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Oxígeno, cubiletes y queso payoyo

Bajo el paraguas del Club Nazaret, aproximadamente unos cincuenta socios, entre los que tengo la satisfacción de encontrarme...

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Bajo el paraguas del Club Nazaret, aproximadamente unos cincuenta socios, entre los que tengo la satisfacción de encontrarme, hemos fundado una Asociación de Mayores –en su mayoría matrimonios– con el propósito de organizar actividades culturales, deportivas y de ocio, también viajes que de momento se harán cerca de casa; para volver en el día. Esta Asociación, aunque paralela al club, se desenvuelve de manera independiente habiéndose constituido de dicha forma su junta directiva. Requisito indispensable ser socio del Club.

No hace mucho, el 19 de marzo festividad de San José, realizamos el primero de estos viajes destino a Grazalema pero desviándonos a la ida a tierras de Ronda –aunque sin entrar en la ciudad– para visitar un pueblecito llamado Arriate, un pueblo muy serrano y por ende muy bonito, famoso por sus embutidos, que tuvimos el placer de degustar y aquel que quiso hizo acopio de algún embutido sin tener muy en cuenta los niveles de colesterol y triglicéridos; presumo a juzgar por la edad de los excursionistas, que dicha escala estaría más bien alta. Visitamos una fábrica de embutidos no muy grande donde los excursionistas tuvimos que hacer esperar a otra expedición posterior por no tener prácticamente sitio. Se cumplió aquello de “antes de entrar dejen salir”.

 El autobús en que viajamos nos dejó en un determinado lugar a fin de continuar hasta la mencionada fábrica de chacinas andando y así poder apreciar las bondades de este pueblo. He de decir que nos hizo un día fenomenal y que el conductor del autobús nos brindó con su pericia al volante la oportunidad de recrearnos del paisaje de verde esplendoroso; aunque con mandanga para aquellos que sentían vértigos y la poca anchura de la carretera para una doble circulación. A pesar de todo tuvo su encanto y también algo de susto ya que hubo turismos que conducidos por desaprensivos se vieron apurados en varias curvas. Nuestro conductor estuvo en todo momento genial y muy profesional.

Mediada la tarde, tras el almuerzo, volvimos al autobús para encarar la ciudad de Grazalema, preciosa donde las haya, serrana cien por cien, teniendo ocasión de saborear un buen café, descansar un poco y cómo no, acompañado de los famosos cubiletes de Grazalema; un dulce con masa muy parecida a los mantecados de Navidad, aunque menos fina, y rellenos de sidra. Una especie de cabellito de ángel. Aquí también compramos algunos paquetes para ofrecérselo a los nietos, que expectantes, nos esperarían en Jerez en la seguridad que los abuelos les traerían algunos ricos cubiletes. Lo mismo ocurrió con el rico queso payoyo, que recibe su nombre según nos explicaron de la leche que producen las cabras de nominadas así, payoya, muy propias de la zona. No pudimos comprar más de uno pues en el transcurrir del día se habían agotado todas las existencias. Pero vamos, tuvimos ocasión de probarlo y, aunque salvando las distancias, no envidia en nada al queso manchego. El nuestro, el payoyo todavía se hace de forma artesanal y, ya digo, está siendo muy valorado. El boca a boca se encarga de hacerle una publicidad muy eficaz sin necesidad de ningún medio especial de difusión. Entre otras cosas porque me parece no hay leche suficiente para atender una demanda exagerada del producto.
Llegamos a Jerez –Club Nazaret– más algún que otro glóbulo rojo consecuencia de la altitud, haber conocido más de cerca a viejas amistades, haber olvidado y dejado a un lado el dominó o la petanca, y haber hecho del Día de San José, tras la misa de la mañana, un auténtico e indudable día festivo. Como nos fue enseñado.

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