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Lo que queda del día

Candidatos al anuncio de Aquarius

Siempre queda la esperanza de que surjan muchos otros como Arantza Quiroga que no tengan reparos a la hora de compartir lo que piensan en voz alta a costa de meterle el dedo en el ojo a quien aprecias

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E spaña vive a golpe de titulares y nombres propios. No hay ni tiempo ni ánimos para más, a no ser que España sea un equipo de fútbol y se la juegue a los penaltis con Italia. Las becas de Wert, la cárcel de Bárcenas, las miradas de Bretón, la sucesión de Griñán, hasta el penalti de Navas. Nos basta la consigna telegráfica. Nos han acostumbrado a ella. Tan rotunda como impersonal, fría y distante, que rima con indignante. Para profundizar ya tiene cada cual lo suyo.

Por eso mismo, hay ocasiones en que nos sacuden determinados discursos, aunque sean una mera consecuencia del sentido común, porque se nutren de una sinceridad -no confundir con verdad- que muy pocos se atreven a poner de manifiesto, acostumbrados al dictado del asesor del asesor.

Ha ocurrido esta semana con la intervención de Arantza Quiroga, la presidenta del PP vasco, en una conferencia en la que Mariano Rajoy ejerció de presentador. Dudo que hubiese salido mejor caso de estar planeado, por lo que dijo, donde lo dijo y ante quien lo dijo: no debe ser fácil levantar la mano para decir lo que muchos piensan pero nadie se atreve a decir; tampoco, exponerlo con claridad, y mucho menos con la emoción irrefrenable de quien habla desde la experiencia. “Mientras en el País Vasco íbamos temblando a los plenos, otros estaban para otras cosas”. Se refería al “vomitivo” caso Bárcenas, antes incluso de que el juez Ruz le leyera a L.B. el titular de su nuevo destino: un motivo más para seguir “asqueados” -los indicios van más allá de unas fotocopias-, aunque también aliviados -la Justicia sigue su curso-.

Sé que para muchos Quiroga sigue encarnando al sector más conservador del PP, con su familia numerosa, su culto al Opus Dei y esa belleza y elegancia tan natural, tan cariñosamente envidiable, que la convierten en la candidata ideal para residir en Wisteria Lane y recibir la visita de bienvenida de Bree Van de Camp con su cesta de galletas caseras, pero siempre te queda la esperanza -llámenme sentimental- de que surjan muchos y muchas más como ella que no tengan reparos a la hora de compartir lo que piensan en voz alta -será por oportunidades- a costa de meterle el dedo en el ojo a quien aprecias. 

Qué mejor momento que éste, en el que José Antonio Griñán apunta con el dedo -no al ojo, por supuesto- a Susana Díaz como su relevo natural, para que ella misma abordara el vomitivo caso de los ERE, o el de Bahía Competitiva, desde el punto de vista de los asqueados ciudadanos andaluces, porque mientras muchos miles de ellos iban al INEM a sellar su tarjeta del paro, otros estaban para otras cosas con el dinero público, pero, sobre todo, porque ha llegado el momento de que las palabras de Quiroga dejen de ser la excepción que confirma la regla y, peor aún, que a lo sumo sólo la conviertan en candidata al próximo anuncio de Aquarius -“¿por qué, zeñó, por qué?”-.

Será que en política se sigue premiando la disciplina antes que la sensatez. Disciplina ante todo: el que se mueve no sale en la foto. Por eso mismo irritan determinados casos en los que el aprecio hacia determinado político, por su trasfondo humano, incluso intelectual, y hasta por sus hallazgos en la gestión, se diluyen cuando lo empujan hasta el atril de las siglas para que pierda el miedo o demuestre que posee el arrojo para declamar, no lo que piensa, sino lo que toca decir con fidelidad a una agenda, sin importarle verse señalado como lo que no es, o no debería ser -disciplina ante todo-, hasta caer en la generalidad de los casos, bajo la cumbre de la corrupción, que después invitan al ciudadano a situar a la clase política en las ecuestas del INE como uno de los principales problemas del país.

No se alarmen, ocurre en todas partes, aunque tampoco es justificación. Lo que sí se justifica es la necesidad de empezar a apostar por las personas, más que por las siglas -como se pone de manifiesto en muchas ciudades cuando llegan unas elecciones municipales-, de propiciar las listas abiertas frente a los dedócratas y de poner los pies en el suelo, de hablar el lenguaje de la calle, de manejar sus sentimientos, como ha hecho esta semana Arantza: con disciplina, pero sin complejos.

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