“A los tres días me di cuenta de que no es la empresa prometida”, asegura un antiguo becario que pasó un año en Inabensa, una de las filiales de Abengoa, trabajando once horas y media “todos los días, sin excepción”, cobrando 600 euros y sin cotizar, y sin poder librar ningún día por asuntos propios o disfrutar de vacaciones.
El becario, al que llamaremos Gregorio porque prefiere mantener el anonimato, asegura que desde el primer momento dan a entender que son muchas horas, “no te dicen cuántas pero terminas trabajando once horas y media, diariamente, sin excepción”. Tampoco sabía a quién dirigirse para quejarse: “es todo muy piramidal, te diriges a tu superior más inmediato pero te das cuenta de que es sólo un mero transmisor, supongo que de Álvaro Polo”.
Gregorio entró en Abengoa como muchos otros, entregó su currículum a alguien que ya trabajaba en la empresa y tras postularse como candidato, le hicieron una entrevista y comenzó su andadura. “Al principio, bien, pero a los dos o tres días te das cuenta de que no es la empresa prometida”, asegura, para continuar con contundencia: “los becarios son los más explotados, los que echan más horas y más trabajan”.
“Te sientes totalmente controlado, no puedes saltarte el horario”, relata reconociendo que nadie lo dice directamente pero siempre circulan ciertas frases, como la de un superior que, ante la queja de uno de los mandos intermedios de que sumar media hora más iba a dejar sin vida a los trabajadores, decía: “más vale que la gente no tenga vida a que tenga demasiada”.
Trabajos rutinarios
Destinado en el área ambiental, se pasó casi todo el año realizando “trabajos que nadie quería hacer, los más rutinarios”, sin posibilidad de participar de lleno ni aportar en los más importantes.
“Cuando entras tienen la idea de que te van a largar y lo hacen el último día”, asegura mientras relata que en la evaluación a los seis meses destacaron sus buenas actitudes para seguir en Abengoa y “te esfuerzas más”. Al año, ni le interesa el becario ni cumple el perfil de la empresa.
“Quieren tenernos el máximo tiempo y al máximo trabajo, por nada y menos sacamos mucho trabajo para adelante”, señala Gregorio, que apunta que había días que no había trabajo “real” y te invitaban a que “leyeras sus manuales”. En su caso, se preparaba el máster que ahora acaba de terminar pero “camuflado” porque no se lo permitían.
Malas maneras e insultos
Asegura que el ambiente “era malo”. “Hay cierta intención de subordinar con malas maneras, mala educación y con insultos”, y aunque reconoce la dificultad de establecer la frontera del mobing en toda regla, asegura que es “algo del día a día, se conocen entre ellos y está aceptado como parte del carácter de la gente, como una forma normal de relacionarse”. “No te lo esperas de una empresa así”, apunta.
Al trabajo de once horas y media al día de lunes a viernes, Gregorio le suma el hecho de que en el año que estuvo de becario no sólo no tuvo ni un día de vacaciones, sino que además no permitían que se tomaran ni un día libre por asuntos propios. “Yo tuve que presentar el justificante porque fui al médico dos horas”, asegura Gregorio, para recordar la presión que se ejercía sobre aquellos que estaban de baja por enfermedad o para que se reincorporaran antes de tiempo las compañeras con permiso de maternidad.
Y asegura que tuvo suerte. Un mes antes de que se cumpliera su año de beca, preguntó por su continuidad porque sabía que no había fondos presupuestados. Alguien le confesó que no seguiría. Ese mes cumplió con su horario al pie de la letra, ocho horas al día, “una relajación”, dice, lo que motivó que desde Recursos Humanos se interesaran por el motivo de su “desilusión”. No iba a echar más horas si no iba a continuar en la empresa.
“Hay miles de historias”, dice señalando las depresiones de algunos trabajadores, cómo duermen en el coche para “evadirse” en la hora de la comida, cómo les obligan a comer en un restaurante que “deja mucho que desear” o esa obsesión por controlar a la plantilla y obligarles a echar más horas cuando no son necesarias.
Y se pregunta: “¿qué clase de empresa para ser competitiva recurre a estas prácticas? Son gente preparada, saben idiomas, son capaces de llevar proyectos hacia adelante, la mayoría rinde”, asegura, para concluir que “la competitividad se gestiona de otra manera”.