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De vuelta a Ítaca

Se buscan héroes de la nación andaluza

Andalucía sigue esperando a líderes cualificados del nacionalismo andaluz.

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Anoche terminé de leer el último libro de Ángel Duarte Montserrat, “Héroes de la nación. Apóstoles de la República”, una interesante aproximación a siete vidas del republicanismo catalanista y el nacionalismo catalán, que de una manera magistral, aporta algunas claves vitales para comprender la Cataluña contemporánea. El exceso de trabajo de los últimos meses me había hecho posponer continuamente su lectura, y ahora que lo he acabado siento la satisfacción intelectual que te deja cualquier obra que te hace reflexionar sobre cuestiones a las que hasta entonces no has prestado mucha atención. ¡Qué le vamos a hacer!, tal vez por ser andaluz, el estudio del nacionalismo nunca me atrajo demasiado.

Mientras leía el libro me pregunté cómo era posible que en Andalucía -aparte de a Blas Infante-, no hubiésemos tenido unos Antoni Rovira, Pere Coromines, Companys o Tarradellas, capaces de haber cimentado un nacionalismo andaluz. Objetivamente aquí se han dado también circunstancias objetivas para su nacimiento pues en Andalucía, desde el inicio de la contemporaneidad, la situación económica se ha caracterizado por un subdesarrollo vinculado al desarrollo de otras zonas, que convirtieron a nuestra región en colonia,  no sólo del capitalismo mundial, sino también del español.

Andalucía así fue condenada a convertirse en lo que Gunder Frank definió como una colonia interna, una economía dependiente del centro que era de donde surgía el impulso capitalista. El subdesarrollo fue el papel asignado a Andalucía para aumentar la productividad dentro de una división regional del trabajo, que fue posible gracias al pacto entre la burguesía industrial y terrateniente, y que impulsó el desarrollo de otras zonas, provocando el receso económico aquí, mientras otras regiones impulsaban la industria, Andalucía vio por ello aumentar su sector agrícola especializado en la exportación, promocionándose los latifundios a la vez que el sector industrial casi desaparecía.

Esta especial situación económica fácilmente podría haber propiciado el surgimiento de movimientos nacionalistas o regionalistas de corte izquierdista, pero en realidad, estas ideas no sedujeron a las trabajadores, faltos de dirigentes capaces de convencerlos. Sólo Blas Infante puede salvarse en este andalucismo histórico que acertó a vislumbrar el problema de la tierra y su concentración en pocas manos, a pesar de su escaso éxito entre los campesinos andaluces, arraigados a las ideas anarquistas según la fórmula Jacques Maurice de que “a mayor concentración de la propiedad rústica, mayor arraigo del anarquismo”.

El golpe de estado franquista puso fin a este tímido nacionalismo de izquierda que, aún después de las luchas autonomistas, todavía anda buscando a teóricos capaces de dirigir un hipotético resurgimiento. La política oportunista del hoy deshecho Partido Andalucista y la debilidad del nacionalismo izquierdista de la CUT-BAI de Sánchez Gordillo y Cañamero fuera de sus zonas de influencia, me hace pensar que queda mucho todavía en Andalucía para tener a nuestros propios apóstoles de la nación andaluza. Aunque la verdad, viendo lo que pasa en Cataluña, no sé si tal vez es mejor así, no vaya a ser que nuestros apóstoles también fuesen unos oportunistas.
 

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