Tras nueve meses de pandemia, nueve meses de dura y constante lucha contra un virus que ha puesto boca abajo el mundo, nuestro mundo, afrontamos una gran prueba de fuego. Porque a pesar de lo individualista de nuestra sociedad, a pesar de los intentos de hacerla ajena a la religión, a pesar de hacernos el duro hablando de materialismo y consumismo, a las puertas llama la Navidad y somos incapaces de vivir sin Navidad.
Este año hemos aprendido a vivir sin Semana Santa, sin Feria, con un verano muy atípico, sin tantas y tantas cosas, pero no estamos preparados para no vivir la Navidad. ¿Permiten los datos de hospitalización y contagio flexibilizar algo las medidas de restricción de las distintas administraciones para estas fechas? ¿Será buena idea sabiendo que es bastante probable que eso ocasione una nueva oleada de contagios y, por tanto, de muertes, en enero? ¿Merece la pena una cosa o la otra?
La Navidad celebra la Vida. El Nacimiento de Jesús es el epicentro, la única verdad y certidumbre de todo cuanto embriaga la Navidad. Y la mayor de las tristezas cualquier Navidad, es la de ausencias de familiares porque, por mucho que el hombre se haga el duro, el espíritu de la Navidad, que no es sino un chute de vida del Espíritu Santo, cada año nos sacude.
No quisiera estar yo en la piel de quienes tienen que tomar la decisión de si permitir ciertos encuentros en Navidad con el inevitable riesgo de multiplicar los contagios o asumir la crudeza de prohibir las relaciones sociales más allá del ámbito estrictamente familiar-convivencial con la esperanza de frenar así la curva de contagios.
Pero en esta Covidad, no hay mayor felicidad que saber que tu entorno no sufre las consecuencias de la pandemia, no hay mejor regalo que la salud protegiendo a los tuyos y, por tanto, protegiéndote también a ti, no hay mayor caridad que contribuir a que esta pesadilla termine cuanto antes con la ayuda de la ansiada y esperada vacuna.
Será duro celebrar estos señalados días con videollamadas y sin poder abrazar, besar ni brindar, pero más duro será aún si lo que no podemos es ni siquiera llamar, escuchar o ver a esa persona por la que tanto queremos ahora encontrarnos.