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El gol de mi vida

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Contra lo que pueda parecer, estas líneas que perpetro, más que de fútbol se ocuparán de la memoria. Territorio raramente hostil, ya que al fin ya al cabo solo pastan allí los rebaños por nosotros seleccionados. Lo habitan fantasmas, muchos sin cara y sin nombre, que amigos bienintencionados nos ayudan a identificar. Especialmente a mí, que si fama tengo entre los míos es precisamente de desmemoriado y despistado. De la memoria se han ocupado los más eximios pensadores y escritores, por lo que es inevitable insertar aquí la cita pertinente. A mí me gusta mucho –también me retrata- una de Gabriel García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y como la recuerda para contarla”. Sea.
Muchas veces los amigos se cuelan de tapadillo y sin invitación previa en ese territorio vedado, y contra nuestra voluntad tratan de arar los campos de nuestra memoria a su antojo. Y lo que es peor: a su paso surgen monstruos que creíamos condenados al infierno definitivo del olvido. Pero estas visitas también nos ayudan a bautizar de nuevo a gentes y momentos cuya sucesión ha hecho de nosotros lo que somos. Para lo bueno y para lo malo.
No hay pregunta que tema más que la que frecuentemente me hace la gente por ahí: “De todos los goles que has narrado, ¿con cuál te quedas? La temo porque -desmemoriado incorregible- me deja frecuentemente en evidencia. Como ejemplo de lo que digo, no hace mucho mi hija me enseñó en internet el último gol de Diego Armando Maradona con la albiceleste. Fue en el Mundial del EEUU en 1994 jugando contra Grecia. Aquella noche lo pillaron en un control antidopaje –dio positivo por consumo de coca- y ya no volvería a jugar con Argentina. Y allí estaba yo, cantando el gol. “Ese eres tú, papá”. Pues sí. Lo había olvidado. Absolutamente. Como tantos otros. La cola de vaca de Romario a Rafa Alcorta en el 5-0 del Barca al Madrid una lejana noche de dibujos animados de 1994; el 5-0 que le devolvió el Madrid de Valdano al año siguiente al declinante sueño de Joham; el gol de Alexis Trujillo (¡Alexis gol!) en Balaídos, que metía al Betis de Donmanué en la final de la copa del rey del 97; el baño que el Barca de Pep le dio al Manchester en Wembley en Mayo pasado; y, naturalmente, el gol de Don Vicente Moreno una calurosa tarde de junio de 2009, que nos subía a los xerecistas por primera vez a la liga de la estrellas... y hacía trizas nuestro destino de eternos estrellados.

Pero, y cito otra vez a García Márquez, “la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a este artificio, logramos sobrellevar el pasado”. Quizás por eso yo me quedo con un gol mucho más lejano en el tiempo pero cercano en el corazón: Jerez, viejo Domecq, domingo de Pentecostés de 1986... Con medio Jerez en el Rocío y el otro medio apretándose en aquel viejo estadio. Y especialmente apretados estábamos los periodistas en aquellas minúsculas cabinas que algunos recordarán. El gol, de Antonio Poyatos, recién comenzado el segundo tiempo: centro de Adolfo –le llamábamos “el pony” y a él no le hacía gracia- que prolongó el gran Felipe Rivas y remató dentro de la portería de la AD Ceuta Antonio Poyatos. No sé siquiera si fue exactamente así, pero así es para mí, porque así lo recuerdo. Al fin y al cabo “el pasado es arcilla que el presente modela a su antojo. Interminablemente”, que dijo JL Borges. Y esa tarde he ido modelándola a mi antojo durante más de un cuarto de siglo y nadie tiene derecho a cambiar los detalles en aras de la verdad.

Las raras veces que algún amigo me ha puesto la grabación de aquel partido, la escuché con una mezcla de pudor, de vergüenza y de ternura. Pudor porque, a diferencia de algunos compañeros, nunca me gustó ver ni escuchar grabaciones de mi trabajo; vergüenza porque se trata probablemente –por pasional- de la menos profesional de todas las retransmisiones que en la vida hice; y ternura, porque reconozco al joven que fui y ya no soy, y al que se tragó el tiempo. Con sus sueños -los míos- y su mundo. Con amigos que se fueron, algunos para no volver. Con un padre que señorea hoy los campos de mi memoria, pero al que ya no puedo invitar a una cerveza en el bar Manolete...

En fin. Es que

Aquel tiempo
Que dejamos por muerto volvió en sí
Y me hirió mortalmente por la espalda

(Ángel González)

Y lo hizo, además, a traición, esta tarde de febrero.

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