Ahora que se ha conseguido el merecido descanso de la jubilación ?en mi caso hace ya algunos años? llega el momento que siente un poco de nostalgia...
Ahora que se ha conseguido el merecido descanso de la jubilación –en mi caso hace ya algunos años– llega el momento que siente un poco de nostalgia, más bien un poco de melancolía, de aquellos momentos de la vida currante donde los hijos en muchas ocasiones te ayudaban on line a seguir luchando y, tal vez, a no mandar con viento fresco a un jefe cargón, no muy letrado, que ocupaba la poltrona de la empresa sabe Dios por qué regla de tres y cuyo principal don, si es que puede llamársele así, era el del palo y tentetieso; un febril dictadorcito que siempre se creyó dueño del mundo; cuando menos de aquel pequeño que le rodeaba. Todo un ejemplar. Dios lo tenga en su Gloria.
A pesar de todo, al cabo de dos décadas y algo más de mi paso a formar parte de las clases pasivas, fue tanto mi quehacer laboral, que llega un buen día donde increíblemente se añoran aquellas jornadas de trabajo intenso que te mantenían siempre eléctrico y expectante. No sabía nunca cómo transcurriría el día, dependería de muchas cosas, casi siempre por causas del dichoso jefe, que aparte de inepto, se veía un poco triste entre las cuatro paredes de un pomposo despacho superior a los 10 ó 12 mts2, con ricos muebles, repleto de estanterías conteniendo boletines oficiales del Estado y fotografías de su esposa e hijos. No he visto desde entonces mayor melindre e inútil apeadero. Una vez leída la prensa del día y la correspondencia –que su secretaria ya se la presentaba libre de sobres– se disponía a tomar café con tostada y zumo de naranja. El resto del día de mal talante, dispuesto a dar mucho por allí, aburrido, pesado e importuno por un aburrimiento manifiesto y sin dejar trabajar a quienes en verdad le sobraban quehaceres. Todo un dictadorcito.
Bueno, el arriba firmante después de este periplo jubilar volvería a la repesca de una obligación laboral en aquella empresa, ya desaparecida como no podía ser menos; es lógico que ocurriera. Pero lo haría para enfrentarme frontalmente con la dirección de la misma, pondría los puntos sobre las íes y a buen seguro que los resultados finales, con la ayuda que da la experiencia, no sería la absorción de una cooperativa –de carácter insultantemente socialista– por aquella otra de capital privado, devastadora de todo cuanto se ponía ante su paso. A partir de ese momento el pequeño y mediano ganadero cooperativista, muy al contrario de lo que supuso, cayó en picado su economía.
Años más tarde perdió mercado el producto que producía, se vendieron los inmuebles, se trasladó a otras ciudades la industria y la distribución del producto terminado. El negocio del siglo para aquellos que supieron comprar nuestra Central Lechera. Hasta la acreditada marca Merced en batidos, leche esterilizada, yogures, etc., no se comercializan hoy por aquello de la autocompetencia; ni se podrá nunca hacer por gente emprendedora jerezana.
Quien sabe mucho de cuanto digo es mi buen amigo Manolo Morales Medina, Curro Juncal para algunos, quien fuera miembro de la Junta Directiva de la Cooperativa Ganadera La Merced en su calidad de colono del extinto Instituto Nacional de Colonización. Un hombre luchador, que llevaba dicha empresa en sus entrañas, que tuvo que vivir su extinción tras muchos años de lucha y trabajo. Un hombre fiel creyente del cooperativismo por el que peleó y dejó parte de su vida.