E l hombre sólo es rico en hipocresía. En sus diez mil disfraces para engañar confía”. Definitivo aserto de Antonio Machado. De tal hombre, tal sociedad.
La Fundación Cruzcampo es una entidad que desarrolla su actividad amparada por el Ministerio de Cultura y que tiene entre sus fines “la promoción y desarrollo de todo tipo de actividades culturales” (artículo VII.a de sus Estatutos), eso sí, para mayores de 18 años… Por lo visto sería un atentado al decoro que una marca de cerveza (bebida alcohólica) promocionase la cultura entre los menores, vaya a ser que éstos se emborrachen leyendo un libro o asistiendo a una entrega de premios de narrativa… Me explico.
El día 19 de septiembre esta Fundación acogió la entrega de premios del II Concurso de Narrativa “Manuel Díaz Vargas”, que convoca Ediciones Alfar. Manuel Díaz Vargas era mi padre y fue fundador de la citada editorial allá por el año 1982, en la calle Porvenir, donde mi tío Javier disponía de unos locales y tenía mi tía Ana su taller de Alfarería.
Así que acudí con mis hijas al acto de entrega de premios, evento esencialmente cultural, pero no por ello ausente de connotaciones de carácter afectivo y familiar. Y no pude entrar, ya ven. Siendo Cruzcampo una marca de cerveza debe ser apartada de los menores para evitar su contagio moral.
Es curioso que dicho contagio no se produzca al usar los menores las bicicletas municipales de SEVICI, al participar en el circuito cordobés de carreras populares, al inscribirse en la Federación Española de Tenis o al ser socio del Cádiz CF, actividades y entidades que patrocina la marca y cuentan con una importantísima participación de menores… sin hacer mención del patrocinio de “La Roja” y su significativa asociación con la Cruzcampo; sólo con eso, por deducción, los menores estarían ya condenados al alcoholismo.
No sé qué mensaje pretende trasladar la Fundación con esta norma, que no es norma sino injusta regla. Es evidente que detrás de tan burda medida no hay más que una apariencia de protección de los intereses de los menores, incluso por encima del sentido común, en una ciudad como ésta, además, que hizo de la marca una religión y la ha sostenido por los siglos de los siglos. Separémonos padres e hijos y hagamos vidas distintas; y el apóstol, mientras besa, pone la mano y atrapa su beneficio…eso es la economía de mercado, y Cruzcampo; me da igual que el formato sea sociedad o fundación, pues lo mismo es al fin y al cabo.
Dicho lo anterior, sólo me queda referirme a la falta de flexibilidad de la persona allí encargada, miembro del Patronato y Gerente de la Fundación, para hacerse cargo de una situación excepcional, excepcionalidad y flexibilidad que son principios generales del derecho de cualquier ordenamiento jurídico. Antes de seguir tengo que decir que ni la invitación, ni la página web de la Fundación hacían referencia a la asistencia o no de menores al acto. Quiero decir con ello que no acudí allí con el ánimo de que se hiciera una excepción conmigo.
Y allí estábamos, a las 20,30 de la noche mi mujer, mi hermano y yo con nuestros hijos en la puerta de la fábrica y con algunos amigos atónitos, a la espera de un atisbo de comprensión que no llegó, pese a prometer que nos iríamos en cuanto terminara el acto de entrega de premios, sin quedarnos al aperitivo posterior, sin duda vehículo de perversión de menores. Dudoso es prohibir lo que la ley permite. Y así fuimos privados de asistir a la entrega de los premios de narrativa “Manuel Díaz Vargas”, qué paradoja.
A quién ofendían allí los niños. ¿Os molesta? Os ofende.
¿Culpa mía tal vez o es de vosotros? A mis hijas, a mi familia y a mí sí nos han ofendido innecesariamente, y a mi padre, sin duda también, esté donde esté o donde no esté.
Perpetrada tal pantomima, nos fuimos al “Templete”, un bar que hay junto al humilladero de la Cruz del Campo, a tomar una cerveza, mientras mis hijas y mis sobrinos se divertían alrededor de nuestra mesa, como ha sido siempre, desde que yo recuerdo… y no noté que se pervirtiera por ello ni su moral ni su alma.