El desembarco de Normandía, del que hoy se cumplen 70 años, está considerado como el principio del fin de la II Guerra Mundial en suelo europeo, aunque tuvo un precedente en un señuelo diseñado durante meses, que tuvo su desenlace en la playa de El Portil, en Punta Umbría.
Una historia de la que no se supo nada de sus matices reales hasta 1996, cuando se comenzó a destapar el misterio de Willian Martin, conocido desde entonces como "el hombre que nunca existió", que en realidad era de un vagabundo de origen galés llamado Michael Glyndwr, que murió por ingerir raticida.
La mañana del 29 de abril de 1943, un marinero de Punta Umbría llamado José Antonio Rey encontró un cadáver en la orilla del mar, cuyo uniforme militar era el de la aviación británica, que llevaba encima unos documentos que indicaba que los aliados realizarán un despliegue en sitios como Los Balcanes o Córcega, de modo que descartaban Sicilia, zona de paso esencial para entrar por Italia, y muy vigilada por Hitler y Mussolini.
Los documentos, firmados incluso por el alto mando inglés, decían claramente que habría un gran desembarco aliado por el Mediterráneo, siempre sin citar a Sicilia, sino puntos que no eran tan importantes para los nazis, y todo encajó a la perfección, sobre todo porque el gobierno de Franco, aparentemente neutral, no tardó en ir con la "información" a los nazis, que picaron el anzuelo.
El señuelo provocó incluso un enfrentamiento entre Hitler y Mussolini, ya que el italiano veía matices en la historia que no le convencía, pero los nazis se retiraron de Sicilia para vigilar los Balcanes, y se dieron todas las facilidades para que los aliados tomasen Sicilia, en una batalla que terminó por tomar Italia y acabar con el mandato de Mussolini.
El cadáver que el marinero encontró en la playa había sido arrojado, en realidad, desde un submarino, no había caído desde un avión, y su muerte por el raticida que le provocó una neumonía planteaba unos síntomas parecidos al ahogamiento -con la tecnología de las autopsias de la época-, de modo que Franco mordió el anzuelo, y los nazis también.
Desde que hace 18 años se supo que la tumba del cementerio de Huelva con el nombre de Willian Martin era en realidad la de un enorme señuelo, se comenzó a investigar en la figura de este vagabundo, que terminó salvando, sin saberlo, miles de vidas, y adelantó el final de la guerra en suelo europeo.
Entre otros trabajos, el escritor onubense José María Segovia sacó a la luz "El enigma de Willian Martin", en el que el autor se detuvo a analizar el ambiente de la España de la época y algunos hechos de espionaje del momento, así como la intención alemana de invadir Europa comenzando por Gibraltar.
El libro cuenta con testimonios muy importantes, como el del forense onubense Eduardo Fernández del Toro, que intervino en la autopsia del cadáver, aunque sus apreciaciones no fueron tenidas en cuenta por los alemanes, más aún cuando los médicos británicos se dedicaron a desacreditar el resultado de sus investigaciones, con el fin de que la historia tuviese peso.
Del Toro no solo desconfiaba de la causa de la muerte, sino de la ausencia de hematomas que tendría que presentar el cuerpo si había caído desde un avión, incluso del momento de la muerte, ya que los aliados encontraron el cuerpo en la Navidad de 1942, y lo mantuvieron conservado hasta aquella mañana del 29 de abril de 1943.
Willian Martin se ha convertido en un objeto de culto para los amantes de la historia en Huelva, y una exposición organizada en Punta Umbría sacó a la luz muchos detalles que no se conocían, incluso cartas de amor, ya que los aliados no dejaron nada al azar, y en la ropa del cadáver había unas ficticias entre él y su novia, así como algunas facturas, muchos documentos para un hombre cuyo cadáver nunca fue reclamado legalmente por nadie.