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Artículo de opiniónde Pedro Sevilla

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  • Concentración de personas. -

PEDRO SEVILLA

Nos lo están avisando y parece que no nos queremos enterar. Lo dice el señor Illa, tan prudente siempre, lo dicen todas las autoridades sanitarias y, sobre todo, lo dice el sentido común: nos estamos relajando demasiado y el Covid 19, que no se ha ido ni mucho menos, puede volver a la carga con toda su crudeza.
Las imágenes que nos enseña la televisión, o algunas otras que vemos en nuestros pueblos y ciudades, dan cuenta de reuniones multitudinarias, de fiestas descontroladas y de acontecimientos que, prohibidos por las autoridades, se celebran por la fuerza, porque sí, porque yo lo valgo.

Por fortuna son los menos, pero resulta que esos menos, con sus irresponsabilidades, pueden obligar  a que los más, o sea, España entera, tengamos que volver otra vez a nuestras casas y pasar otro trimestre encerrados y cantando por los balcones el famoso “Resistiré”.

Comprende uno las cosas. Uno lo comprende todo. Los viejos decían que quién le va a quitar las flores a mayo, es decir, quién va a poder impedir que la gente celebre el verano a lo grande. Es época de amor, de naturaleza, de grandes horizontes, y  todos hacemos bien en celebrarla por todo lo alto. Pero hay muchas maneras de disfrutar de este trimestre amarillo y toca ahora ser prudentes, no participar en grandes concentraciones, frecuentar a la gente de confianza y no inventar Sanfermines a la fuerza o ferias de la sardina, la caballa, y otras especialidades gastronómicas.

Siempre he mantenido que el coronavirus, tan dañino, podía enseñarnos cosas buenas. Creo que puede ser un buen antídoto contra nuestra soberbia de nuevos ricos. Nos creíamos inmunes, pensábamos que las epidemias eran genuinamente africanas e hispanoamericanas, y ahora nos ha tocado a nosotros, tan importantes en el orden mundial.

Creo que el coronavirus nos puede acercar al otro. Y curiosamente nos puede acercar viéndolo a distancia, viéndolo a distancia todo entero.

Ayer, en el Carrefour me encontré a una amiga. Me contó que en abril, en pleno confinamiento, tuvieron que enterrar a su madre ella y sus hermanos, en soledad, sin una cara amiga para compartir su dolor. Si no queremos volver a la casillas del mes de abril, con ochocientos muertos diarios, más nos vale echar un poco de cabeza y dejarnos de jugar a que aquí no ha pasado nada. O a que de coronavirus sólo se mueren los viejos, como si los viejos, esos seres tan sabios, tuvieran menos derecho a vivir que una moza garrida.

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