Como estamos en plena ola de calor, viene a la entrevista con un abanico blanco, un abanico que seguro es experto en mover el aire de las novenas de la Virgen de las Nieves, la Patrona de nuestro pueblo. Josefa trae colgada al cuello una medalla de la misma Virgen, un muestrario de su amor por dicha imagen. A Josefa Valle la vimos el sábado pasado en la antesala de un centro comercial, recogiendo alimentos no perecederos para el fondo de caridad San Juan Evangelista. Con otras personas de su Junta Directiva se empeñan en la caridad, que no es otra cosa que amor, amor al prójimo. Otras veces la vemos organizando la salida de la Virgen de las Nieves, en las tardes calurosas de los cinco de agosto. Como ahora está próxima esa fecha hemos querido hablar con ella de todo eso, de procesiones, de amor al prójimo…
¿Cómo es el día a día de una hermandad? ¿Cómo es el día a día de la hermandad de la Virgen de las Nieves?
—El día a día de una hermandad, sea de gloria o de penitencia, es todo el año, el trabajo de todo un año. No es lo que se ve en la calle el día de la salida procesional. Nosotros, nuestra Junta de Gobierno nos pasamos todo el año manteniendo las flores, la limpieza y el decoro de la imagen, del camerino…. El año pasado le arreglamos a la Virgen un cíngulo antiquísimo. Les encargamos el trabajo a unas monjas de Jerez. Y luego la función social de la Hermandad. Desde luego casi todo está por dentro. La salida procesional es el final de un curso de trabajos.
Una duda: ¿Son todas mujeres o pueden ser hermanos de la Virgen también los hombres?
—Claro que sí. En esta Junta de Gobierno somos todas mujeres, Secretaria, Tesorera, Vocales, pero también pueden pertenecer los hombres. Somos todas mujeres ahora, pero los hombres colaboran mucho. Por ejemplo, los cargueros en la salida procesional del cinco de agosto. El capataz de los cargueros es Pedro Valiente, un hombre que además de organizar la salida nos organiza cada año una excursión, con objeto de recaudar fondos. Pedro Valiente ha sido miembro de la hermandad del Cachorro, en Sevilla, y nos asesora en muchos aspectos. Sí es verdad que la mayoría de los hermanos somos mujeres, pero caben también los hombres. Ahora hay muchas hermanas que están inscribiendo a niños pequeñitos, recién nacidos. Por darte algunos nombres de hombres que han pertenecido a la hermandad te digo Diego Monroy, o la mayoría de los hombres de la familia Velázquez-Gaztelu, que tradicionalmente son hermanos de la Virgen de las Nieves.
Ahora tienen elecciones, ¿no es así?
—Ahora tenemos elecciones. Han terminado los cuatro años de nuestro mandato y ahora estamos en periodo de asunción de candidaturas. Mi intención era dejar el cargo de hermana mayor si había otra persona que se presentaba. Pero como no se ha presentado nadie he decidido continuar. La documentación sobre la nueva Junta está ya en el Obispado, y nuestro director espiritual, don Jesús, tiene que dar el visto bueno a la nueva Junta.
¿De dónde le viene la devoción por la Virgen de las Nieves?
—Desde muy pequeñita asistía con mi madre a las novenas de la Virgen, y a las procesiones. Supongo que eso ha influido mucho en mi devoción.
Además del aspecto religioso, su hermandad, todas las hermandades, cumplen una función social callada: la caridad. El sábado la vimos en un supermercado recogiendo alimentos para la bolsa de caridad “San Juan Evangelista”, que pertenece a la hermandad del Perdón.
—Sí. Este año nos ha pedido colaboración la hermandad del Perdón y por supuesto hemos estado ahí. Nosotros colaboramos con Cáritas todas las Navidades, y con el Banco de Alimentos de Cádiz.
¿Y cuál es su experiencia en esta recogida de alimentos?
—Como siempre me ha sorprendido y emocionado la actitud de la gente. Todo el mundo está deseando de colaborar. Incluso de la gente más necesitada, de los que menos te lo esperas, te llevas una gran sorpresa. La gente es muy buena en general y está siempre dispuesta a desprenderse de cosas para dárselas a los demás. Es muy bonito descubrir esas cosas.
¿Con la crisis se han agudizado más las necesidades?
