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El Corazón de la Manzana

"En consecuencia, florecieron las manzanas en un abandono maternal y en un paternalismo omitido. Finalmente, la tierra inició una contienda de aguas y frutas para unos pocos y lodos y pesticidas para una mayoría"

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Érase una vez El Corazón de la Manzana cuya función era florecer y expandirse. Sin embargo, lo colgaron al límite de los flecos de los árboles deshilachados que, por poco, no alcanzaban a sostener el peso de los pesares. La verde cobertura y los jugosos hoyuelos con sus pulidas pepitas del ensayo y del error, corrían un gran peligro pues al manzanal lo querían mutar en el cuento del desierto de las blancas nieves y rescindir los arrendamientos de los gusanos, desmontando sus códigos hasta hacerles la vida imposible a base de transparentes toxinas, puntualmente dosificadas por la emancipación de la ley de los laboratorios.
Fotografiaron las frutas en una tersa erótica plastificada. Las situaron anidadas en pechitos de estilizado cartón, intachables en las tácticas de mercado. Además, domesticaron las praderas que, administradas por transgénicos poblados, rentabilizaban las militarizadas simientes. Se confeccionó una lista de tamaños, destinos y admisiones y por unanimidad decretaron la invalidez del lento crecimiento, por eso mismo, por desarrollo pausado. En consecuencia, florecieron las manzanas en un abandono maternal y en un paternalismo omitido. Finalmente, la tierra inició una contienda de aguas y frutas para unos pocos y lodos y pesticidas para una mayoría.
Y así fue cómo el Corazón de la Manzana, acabó por desaparecer.
En el paraíso, sin la presencia de la ilustrada reina del fructificar, la ausencia del pan orquestó el shock del miedo, la herencia de las inseguridades, los largos ornamentos de los egoísmos y el maquillaje de las hipocresías. El recelo apretó las nalgas y para contrarrestarlo se extendió la moda de unas natillas atractivamente fechadas de inmunidad. Con la vana promesa del pedacito de cielo, quedaron oficialmente instauradas dos clases de siestas: una, aditada de un paganismo de pacotilla tatuado en las solapas y la otra, grabada por una viral y absoluta retirada de empatías. Para tal fin, instalaron en los comederos del comedor humano unas seductoras pantallas de alta resolución valederas las veinticuatro horas del día.
Los hombres durmieron, cabecearon sus siestas, soñaron sus guerras y pernoctaron en los lechos de la vida sin ser molestados. Las pausas de los hombres, largas y profundas, reparaban sus desconciertos. Convencidos de que la higiene de los lavabos venía de serie sobre la inmaculada porcelana, se sentían reconfortados tras la liviandad de la merienda. Las mujeres, con los ojos abiertos, contemplaban la vida en breves descansos a intervalos de los ejércitos de trapos y jabones, de cajones y alacenas, de geranios y balcones. Los letargos de ellas aparecían poblados de azoteas de sábanas, ciudades de camisas, batallones de toallas y desconciertos de calcetines atrapados por los alfileres. Ellas no dormitaban de las varoniles contiendas ni de los consejos ministeriales pero, conocían de cerca todos sus contenidos.
Así, en el macabro juego de los personajes adjudicados, soñaban los unos y las otras sin encontrarse, sin reconocerse, sin indagarse. Sin preguntas y sin respuestas.
Las colmeneras y sus colmenas con la vecindad de orugas y las fronteras de ratas almizcleras, se diluían peligrosamente en las páginas que ilustraban sus hábitos. Las cigüeñas cambiaron radicalmente el mapa de sus vuelos estacionales y optaron por evitarse el peligroso viaje de invierno trasladando los nidos a las cercanías de los numerosos almacenes de detritus. De antipática vecindad, las gaviotas de interior. Pronto los lobos se aproximaron a las prohibitivas fuentes de desperdicios. Agobiados por el hambre de sus crianzas, y la suya propia, vendieron su salvaje y saludable espíritu a cambio de proteínas malolientes, socavando de colesterol las lobunas arterias.
Era tal el cúmulo de inmundicia que esconderla debajo de las alfombras acabó siendo imposible. Sembraron falsos paisajes bajo los cuales dormitaba la deshonra del consumo. Abrieron profundos abismos y los abarrotaron de lucrativas inmundicias, practicaron cirugías en los territorios que ocultaran los excrementos resultantes de tragar selvas y plazas, océanos y escuelas, acequias y armarios, ciudades, bibliotecas, familias... En dirección a las secundarias moradas continentales y fletadas con falsificadas matrículas de honor, se deshicieron de las materias más comprometidas, costosas e incómodas de procesar.
Y libremente acamparon en su albedrío los energúmenos que, sustentados por la única ambición de mantener intacta la recaudación del menudeo y el redondeo, se pertrecharon con sus maletines de ganancias, viajando a bordo del vapor de los negreros, zampando viandas ajenas sin el menor atraganto, desplegando artimañas por debajo de las mesas, negando, con los bolsillos repletos de billetes, la compra del tiempo de las almas.
Los niños y las niñas danzaron al ritmo de las sombras de sus madres despiertas y de sus padres dormidos, sumidos en el espanto de los domingos, los lunes, los martes y el fin de las noches. La tristeza colmó los saleros, las repisas amanecieron con colgajos de telarañas y, sin contaminar las conciencias, los baberos de los bebés se empaparon de babas impropias en los mares de las infamias. Vapuleados por las miserias, las olas depositaron en las orillas oceánicas el naufragio del mal construido puzle que se desencaja gritando:
- ¡Tierra, tierra a la vista!
El Corazón de la Manzana no volvió a ser el mismo desde el extravío de sus nombres en la impertinente memoria transgénica. Por ello -y por muchas cosas más- en un justo giro de huracán, sus antepenúltimas semillas pasaron a una firme custodia debajo de la fina piel terráquea y a la espera de mejores y proporcionadas estaciones.
La Tierra adoptó múltiples posturas en el ánimo de satisfacer las insatisfacciones, los recetarios de incomunicaciones, las pueriles imaginaciones y los viajes de cinco mil quinientos ociosos retratos. ¿Y qué obtuvo? La pérdida del corazón en el extravío de las manzanas traficadas en la ordinariez etiquetada de todas las desigualdades.
Se compusieron canciones en su memoria, señalaron un día del calendario en festejo de su frutal pretérito pasado. Las gentes acudían en masas y adquirían camisetas con su leyenda, las ancianas narraban antiguas recetas de tartas e invariablemente y a petición del público, siempre añadían más y más azúcar. La infancia escuchaba con atención la fábula feliz del resumen de la incompetencia humana, la barbarie de los alimentos, el asesinato del medioambiente, el desentendimiento de las culturas y las crueldades del poder.
El Corazón de la Manzana formaba una cuna, un columpio, un bombón y una luna.
Y colorín, colorado, el cuento, todavía, no se ha acabado. 

Nota: fragmento del texto adaptado para los Medios de Comunicación.

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