Todos conocemos la leyenda del Lagarto de la Malena. Sí, aquel reptil que vivía en el raudal del popular barrio de la Magdalena que, en época indeterminada, presumiblemente en aquel lejano tiempo de frontera con los moros, tenía atemorizados a los vecinos del barrio. Como todos sabemos, el lagarto salía del manantial y se echaba a la boca lo primero que se encontraba, ya fuese ganado ya fuese algún zagal que, despistado él y despistados sus padres, se encontrara jugando en las polvorientas calles de tan señero barrio. También sabemos que las presiones de los ciudadanos jienenses llevaron al concejo de tan noble y leal ciudad a dictar un bando por el que se indultaría al preso que lograse liberar a la ciudad de la molesta criatura. Así fue que un reo, anónimo para la mayoría de los actuales ciudadanos de Jaén, aceptó el reto. Con artimañas y engaños, que varían según la fuente, condujo al lagarto desde su guarida en el raudal hasta las puertas de la actual Basílica menor de San Ildefonso, en aquel tiempo iglesia parroquial, donde lo hizo explotar con pólvora y yesca. Unos dicen que camuflada en la piel de un carnero, otros que mezclada en la masa de unos panes. El caso es que, de una forma u otra, el lagarto reventó y su piel fue conservada hasta no hace muchos años en el interior del templo. A grandes rasgos esta es la historia por todos conocida, transmitida de boca de abuelo a oreja de nieto, generación tras generación de jienenses. Lo que no es tan popular, conocido solo por unos pocos, es la historia del reo artífice de tan gran hazaña. Algunos años atrás, cuando siendo mozo cursaba la EGB en el colegio cuyo nombre homenajea al gran cronista de la ciudad D. Alfredo Cazabán, uno de mis maestros, D. Raúl, nos encargó recoger leyendas de nuestra tierra. Y hete ahí que, en busca de estas leyendas, fui al hogar del jubilado que tenía la Cruz Roja en la plaza de Santa Luisa de Marillac, junto a los baños árabes. Y la suerte me llevó a entablar conversación con un anciano del barrio que, jugando al dominó y entre ficha y ficha, me contó la leyenda del Lagarto. Y digo suerte porque, afortunado infante, di con uno de los pocos depositarios de una parte de la leyenda que pocos conocen, la historia del reo. Y ahora, afortunado lector, me dispongo a revelar esta desconocida parte de la historia que no merece permanecer oculta por más tiempo. Era Eufrasio un labrador, hijo de conversos, que en la guerra con los moros había servido como soldado del ejército cristiano. Desde zagal cumplía con las misas en la parroquia de San Miguel, cuando podía comía cerdo, asistía a los oficios y, en general, hacía vida de buen cristiano. Como veterano de la guerra con el moro era devoto de Santa Catalina y no era extraño escuchar de su boca loas a Santiago Matamoros. Era mozo bien parecido y trabajador. Enamorado de Sebastiana, la hija del hornero de los caños, había hablado con su padre. Pero este, cristiano viejo, no quería de yerno a un marrano, como consideraba a todos los cristianos nuevos lo fueran o no. Eufrasio quedó con gran pesar, mas como el enamoramiento era mutuo, veíanse en los arrabales de San Ildefonso, donde Eufrasio labraba las tierras de su hacendado. Tal vez la envidia, pudieron ser celos, el caso es que un vecino que lo quería mal corrió con el cuento al padre de Sebastiana. Y así fue que el hornero, avisado de sus horarios, los sorprendió un mal día. Mandó a su hija con su hermano a la vecina localidad de Martos para alejarla de Eufrasio, y, aprovechando que este era converso, lo denunció al párroco como judaizante. No faltó el testimonio de aquel vecino envidioso sustentando la denuncia. El párroco, el obispo y el alcaide, sabiéndose con las arcas vacías por la guerra, vieron el cielo abierto con esta denuncia. Apresaron los guardias al desdichado y, rápidamente condenado, fue encerrado en la prisión del castillo y desposeído de sus bienes. Pasados cinco años un lagarto anidado en el raudal de la Magdalena comenzó sus desmanes en Jaén. En este punto llegamos a la historia por todos conocida. Eufrasio mató a la criatura a cambio de su libertad. Pero… ¿y qué fue de él después de su hazaña? Liberado de su condena abandonó la ciudad, se dice que al norte, y nunca más se supo de Eufrasio en el Santo Reino. ¿Y la desdichada Sebastiana? Obligada por su padre a desposar con un viejo maestro zapatero de la ciudad vecina, murió de melancolía añorando a Eufrasio, sin llegar a saber que, como matador del Lagarto, había quedado libre de su injusto castigo. Y esta, si la memoria no me falla, es la historia del matador del Lagarto tal y como aquella tarde de mayo, muy cerca de la estatua que rememora al reptil, aquel anciano me contó siendo un zagal. Espero querido lector que la hayas disfrutado y a partir de este momento Eufrasio sea recordado.
Jaén
¿Quién mató al Lagarto de la Malena?
Todos conocemos la leyenda del Lagarto de la Malena. Sí, aquel reptil que vivía en el raudal del popular barrio de la Magdalena que, en época indeterminada...
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