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El jardín de Bomarzo

Los gérmenes en la humanidad

La cultura está ejerciendo su condición de bálsamo social necesario y el disfrute de ella hace más llevadero este confinamiento

Publicado: 09/04/2020 ·
13:03
· Actualizado: 09/04/2020 · 13:05
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Bomarzo

Bomarzo y sus míticos monstruos de la famosa ruta italiana de Viterbo en versión andaluza

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Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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“Lo importante no es el destino, sino el camino que a él nos lleva”. Homero .
 
La cultura está ejerciendo su condición de bálsamo social necesario y el disfrute de ella hace más llevadero este confinamiento al que, en general, parece nos acostumbramos, aunque solo sea porque la necesidad obligue. Muchas recomendaciones sobre qué libro leer, qué serie en las distintas plataformas seguir, qué películas ver y, cómo no, qué discos oír y hasta qué recetas de bizcochos, galletas, magdalenas, puding, brownie, flan o demás calóricos postres probar. La cultura es esencial, quizás no en un primer plano de lo básico para subsistir pero va justo detrás. Las épocas claves de nuestra historia suelen tener sus himnos y una canción se convierte en himno cuando trasciende en el tiempo, de hecho esta época que vivimos busca sus himnos para que sirvan de hilo musical a una etapa que hoy nos parece la reconversión del mundo hacia el mañana. Una de ellas fue la escrita por Sabina bajo el título ¿Quién me ha robado el mes de abril? de aquel inolvidable álbum El hombre del traje gris, letra triste y melancólica con la que todos nos identificamos ahora a tenor de este primaveral y desconocido mes que quedará marcado en nuestro calendario, quizás bajo los acordes de esa letra de Sabina porque todos sentimos que se nos ha hurtado el presente. Tal vez por eso aquí, en la posada del fracaso, sin consuelo ni ascensor, donde el desamparo a veces y la humedad, pocas, comparten colchón, buceo por otros males pandémicos en dosis extra de puente para servir un relato sin azúcar glass que nos haga ver de dónde venimos porque la historia se repite y así, tal vez, poder entender algo. O no.
 
La OMS determina la existencia de una pandemia cuando un brote epidémico afecta a más de un continente y los casos de cada país son por transmisión entre los habitantes; brote es cuando aparece una enfermedad debida a una infección en un lugar específico y en un momento determinado y, por su parte, epidemia es cuando una enfermedad se propaga exponencialmente en un área geográfica concreta debido a que el brote sin control se mantiene en el tiempo. Los tres tipos de propagación de enfermedades infecciosas se han dado a lo largo de la historia de la humanidad. En un principio se consideraban castigo de los dioses, luego del Dios católico, también el inicio del fin del mundo, protecciones divinas a los inmunes e incluso múltiples teorías de la conspiración como la de los conquistadores de América, de quienes se llegó a decir que llevaban a personas infectadas de los peores virus de la época con el fin de exterminar a los indígenas sin usar las armas. Teorías conspiratorias que han ido evolucionando a historias más alambicadas según los avances de la tecnología: “ Todo lo que ocurre en el mundo tiene que tener alguna razón para que suceda, porque es absolutamente imposible que ocurra algo sin ninguna razón”, decía Platón en su obra Timeo. Lo cierto es que las guerras y los virus han sido los peores enemigos de la humanidad.
 
EPIDEMIAS. La Malaria es de las más antiguas de la historia humana. Su origen se sitúa en el períodoPaleógeno en los primates, que contagiaron al ser humano; enfermedad recurrente con tratamiento a base de quinina descubierto en el siglo XVII, vacuna objeto del deseo de las grandes potencias imperiales para hacerse con la mayor cantidad posible de ella y de este modo ejercer el control político en las tierras más sacudidas por la enfermedad. La alta mortandad del Sarampión en nuestra península fue reflejada por las crónicas de Estrabón, Polibio y Plinio el Viejo. Siendo sus principales víctimas los niños, provocó la desaparición de pueblos enteros por la inexistencia de nuevas generaciones. Se calcula que ha originado más de 200 millones de muertos a lo largo de la historia y aún en la actualidad no tiene cura, pero su contagio se previene de forma efectiva mediante la vacuna triple vírica aplicada a niños y de uso desde 1970.  La Peste Justiniana de hace 1.500 años provocó la muerte de entre 25 y 50 millones de personas. El despoblamiento del Imperio Bizantino provocado, sumado a la parálisis social y económica por el aislamiento que sufrió el pueblo durante mucho tiempo, reduciéndose con ello el ejército, facilitó la invasión de pueblos bárbaros, frustrando los planes de unificación del Imperio Romano. Un claro ejemplo del desastre económico fue la drástica bajada del comercio bizantino por excelencia, el marfil, del que actualmente se conservan en museos de historia veinte veces más piezas de antes de la pandemia que las que se conservan a partir de ella.  
 
