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La profecía de James Watson

El sistema Big Brother funciona de maravilla (ver George Orwell, 1984, novela escrita entre 1947 y 1948 publicada en 1949).

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El sistema Big Brother funciona de maravilla (ver George Orwell, 1984, novela escrita entre 1947 y 1948 publicada en 1949). A todo lo largo del siglo XX dicho sistema se fue desarrollando y perfeccionando hasta su implantación definitiva identificada con el proceso de globalización y los extraordinarios avances de los métodos integrales de control social. Son situaciones consolidadas que, hoy por hoy, resultan prácticamente irreversibles: es decir, que han sido asimiladas por las sociedades a nivel mundial.


El mencionado sistema se basa en una multiplicidad de principios, en esencia paradójicos, los cuales configuran un código omnicomprensivo estructurado según una dinámica de la antítesis permanente instrumentalizada por los centros de mando para difundir un discurso que afirma y, al mismo tiempo, niega una idea, un concepto, una propuesta, un enunciado. “Doblepensar (doublethink) –expresa Orwell– significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en el entendimiento (…). Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo cuando interese, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega…”.
James Dewey Watson (Chicago, 1928) es un prestigioso bioquímico que fue galardonado en 1962, junto a sus colegas británicos Francis Crick y Maurice Wilkins, con el Premio Nobel de Medicina por sus descubrimientos sobre la estructura molecular del ADN y su importancia en la transferencia de información en la materia viva. Las investigaciones posteriores de Arthur Kornberg confirmaron, experimentalmente, la exactitud del modelo propuesto por Watson, Crick y Wilkins. En 1968 Watson fue nombrado director del célebre Laboratorio de Biología Cuantitativa de Cold Spring Harbor (Nueva York).

Hace dos años, en octubre de 2007, el doctor Watson (que es un neonazi de los pies a la cabeza) hizo unas declaraciones explosivas al diario británico The Sunday Times asegurando que, genéticamente, había razas superiores a otras en inteligencia, y que los negros eran, sin duda, los menos favorecidos por sus genes en cuanto a capacidad intelectual. Dijo también que las políticas sociales que los países ricos aplicaban en África estaban basadas en la presunción de que la inteligencia de sus habitantes alcanzaba el nivel de los blancos, “cuando todas las pruebas demuestran que no es así”. Añadió, como guinda del flan, que existía un deseo universal de que todos los seres humanos deben ser iguales, “pero la gente que tiene que tratar con empleados negros sabe que eso es cierto”. Watson, que no es el único científico que defiende esto (ahí están, entre otros, Charles Murray o Richard Hermstein), salió con el cuento de que sus palabras habían sido tergiversadas, pero fue duramente criticado tanto por profesionales de la ciencia (que desmintieron técnicamente sus argumentos) como por altos cargos públicos. Tuvo que dimitir de su puesto en el Cold Spring Harbor.

No faltan, sin embargo, los que sospechan que Watson intervino como la boca de ganso que adelanta lo que se está preparando entre bastidores. Algún día (quizás no muy lejano) los sucesores en el poder de los mismos que condenaron, por un subterfugio coyuntural de corrección política, las manifestaciones de este sujeto, le darán la vuelta a la tortilla (doblepensar) y proclamarán a los cuatro vientos que el origen genético de la desigualdad intelectual entre las razas es un dogma incontestable. Y esos poderosos, adscritos a idearios teóricamente democráticos (más bien demofascistas), pondrán en marcha programas (o mejor dicho pogromos) de ingeniería racial destinados, por ejemplo, a la esterilización masiva (exterminio) de etnias consideradas inferiores, especialmente en África. Ojalá nos equivoquemos. El tiempo lo dirá.

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