El gato que toma el sol
El gato siempre me ha parecido uno de los animales más enigmático, astuto y clasista de la extensísima fauna del reino animal...
El gato siempre me ha parecido uno de los animales más enigmático, astuto y clasista de la extensísima fauna del reino animal. Sus andares parsimoniosos, medidos y señoriales, así como el no mezclarse con cualquiera de los que nos autodefinimos como humanos, en clara contraposición al llamado mejor amigo del hombre, el perro, éste mucho más escandaloso y vulgar, le han hecho atesorar una bien ganada leyenda, desde el viejo Egipto hasta nuestros días, en torno a un halo de magia y misterio. No me negarán que no es cuanto menos sorprendente que de este ser afirme que tiene siete vidas. Y para colmo siete, el número cabalístico.
No es que hoy vayamos a comenzar una andadura por los terrenos del recordado doctor Félix Rodríguez de la Fuente, y empecemos una serie de artículos que versen sobre distintos animales, no. Venimos a hablar de un gato en concreto, como pudiera ser don Gato, Jim, Isidoro (sin que ningún ex presidente del gobierno se dé por aludido), el Lindo Gatito o el mismo Doraemon. Venimos a hablar de ese gato que todos conocemos y que en el más alto de los tejados, en el patio de una de nuestras vetustas casas de vecino, plácidamente, cuán largo es –previo oportuno desperezo– se tumba a la quieta e incruenta caza de los rallitos del sol. Y cual si se hubiera ido del mundo terrenal, ajeno a los sinsabores diarios, duerme a pata suelta. Contrariamente a lo que pudiéramos pensar a bote pronto, no es actitud pasiva ni holgazana la del pequeño felino, sino sabia interpretación del sano goce de los benditos placeres de la vida y, ello, sin incordiar al prójimo, si bien él, en más de una ocasión, sufrirá el violento despertar del simpático de turno que zapatee con fuerza o palmee en sus inmediaciones con el exclusivo propósito de perturbar su tranquilo descanso. Y no es actitud pasota la del gato cuando le veamos descansar, porque para entonces se habrá encargado de buscar el oportuno alimento (el necesario para subsistir), de haber cumplido con la perpetuación de la especie y de tener previsto un habitáculo donde refugiarse ante cualquier adversidad.
Pues igual que el gato que toma el sol, es la vida de mi viejo amigo Pepe, quien habiendo vivido largos años procurando hacer el bien y no fastidiar a nadie, cuando llega la hora de las Noticias, tras haber degustado los manjares de Isabel, su esposa desde hace más de cincuenta años, se sienta en su butacón junto a la ventana, por la que entra el sol, y escucha totalmente ajeno, la retahíla de acontecimientos nacionales e internacionales de cada día.
Pepe no sabe que en Estados Unidos por primera vez hay un presidente de color, que la crisis económica la están sufriendo más los que trataron de atar a los perros con longanizas así como los pobres de siempre, que a la hora de negociar la formación de un gobierno –por ejemplo, en el País Vasco– da igual ocho que ochenta mientras se toque bola, que en la bendita Sevilla unos niñatos –presuntos asesinos– llevan semanas trayendo en jaque a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (¡cómo para sentirnos tranquilos los ciudadanos!), etc., etc.
Pepe, no es que quiera estar ajeno a lo que pasa a su alrededor, para nada, lo que le sucede es que no está –como tantos otros– temeroso de que llegue la Festividad de San Martín y, si algo odia en este mundo es a los perros, sobre todo, a los que son propiedad del hortelano.
No es que hoy vayamos a comenzar una andadura por los terrenos del recordado doctor Félix Rodríguez de la Fuente, y empecemos una serie de artículos que versen sobre distintos animales, no. Venimos a hablar de un gato en concreto, como pudiera ser don Gato, Jim, Isidoro (sin que ningún ex presidente del gobierno se dé por aludido), el Lindo Gatito o el mismo Doraemon. Venimos a hablar de ese gato que todos conocemos y que en el más alto de los tejados, en el patio de una de nuestras vetustas casas de vecino, plácidamente, cuán largo es –previo oportuno desperezo– se tumba a la quieta e incruenta caza de los rallitos del sol. Y cual si se hubiera ido del mundo terrenal, ajeno a los sinsabores diarios, duerme a pata suelta. Contrariamente a lo que pudiéramos pensar a bote pronto, no es actitud pasiva ni holgazana la del pequeño felino, sino sabia interpretación del sano goce de los benditos placeres de la vida y, ello, sin incordiar al prójimo, si bien él, en más de una ocasión, sufrirá el violento despertar del simpático de turno que zapatee con fuerza o palmee en sus inmediaciones con el exclusivo propósito de perturbar su tranquilo descanso. Y no es actitud pasota la del gato cuando le veamos descansar, porque para entonces se habrá encargado de buscar el oportuno alimento (el necesario para subsistir), de haber cumplido con la perpetuación de la especie y de tener previsto un habitáculo donde refugiarse ante cualquier adversidad.
Pues igual que el gato que toma el sol, es la vida de mi viejo amigo Pepe, quien habiendo vivido largos años procurando hacer el bien y no fastidiar a nadie, cuando llega la hora de las Noticias, tras haber degustado los manjares de Isabel, su esposa desde hace más de cincuenta años, se sienta en su butacón junto a la ventana, por la que entra el sol, y escucha totalmente ajeno, la retahíla de acontecimientos nacionales e internacionales de cada día.
Pepe no sabe que en Estados Unidos por primera vez hay un presidente de color, que la crisis económica la están sufriendo más los que trataron de atar a los perros con longanizas así como los pobres de siempre, que a la hora de negociar la formación de un gobierno –por ejemplo, en el País Vasco– da igual ocho que ochenta mientras se toque bola, que en la bendita Sevilla unos niñatos –presuntos asesinos– llevan semanas trayendo en jaque a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (¡cómo para sentirnos tranquilos los ciudadanos!), etc., etc.
Pepe, no es que quiera estar ajeno a lo que pasa a su alrededor, para nada, lo que le sucede es que no está –como tantos otros– temeroso de que llegue la Festividad de San Martín y, si algo odia en este mundo es a los perros, sobre todo, a los que son propiedad del hortelano.
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