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“¡Viva el Betis!”

En 1937, las autoridades republicanas, entendiendo la importancia de la propaganda, a la que don Manuel Azaña definió como “arma de guerra, equiparable a los gases tóxicos”, organizaron una serie de giras al extranjero de los mejores equipos del momento

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El mundo del deporte está repleto de historias. Algunas, con la pátina del tiempo se han convertido en leyenda. Esta es una de ellas. Hubo una vez un equipo español -todos sus jugadores lo eran, habían nacido en España- que jugó una temporada completa en una liga extranjera. Y no me refiero a una serie de amistosos o a un torneo más o menos importante. Y tampoco a que lo hicieran enrolados en equipos del país en cuestión. Jugaron juntos, como equipo español una temporada de la liga regular de aquel país. Y a punto estuvieron de ganarla. Esta es su historia...

Estamos en el año 1937. España se desangra en una incivil guerra que la ha partido por la mitad. No solo físicamente. El deporte -el fútbol- no se quedó al margen del conflicto. Hubo futbolistas en las trincheras en los dos bandos: en el nacional, algunos tan célebres en su época como Jacinto Quincoces, el sevillista Guillermo Eizaguirre, que alcanzó el grado de capitán de la Legión, o el ex jugador y futuro presidente del Real Madrid Santiago Bernabéu, que tras escapar del Madrid republicano se pasó la guerra pegando tiros como cabo del ejército mandado por el general Muñoz Grandes.

Pero esta fue la excepción. El fútbol era ya con diferencia el deporte más popular en nuestro país, y ambos bandos quisieron utilizarlo en beneficio propio. Las autoridades republicanas, entendiendo la importancia de la propaganda, a la que don Manuel Azaña definió como “arma de guerra, equiparable a los gases tóxicos”, organizaron una serie de giras al extranjero de los mejores equipos del momento, con un doble fin: recaudar fondos y difundir la razón y las razones de la causa republicana.

Con esa misión salió de España el FC Barcelona rumbo a México y EEUU. Al frente de la expedición azulgrana figuró Patrick O'Connel, al que en Andalucía conocimos como don Patricio. Antes de entrenar al Barça había pasado tres años en Sevilla, entrenando al Betis, al que hizo campeón de liga en 1935.
Y con idéntico fin partió de Bilbao el 23 de abril de 1937 una selección de jugadores vascos agrupados en un equipo que de manera previsible se llamó “Euskadi”. La gira la organizó el gobierno vasco, cuyo Leendakari, Jose Antonio Aguirre, había sido jugador del Athletic en su juventud. Era aquel un equipo fantástico, base de la selección española, con estrellas de la categoría de los hermanos Regueiro -jugadores del Real Madrid- Zubieta, Iraragorri, el gran Isidro Lángara o los béticos Serafin Aedo y Pedro Areso.

Nada más llegar a París los alcanzó la noticia del bombardeo de Guernika por la Legión Cóndor; en Moscú se completó el desastre: Bilbao había caído en manos de los facciosos. Ya no tenían casa a la que volver. Solo dos de aquellos jugadores consintieron en desertar para ser acogidos en la España de Franco, uno de ellos Guillermo Gorostiza, antiguo jugador del Athletic, que más tarde, en la década de los 40 formaría parte de la delantera “eléctrica” del Valencia. El resto siguió viaje. México, Argentina, Cuba... y otra vez México, que bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas se convirtió en el refugio elegido por la gran mayoría de exiliados republicanos españoles. Allí el Euskadi se inscribió en la liga mexicana, quedando en segunda posición en la temporada 1938/39, por detrás de otro equipo de nombre tan nuestro como el “Asturias”. El exilio se convirtió en muchos casos en definitivo: la mayoría de aquellos jugadores ficharon por equipo argentinos, entre ellos Isidro Lángara, que marcó cuatro goles en su legendario debut con San Lorenzo, o los béticos Areso y Aedo, que firmaron contrato con River Plate.

Lo mejor del fútbol español nutrió a aquella generosa tierra de acogida, y hubo casos, como los de los hijos de Luis Regueiro o el del catalán Vantolrá, que jugaron en la selección mexicana años después.
Todas estas cosas pueden ustedes encontrarlas en los libros. Los hay magníficos, como “El deporte en la Guerra Civil” de Julián García Candau, la historia del fútbol español de Jimmy Burns Marañón, o el imprescindible “El fútbol durante la guerra civil y el franquismo” de Carlos Fernandez Santander. Pero el epílogo de esta triste historia de vencedores y vencidos no está en ninguno de ellos. Se escribió muchos años más tarde, en Sevilla.

A finales de la década de los 80 el Betis quiso rendir homenaje a aquellos dos jugadores, a los que la guerra y su viento infame expulsaron de su tierra. Los dos formaron parte del equipo inolvidable que liderado por don Patricio O'Connell ganó la única liga de que puede presumir el club de Heliópolis. La historia me la contó mi compañero Guillermo Sánchez, por entonces joven y brillante periodista de la cadena SER. Tras realizar el saque de honor, Aedo y Areso participaron en un programa de radio. En realidad de los dos solo Pedro Areso pudo hablar. Serafín Aedo, aquel que un día firmara un contrato en blanco con el Betis, que nunca pudo cumplir porque se lo impidieron los fusiles, no podía hablar. Un ictus sufrido algunos meses antes lo mantenía postrado y mudo en una silla de ruedas. Pero he aquí que cuando la entrevista terminaba, aquel venerable anciano levantó la mirada y pronunció con toda claridad “viva el Betis”. Su mujer se echó a llorar porque eran sus primeras palabras desde que sufrió el ataque. Y probablemente también fueron fueron las últimas, porque Serafín Aedo murió pocos meses después.Y es que hay sentimientos que ni la guerra y sus infamias, ni el exilio, ni el tiempo ni la distancia son capaces de matar.

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