A veces pienso en detener el tiempo, abrazarlo y cogerlo con las manos, pero como si fuera arena de una playa eterna, se me escapa entre los dedos. El otro día, dando una vuelta por un mercadillo plagado de anticuarios que exponían su género a la luz de una mañana fría y desapacible, sentí tristeza al ver juguetes antiguos de niños que ya no existen, libros descatalogados, alguno de ellos relativo al gran imaginero Palma Burgos, aperos de labranza, sellos antiguos y decenas de relojes parados que esperaban, tal vez, a un nuevo relojero para volver a marcar los pasos de una vida. Cuando camino por el paseo marítimo Antonio Machado, muchas veces observo la bahía y, al fondo de la playa, se agita el chiquillo que fui. Reclama mi atención con aspavientos y corre hacia la orilla para jugar en un verano improbable de los que ya fueron. Me imagino el sol, pero ahora solo somos dueños del frío. La cuaresma se desliza silente por los pasillos de la memoria y, mientras las coplas de carnaval calientan el fuego eterno que mantienen vivo las clases populares, a las que me enorgullezco en pertenecer, imagino un nuevo miércoles de ceniza que anuncia la llegada inminente de la primavera y un rumor de tambores apuñala misrecuerdos. Repaso con mimo el antiguo recorrido y me pregunto si este año el nuevo itinerario, que Pablo Atencia tuvo la valentía de poner encima de la mesa, seducirá por fin a los malagueños. La Semana Santa siempre es la misma pese a que pase el tiempo y las innovaciones, ya lo sabemos, no son bien acogidas por los malagueños, los dueños absolutos de sus corporaciones nazarenas, porque ellos son la Semana Mayor. Escucho que hay crisis, cada vez menos jóvenes en los varales y en las filas nazarenas, pero al cercano estallido de la pasión malacitana le sobran agoreros y le faltan planes de futuro. Hay quien dice que el hecho cofrade necesita una revolución como la de los ochenta, cuando un grupo de chicos y chicas brillantes nos dibujaron las avenidas por las que ahora transitamos. Atesoro con mimo un puñado de itinerarios de otros años. A veces leo los antiguos recorridos de las hermandades, cuando los días se hacen demasiado cuesta arriba en el universo cotidiano. Escucho las campanillas a lo lejos, rasgando la barriga del futuro. Los relojes del tiempo preterido vuelven a ser encendidos para marcar el camino a seguir de los próximos cien años, latiendo en el interior de todos y cada uno de nosotros, deseosos de entregar nuestras vivencias a los más jóvenes y que todo vuelva a empezar.
Fuego amigo
Los relojes de la memoria
Cuando camino por el paseo marítimo Antonio Machado, muchas veces observo la bahía y, al fondo de la playa, se agita el chiquillo que fui
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