En España no cabía un tonto más. Claro que siempre se puede hacer una excepción atendiendo a los méritos del aspirante. Y no me negarán que Kepa Elortza bien merece que se le haga un hueco aunque sea a empujones. El médico de cabecera de este vecino de Oñate (Guipúzcoa) le prescribió la realización de una conoloscopia urgente después de haber encontrado restos de sangre en sus heces.
El sistema sanitario vasco le ofreció dos posibilidades. La primera, practicarle la colonoscopia en su hospital de referencia, el de Mondragón, a 11 kilómetros de su casa. El problema es que el especialista que debía atenderle no hablaba en euskera. La segunda alternativa era desplazarse a Vitoria, a 43 kilómetros de su domicilio, donde sí podría ser atendido por un vascoparlante.
El paciente exigió que la colonoscopia se le realizara en Mondragón y, a falta de un especialista que se expresara en euskera, logró que un intérprete realizara las traducciones a través de un teléfono móvil. El numerito debió ser digno de una película de los hermanos Marx, más aún si se tiene en cuenta que el propio Kepa Elortza ha denunciado los errores de traducción de unos y otros.
Como quiera que así debe resultar imposible concentrarse en la exploración del colon, el paciente amenaza ahora con declararse en huelga de hambre si el sistema vasco sanitario no dota al hospital de Mondragón de un especialista capaz de decirle en correcto euskera aquello de “bájase los pantalones y túmbese sobre la camilla”.
A poco que se lo proponga, mucho me temo que el tal Kepa termine convirtiéndose en un nuevo icono del nacionalismo vasco, en un De Juana Chaos de opereta que muestre al mundo su canina mientras espera que un médico euskaldún le de... por allí.
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