con dieciséis años era muy fácil soñar. La imaginación volaba y se trasladaba a futuras etapas que el corazón acercaba para acariciar realidades posibles. Trasladarse en el tiempo era apasionante, sin encontrar obstáculos para disfrutar imaginando personas crecidas, pero conservando toda la belleza e ingenuidad de la inocencia.
Caminar hacia el futuro paso a paso tenía sus dificultades, y era más fácil caer en el desánimo que afrontar la realidad con valentía. En uno de esos momentos en los que veía más lo negativo que el aliciente de seguir caminando, me dijeron una frase que he mantenido viva durante toda mi vida. Puede ser una simpleza pero a mí me ha servido: “es mejor encender una cerilla que maldecir las tinieblas”.
A través de los años te vas encontrando con hechos, acontecimientos y circunstancias en los que de alguna manera eres protagonista y debes tomar decisiones. Juzgar a los demás y quedarse en la mera crítica negativa muchas veces es lo más cómodo, pero lo más cobarde y también lo que menos aporta a la propia vida y al progreso de la humanidad.
Todo ser humano es protagonista de su propia historia y va dejando huellas. Hoy nos encontramos en un periodo nuevo de la historia. Este periodo se caracteriza por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Se camina hacia el desarrollo pleno de la personalidad y hacia el descubrimiento y afirmación creciente de sus derechos.
Sin embargo, a pesar del desarrollo y los progresos, el ser humano, como suelo decir, sigue siendo para sí mismo un problema no resuelto. Los avances han hecho que se haya producido un cambio importante en el sistema de valores. El afán de ganancia abusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad, fabrican un Dios que hace leyes para protegerse.
Culturalmente se inoculan los valores del sistema, por ejemplo, la competitividad para ser el número uno por encima de los otros, instaurándose como normal el “síndrome del opositor” y el oficio de preparador de oposiciones ante un muro casi infranqueable por tener que optar a una de las tres plazas frente a tres mil personas que, sin querer, se han convertido en enemigos.
El individualismo y la insolidaridad favorecen la domesticación social. “Hay lo que hay y no hay más remedio que aceptarlo”. Ante esta realidad hay que empezar a soñar despierto. Se nos presenta el desafío de desmitificar el sistema opresor, de descascarar su lenguaje mostrando los frutos reales que produce.
Hay que apostar por un modelo social diferente aunque sea desde la pequeñez de saber encender “cerillas” que iluminen los caminos de actuaciones valientes que, como termitas, perforen los ladrillos del sistema.
Frente al individualismo y vida fácil, hemos de luchar por valores alternativos de lo comunitario, del valor de lo humano, el amor y el servicio como claves fundamentales de la vida. La vida es el valor supremo, no el dinero. Hemos de trabajar para vivir con dignidad, no para acumular despojando a los demás. Hay que apostar por la cultura sin violencia respetando la vida en el origen y, al final, ni aborto ni eutanasia.
A una sociedad sin valores hemos de aportarle una cultura de libertad, participación y solidaridad; cuestionando nuestro propio nivel de vida para universalizar los derechos rechazando los privilegios. Hemos de soñar despiertos apostando por una cultura de tolerancia y de comportamiento ético repensando lo que se cree, diciendo lo que se piensa, haciendo lo que se dice, sin conformismos ni sumisiones.