos actuales tratamos de hallar y de ofrecer nuevas y desconocidas explicaciones científicas para los temas relevantes, e incluso controvertidos, del pensamiento y del juicio moral. Para entender la Neuroética se deben conocer, además del cerebro, los mecanismos sociales y culturales con los que nos movemos. Y las redes de interconexión del neuroconector humano, aún en estudio.
En neuroética el libre albedrio es una estructura neuronal muy importante y fundamental, ya que no podemos olvidar que funciona bastante bien en todo el mundo y en todas las civilizaciones, y que los neurocientíficos trabajamos para someter a prueba y comprobar los criterios de realidad y si estos modelos nuestros funcionan bien.
Tampoco podemos olvidar que el cerebro humano consciente es esencialmente el órgano intencional de la mente a propósito de su entorno. El cerebro depende de su genética y de su epigenética, construidos como consecuencia de la evolución en un mundo espaciotemporal kantiano, aunque hemos de tener en cuenta que cada persona tiene una perspectiva y una experiencia diferente. Ésta es la clave por la que cada uno de nosotros somos únicos y no todos experimentamos por igual.