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“Todo cuento supone una entrega por parte del público o el oyente”

El conocido cuentacuentos aterriza este viernes en el teatro Olivares Veas para contar "historias de dos rombos", historias para mayores

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  • Pepe Maestro. -

Pepe Maestro es delgado, musculoso. Vive del cuento. De contar cuentos. Tiene oficio de abuela, de esas abuelas que en las noches de invierno, mientras removían la sarteneja de cisco picón, nos contaban cuentos de príncipes y Papas, o de mendigos que luego resultaban ser grandes potentados. Siempre hemos pensado que la tradición oral, el cuento, era más propio del sexo femenino, de las dueñas de la casa que, entre otras misiones, tenían en exclusiva el cuidado de los niños. Pero Maestro viene a desmentir nuestra tesis y lleva tiempo erigido en un contador de amplio espectro, porque lo mismo atrapa a los niños como a los mayores. Este viernes viene al Teatro "Olivares Veas", a las nueve de la tarde, a contarnos historias de dos rombos, historias para mayores. Antes, durante esta semana, ha actuado en sesiones matinales para los niños del Santiscal y de otros centros escolares. Le hemos planteado un cuestionario que, a través de Internet, nos envía contestado:


—En "El Decamerón", la obra de Bocaccio, diez jóvenes florentinos que huyen de la peste del siglo XIV se retiran al campo y se dedican a contarse cuentos para olvidar la terrible mortandad que asola la región. ¿Es también el cuento, contar cuentos, una fórmula válida para esconderse de esta peste económica en que se ha  convertido la crisis?
—Una de las funciones del cuento es transportarnos más allá de la realidad.
¿Cómo podríamos vivir, en cualquier edad de la vida, sin cuentos ni juegos?, decía Nietzsche. El cuento, al igual que otras formas de entretenimiento, supone un alto en el camino. El narrador y el oyente se olvidan de sí mismos y viven una misma fantasía.


—Uno ha crecido en la falda de abuelas que contaban cuentos mientras te dejaban dormido. ¿De dónde viene la tradición oral? ¿Está inscrito en nuestro ADN la necesidad de contar?
—Alguien dijo que los cuentos se hicieron para acortar la noche. El primero que después de cazar exageró en la cueva cómo había sido y comprobó que con la palabra tenía el poder de revivir lo sucedido, de fascinar a los otros, ése fue el que incorporó a nuestro ADN la ficción. Bueno, y la inmensidad del firmamento, que en algo influiría.


—Los cuentos se cuentan no sólo con la voz, sino que hay que acompañar el relato con gesticulaciones, onomatopeyas. El cuentacuentos es, en fin, un actor. ¿Cómo hay que actuar para dejar a un niño con la boca abierta, o a un adulto con la perplejidad de un niño?
—En primer lugar, tiene uno mismo que dejarse atrapar por una historia. Vivir con ella el tiempo necesario hasta que elija salir. En segundo lugar, ser sincero mientras se cuenta, aunque sea la mayor de las mentiras. Lo que uno cuenta, en verdad,  es la relación que posee con la historia. Entonces, los oyentes entran al trapo, se dejan seducir sin saberlo.


—Usted lo mismo cuenta las vicisitudes de la vaca Alfonsina, que se cayó en una piscina, que cuenta cuentos para adultos. ¿Dónde se encuentra más cómodo? O mejor dicho: ¿Cuál es el oyente más difícil?
—Todo cuento supone una entrega por parte del público o el oyente. Una sesión de cuentos contiene tres pilares: el narrador, la historia y el oyente. Este último es igual de importante que el primero porque aunque parezca pasivo, interviene de un modo definitivo en el hecho de contar. Según escuche, la historia tomará unos derroteros u otros, el narrador se detendrá en algún pasaje bien recibido, acentuará un carácter, acelerará una acción…, ajustará su cuento al público sin poder evitarlo, porque el cuento funciona así. No es como el teatro, la cuarta pared. El público interviene escuchando de un modo fundamental. Los niños generalmente están más predispuestos a la escucha. Pero si se sienten engañados o la historia no les compromete lo demostrarán de inmediato. El adulto es más reservado, más analítico al principio, hasta que se entrega. Entonces se comporta como un niño.

—A usted lo hemos visto contar cuentos con Q, lo hemos visto hablar en lenguaje africano o lo hemos oído emular los berridos de una vaca en celo. ¿De qué nos reímos más? ¿De la muerte y del sexo, quizás…?
—Sin duda, también de nuestra fugacidad, de vernos reflejados en cualquier personaje, de nosotros mismos en definitiva.


—¿Le han tratado de insultar alguna vez llamándome cuentista?
—Soy el primero que digo que vivo del cuento. Nunca miento.

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