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Lo que queda del día

Pánico nuclear (volver a los 80)

Vladimir Putin ha aguardado casi cuarenta años para exigirnos este infame viaje atrás en el tiempo

Publicado: 05/03/2022 ·
17:27
· Actualizado: 05/03/2022 · 17:57
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  • Evacuación de civiles. -
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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Cuando era niño nuestros “malos” oficiales eran Sir Guy de Gisborne, el cardenal Richelieu, Falconetti, Lex Luthor, Darth Vader y los nazis. Todo fue pasar de década, superar lo de Tejero, la muerte de Chanquete y el fracaso del Mundial 82, para empezar a tomar conciencia de un mundo, dividido en dos, que se reducía a partidarios de Estados Unidos y partidarios de la URSS. Nosotros, por supuesto, estábamos con los americanos, y los malos eran los rusos, pero eso no impidió que empezáramos a asumir que aquella disputa iba más allá de la victoria de Rocky Balboa sobre Iván Drago y que no tenía nada que ver con la épica. Bastaba con ver los telediarios para palpar la amenaza real, siempre presente, de una guerra nuclear entre estadounidenses y soviéticos.

Eran los años de Reagan, de Brézhnev y Yuri Andrópov, del exhibicionismo fálico de misiles atómicos, de la auténtica “guerra de las galaxias”, como llamó el presidente norteamericano a su nuevo plan de defensa armamentística, pero, especialmente, del miedo palpable a nuestra propia extinción, puesto de manifiesto en películas y canciones que nos acompañaron durante un tiempo de tensión en el que, por otro lado, terminó por germinar una conciencia globalizadora frente a la carrera suicida emprendida por las dos naciones más potentes del globo.

Sting compuso Russians, en la que criticaba a rusos y americanos por su proteccionismo manipulador cargado de falso paternalismo; Elton John le dedicó una canción a la oficial Nikita, en un romántico empeño por descongelar las relaciones entre oriente y occidente; y Ana Belén describió las consecuencias de una catástrofe nuclear en Pánico en Torrejón.

En Estados Unidos la emisión del telefilme El día después, seguida por cien millones de telespectadores, causó una conmoción terrible entre su impresionable población a partir de la recreación de las consecuencias de una guerra nuclear entre ambos bandos, aunque Hollywood no paró de alimentar la idea de que el temor no eran las bombas, sino el comunismo, contra el que volvieron a combatir Rambo, los jóvenes de una América invadida en Amanecer rojo y hasta Clint Eastwood en Firefox

Pero, por encima de las soflamas patrióticas -combatidas igualmente con la agradecida sátira de los Spitting image-, prevalecía el instinto moralizante de supervivencia que encarnaban películas como Cuando el viento sopla y Juegos de guerra, donde descubrimos qué era Defcon 5 y en la que el mismo ordenador que está a punto de desatar la tercera guerra mundial a partir de una simulación, concluye que no habría vencedores en una contienda bélica de tal magnitud, solo devastación, en complicidad con la frase atribuida a Albert Einstein: “No sé con qué armas se peleará la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”.

Poco después llegaría Mijail Gorbachov con su Perestroika para dar argumentos a los que defienden que el comunismo no era sino el camino más largo para llegar al capitalismo, pero, sobre todo, para contribuir al fin de la guerra fría, simbolizado con la caída del muro de Berlín. Los rusos habían dejado de ser los malos: hasta Schwarzzenegger hizo de policía soviético y Sean Connery de oficial ruso. Fin de la historia. O no. Para Vladimir Putin no, aunque haya tenido que aguardar casi cuarenta años para exigirnos este infame viaje atrás en el tiempo, a costa de las vidas de miles de civiles ucranianos y de la destrucción de un país, para resucitar nuestro miedo a la amenaza de una guerra nuclear y marcar el paso en el restablecimiento de un orden mundial al gusto de su ambición personal.

Supongo que contaría con las velas, con los “no a la guerra”, las canciones, la solidaridad, las lágrimas de gente anónima e inocente, incluso con las reclamaciones inofensivas de la UE y la ONU, y algún que otro embargo; pero, a diferencia de hace cuarenta años, está solo. Puede que eso lo haga más peligroso, y por eso agita el miedo. Pero lo peor de todo es que es el único que, de momento, parece tener claro cómo va a acabar esta historia. Para algo la escribe a solas a diario, convencido de ganar en lo que para él parece no pasar de ser un concurso de a ver quién es el que la tiene más grande.

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