Sin pecado concebida
?Contra el mal sabor de boca, medicina natural?, así cantaba un grupo de pop de mediados de los 80. Y, en nuestros días, bien podríamos cantar: ?Contra el anticatolicismo beligerante, oración y trabajo por los débiles?...
Que en España, como establece nuestra Constitución, no hay religión oficial lo sabemos, pero que mayoritariamente los españoles somos católicos es evidente. Por ello, cuando la ola progresista que nos ha inundado –¡y de qué manera!– se centra sólo y exclusivamente en atacar por doquier toda simbología católica, no cabe más remedio que alzar la voz –sin perder las formas y argumentando convenientemente– frente a tan maño despropósito.
Así, que como en nuestro país no tenemos más problemas que debatir si se retiran o no los crucifijos de las aulas escolares y, contabilizar cuántos aviones americanos hicieron escala en nuestro territorio con destino a la base de Guantánamo, podemos tener la tranquilidad de que el Gobierno de la Nación –no olvidemos que es el poder ejecutivo el que debe garantizar la gobernabilidad, procurando el bienestar de todos los ciudadanos, no sólo de la casta política que lo conforma– asumirá la gestión de los incontables comedores –regentados por órdenes religiosas católicas– que por toda nuestra geografía nacional sirven diariamente miles de comidas; así como la labor asistencial que desarrollan las cáritas parroquiales; las hermandades y cofradías; etc. Y es que frente a los cacareos laicistas de personajes públicos, encaminados a montar cortinas de humo que eviten fijar la atención del contribuyente en los problemas reales: paro, hipotecas, más paro, inseguridad ciudadana, todavía más paro (ya casi 3.000.000 de personas)…, los católicos no debemos dejar de seguir dando con el mazo mitigador a los problemas acuciantes para el pueblo, que nuestros gobernantes ignoran, mientras rebuscan en el manido baúl de los malos recuerdos para justificar sus desahogados sueldos.
Por eso, a tres días de la Festividad de la Purísima Concepción –por cierto, festivo nacional, aunque seguro que el Señor Llamazares y todos sus camaradas no acudirán a sus escasos escaños a dar el callo como de costumbre, al Congreso–, inmersos en pleno Adviento (tiempo de esperanza) nos encaminamos a la celebración de una nueva Navidad.
No entraremos en analizar detalles, tan significativos, como que la esencia de la Navidad, la Festividad de los Reyes Magos, la anteriormente indicada Festividad de la Inmaculada Concepción, etc. y, sin ir más lejos, todos los domingos del año son inequívocos signos católicos que, a Dios gracias, cantan bien a las claras cuál es la religión no oficial, pero sí mayoritaria en nuestro país.
¡Qué horror! ¿Se imaginan que algún marmolillo, con cierto poder, proponga eliminar todos los días festivos –el noventa y nueve por ciento relacionados con el catolicismo– del calendario oficial?
En fin, como si la única preocupación que tuvieran los parados, amas de casa, jubilados, jóvenes, etc. desde que se levantan hasta que se acuestan, fuera la de que no queden vestigios visibles ni manifestaciones de la religión católica en nuestro entorno… de ahí, que nuestros fieles mandatarios, cumplidores al máximo de su deber, haciéndose eco del clamor popular, ni cortos ni perezosos, se pongan a resolver el único problemilla que nos ocupa: la radical laicidad del Estado. ¿Y después de retirar los crucifijos de las aulas, prohibirán –por ejemplo– las procesiones y las romerías, alegando que se ocupa la vía pública y puede herir la sensibilidad de algunos?
¡Que la Inmaculada, sin pecado concebida, cuya celebración será el próximo lunes nos ampare con su manto de Esperanza!
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