—Claro que sí. La gente más desfavorecida ha visto que crecían sus necesidades y nosotros hemos estado, en la medida de nuestras posibilidades, dispuestos a remediarlo. Don Jesús Lozano, nuestro director espiritual, nos ha inculcado siempre que las hermandades tenemos que estar muy unidad, para ayudarnos entre nosotros y para ayudar a las demás personas.
Ya tenemos encima el cinco de agosto. ¿Algún cambio en la programación respecto de otros años?
—Pues sí. Este año hemos acordado, en concierto con nuestro Director espiritual, celebrar la solemne función del día cinco de agosto a las siete de la tarde, para una vez terminada iniciar la procesión. Con eso queremos evitar que, dado el calor que hace siempre ese día, las personas tengan que trasladarse a Santa María por la mañana a la función y por la tarde a la procesión. Así, lo hacemos todo por la tarde. La novena no. La novena mantiene los mismos horarios, a las ocho de la mañana y a las ocho de la tarde.
¿Y el recorrido será el mismo?
—El recorrido será igual que en otros años. A nosotros nos gusta mucho ver a la Virgen en la Corredera, y en otras calles, pero como este año ya salió en la procesión extraordinaria de octubre hemos decidido dejarlo para otro año. Yo he visto a la Virgen, hace años, en el Barrio Bajo. Recuerdo haber visto en la procesión, por el Arco de Matrera, a Don Rafael Bellido Caro, el Obispo, que era un gran devoto de la Patrona. Cuento estas cosas porque he seguido siempre a la Virgen. La devoción me viene de la infancia. Mi madre me hizo hermana cuando yo era niña, y me llevaba a las novenas. Cuando me casé y tuve a mis hijas hice lo mismo con ellas.
Ahora se jubila usted, ¿es cierto?
—Sí. Me jubilo. Ya es hora. Yo entré a trabajar en Telefónica con dieciocho años. Trabajaba en la centralita que había en la cuesta de Belén. Allí estuve doce años, y en mil novecientos ochenta, cuando empezaron a funcionar los teléfonos automáticos, nos ofrecieron que si queríamos seguir nos examinaban y nos mandaban donde hiciera falta. Pero yo decidí quedarme a cuidar a mis padres. Mis padres eran mayores, me necesitaban y me quedé a cuidarlos. Con el tiempo me he planteado si había hecho bien renunciando a mi actividad laboral en Telefónica, pero me tiró más, y no me arrepiente, el cuidado de mis padres. Los cuidé durante diez años y en ese tiempo me casé y tuve a mis dos hijas. Cuando murieron mis padres decidí volver a trabajar, y entré de empleada de la limpieza en los Juzgados de Arcos, donde me voy a jubilar ahora.
Pero jubilarse no es parar, ¿no?
—Claro que no. Yo quiero seguir viviendo activamente, empleando mi tiempo en ayudar a los demás a través de la hermandad. Y dedicarme, como siempre, a mi familia, por supuesto.
Volviendo a la hermandad.
¿Hay mucha fe en las hermandades? ¿Hay también, en algunos casos, ganas de aparentar, de figurar?
—En nuestra hermandad hay muchas personas mayores y en ellas veo mucha fe, mucha dedicación sincera. Es posible que, de vez en cuando, aparezca alguna persona que pueda buscar aparentar, pero generalmente es por fe, o por la memoria de lo que han visto en su casa. Particularmente a mi me avergüenza mucho de ir representando a la hermandad públicamente. Soy muy tímida y a veces me gustaría estar sólo por dentro, pero sé que como hermana mayor tengo que hacerlo.
¿Se aprende mucho en una hermandad?
—En la hermandad se aprende mucho. Se aprende a escuchar a la gente. Yo siempre estoy aprendiendo de todo el mundo. Me gusta escuchar a todo el mundo porque todos tenemos algo muy valioso dentro. Hay mucha gente que sufre, que necesita ser ayudada en su dolor, y la hermandad es un lugar adecuado para hacerlo.
Dice usted que su madre la llevaba a las novenas de la Virgen. Cada vez nos parecemos más a nuestras madres, a nuestros padres, ¿no cree?
—Y tanto. Yo cada vez me parezco más a mi madre, a su forma de ser, de entender la vida. Cuando somos muy jóvenes no entendemos a nuestros mayores. Por ejemplo, mi madre solía decir que hay cosas peores que la muerte. Cuando yo escuchaba eso no la entendía. Cómo va a haber algo peor que morirse, decía yo. Luego, con el tiempo, y por desgracia, tuve que entenderlo, porque peor que morirse es tener que asistir a la muerte de alguien a quien uno quiere por encima de todo.