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La salita de Moy

No todos los curas son unos pederastas

Por supuesto que no lo son. Pero claro, gusta tanto un titular en esta España amarilla...

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Por supuesto que no lo son. Pero claro, gusta tanto un titular en esta España amarilla donde la Iglesia y todo lo que la rodea se sitúa en el centro de la diana, que en la minoría de la minoría un diminuto grano parece formar una montaña de arena. Y hoy te lo quiero explicar con un caso concreto, así que estás invitado a que pases dentro de mi salita para que hablemos de ejemplares personas que habitan en el seno de la casa de Dios. Eso sí, limpia las suelas de tus zapatos en el felpudo de la entrada que esto está recién fregado.

Él, un siervo y pastor del Señor, es joven, dinámico, activo, servicial y atrevido, aunque con tintes de timidez. Es el cura que a tantos tomó de la mano el pasado mes de enero en Tierra Santa para promulgar, no con la palabra sino con el ejemplo, el más certero testimonio de Dios. Con él muchos descubrimos que no hay nada que temer, ni siquiera escaparse a altas horas de la noche por la ciudad vieja de Jerusalén tras cruzar callejones oscuros de arrabales musulmanes, porque en la bondad y la confianza sobre las personas radica el mejor fin de cualquier clase de religión.

Él, un cura con todos sus “avíos”, nos guió al respeto y a la convivencia con todas aquellas personas de ideologías distintas. Nos hizo entender como nadie que la verdad absoluta es la fe, pero también la humanidad. Comprender que en el barco de Pedro no todos navegaron, pero no por ello el infierno es su destino. Fue él quién tomó desde la amistad la vara del pastor para guiar al rebaño por la Tierra Santa donde Nuestro Señor Jesucristo y la Santísima Virgen María sembraron nuestros prósperos frutos.

Suena a broma, pero allí más de uno le llamábamos “Papa de Coria”, porque en esa trasera conquistó corazones y demostró permanentemente con hechos cómo en esa ribera del Guadalquivir, donde los albures se adoban, no sólo acumula fieles en su Parroquia de San José, sino fans por sus hechos, por reflejar en su vida el más cercano espíritu de la santidad. Ha levantado a todo un pueblo que lo adora; ha arropado a Hermandades para seguir reclutando siervos del Señor; ha tendido su mano por delante del presbiterio para ser humano antes que Santo. Por eso, aunque te llamen reverendo padre, yo prefiero llamarte por tu nombre y decirte padre, pero también amigo. Porque no, no pagarán justos por pecadores. Porque no, porque esta batalla contra la enfermedad la vamos a ganar, querido Javi Brazo.

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