La Peste Negra o bubónica  fue la más letal pandemia de la historia durante la Baja Edad Media -siglos XIV y XV- con 75 millones de muertos. Una enfermedad asociada a la hambruna y miseria. En España se calcula que perecieron cerca de medio millón de personas y en Europa, sólo entre 1348 y 1359, falleció el 30 por ciento de la población. Fue la epidemia que marcó más efectos de todo tipo y cambios sociales de la historia. La Viruela es de las pandemias que ha causado más mortalidad en la historia con, se calcula, unos 300 millones de muertos. La época de la colonización española y portuguesa en las Américas es la que sufrió su azote con más virulencia. Los contagios de los descubridores de la península ibérica a Aztecas e Incas provocaron la eliminación de millones de nativos y la casi desaparición del pueblo Inca, que se vio reducido en un 85 por ciento. En Europa la supervivencia de los contagiados por viruela no superaba el 30 por ciento, dejando secuelas a millones de afectados desfigurados con la piel picada por las pústulas que sufrían. Una enfermedad que hasta 1980 no se consideró erradicada. 
 
El Escorbuto se cebó entre los españoles que cruzaban el Atántico, hacinados en las bodegas de los barcos y, al igual que la viruela, produjo el contagio a cientos de miles de nativos americanos. Se dice que la rápida aceptación de la fe católica entre los nativos sobrevivientes fue producto del efecto de ver cómo sus congéneres morían masivamente contagiados, mientras los españoles seguían en pie como si nada y ello era al estar protegidos por Dios. El Paludismo o fiebre amarilla llegó a Cádiz en 1741 procedente de los barcos de Cuba, propagándose por España a través, sobre todo, de ciudades con puerto y provocando un alto índice de mortalidad. En 1821 llegó a matar al 10 por ciento de la población barcelonesa y aún en 1870 murieron cerca de 4.000 personas. Durante más de un siglo provocó un total de 150.000 muertos en España. El Tifus fue el verdadero causante de la debacle del ejército de Napoleón en la batalla de Rusia. El más de medio millón de soldados quedó reducido a poco más de veinte mil. A partir de aquí el poder imperial de Napoleón quedó tan debilitado que inició el camino hacia su destrucción. En este caso, como en otros, las enfermedades infecciosas causaron más bajas entre los soldados del frente que las propias armas.  El Cólera, en 1832, mató a unos 19.000 parisinos. En la ciudad circuló una teoría de la conspiración sobre el origen de una epidemia al acusarse al Rey Luis Felipe de Orleans de haber envenenado los depósitos de agua para eliminar a la población deprimida, la más humilde. París quedó marcado por la estigmatización de los barrios asolados por la enfermedad y se alimentó la imagen entre la burguesía del peligro de las clases humildes. Estigma que se mantuvo durante el siglo XIX, provocando la represión conocida como Comuna de 1871 con miles de ejecuciones. La Tuberculosis, llamada Peste Blanca, también se cebó en la clase obrera por cuestiones como el hacinamiento, la insalubridad y la alimentación precaria, llegando a hacerse una epidemia crónica en los barrios deprimidos de las ciudades europeas durante los siglos XIX y XX. La lucha contra los efectos de esta enfermedad, en plena época de la industrialización, marcaron, si cabe, una agudización de las diferencias sociales con un aislamiento de los enfermos y la estigmatización consecuente de las barriadas asoladas por la infección.
 
La Gripe española mató entre 1918 y 1920 a la octava parte de la población mundial. Pese a que el origen del virus se sitúa en China se atribuye en su nombre a España no porque aquí se padeciese más que en otros países, ni porque se originase en nuestro territorio, simplemente porque  no participábamos en la I Guerra Mundial y los países de la contienda censuraron la información de que esta enfermedad estaba arrasando sus pueblos y ejércitos; no les interesaba añadir al estado de guerra una alarma social que alentara la desmoralización de unas tropas temerosas ya no sólo a morir en el frente sino, además, a hacerlo por el contagio de una enfermedad letal. En España, para evitar su propagación, se promocionó la buena higiene personal, el aislamiento de afectados, la cuarentena y el cierre de lugares. Tal que ahora. El resto de Estados, al censurar la información, centrados en la contienda bélica, no tomaron la más mínima medida para frenar el contagio,  provocando que hubiese unos 40 millones de muertos en dos años, cifra mayor que la de los fallecidos durante la propia guerra. Su tasa de mortalidad fue de entre el 10 y el 20 por ciento de los afectados y el número de contagios en el mundo afectó a más de un tercio de la población. 
 
El Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida -SIDA- apareció en 1981 causando hasta la fecha más de 35 millones de muertes y 76 millones de contagios. A partir de 1996 se comercializó un tratamiento que si bien no elimina la enfermedad, evita el riesgo de muerte, aunque exige la continuidad de dicho tratamiento de por vida. No obstante, Africa actualmente sigue padeciéndola por el elevado coste del mismo y el bajo gasto público en sanidad. El Síndrome Respiratorio Agudo Severo -SARS- fue la primera epidemia de nuestro siglo, reconocida por la OMS en febrero de 2003.  Originándose al sur de China, pasó a Vietnam, Singapur y Canadá. A mediados de abril de 2003 se había identificado la secuencia completa del Coronavirus del SARS -SARS-Cov- registrándose en julio de ese año 8.096 casos y 774 defunciones con una tasa de mortalidad del 9,6 por ciento,  pudiéndose en ese mismo año contener la epidemia a nivel mundial. El Ébola se propagó a partir de 2013 en África Occidental a lomos de una higiene, salud pública y servicios sanitarios deficientes. Su letalidad es elevada, de entre el 70 y el 90 por ciento, pero en cambio se comporta con bajo índice de contagio. Entre 2014 y 2016 se han producido 30.000 casos y 11.000 muertos. En 2019 se dio por finalizada la epidemia, aunque se mantienen brotes aislados en puntos concretos en África.
 
La cuarentena fue utilizada prácticamente en todas las epidemias, si bien más como medio de aislar a los enfermos infecciosos que como medio preventivo de contagio. Hay referencias en el Antiguo Testamento - “Permanecerá inmundo todos los días que tenga la infección; es inmundo. Vivirá solo; su morada estará fuera del campamento”, Levítico 13:46, Pentateuco- y en los escritos de Hipócrates sobre los aislamientos de infectados. Para la erradicación de la Peste Justiniana se utilizó por primera vez medidas masivas de aislamiento focalizadas en colectivos a los que se marginaba como foco de la infección, que quedaron estigmatizados como culpables de la enfermedad. En año 706, en Damasco, se construyó el primer hospital con secciones separadas para los pacientes con Lepra y, del mismo modo, durante la Edad Media se levantaron leproserías por toda Europa. Siempre implicando una alta marginación social de este tipo de enfermos.  Fue con la Peste Negra cuando se implanta la cuarentena como procedimiento  no sólo de aislamiento de contagiados sino también como método preventivo para frenar la epidemia. Daniel Defoe en El año de la Peste relata cómo en Inglaterra se aplicaron crueles prácticas de aislamiento que condenaban a muerte a familias enteras, obligándolos a permanecer encerrados en sus casas junto a los moribundos con guardias en las puertas. El efecto devastador de la Peste empujó a la construcción de centros de cuarentena en  las grandes ciudades de Europa y América del Norte hasta el siglo XIX. Es a partir de mediados de este siglo cuando empieza a generalizarse como método para frenar la propagación de otras enfermedades infecciosas. Aunque con el COVID-19 es la primera vez que se lleva a cabo como medida preventiva el confinamiento generalizado de la población -un tercio de los habitantes del planeta estamos confinados-, simultaneando la cuarentena y aislamiento de los que padecen síntomas o han recibido el alta hospitalaria pero no de la infección.
 
Los efectos de la pandemia actual  son de difícil previsión, pero sí podemos repasar los de aquellas que la precedieron. Escribe Jared Diamond que “ La observación histórica nos lleva a la conclusión de que los gérmenes y las infecciones han dado forma a la humanidad”. Es común en todas las epidemias/pandemias de la historia que, al igual que las guerras,  operaron como reguladores demográficos, pero si bien las más antiguas  ahondaron en las desigualdades sociales ya que los afectados eran los vulnerables y los poderosos aumentaron su poder y su riqueza, quedando el pueblo llano más empobrecido, esto dio un vuelco con la Peste Negra al reducirse hasta un tercio la población y provocar que la mano de obra industrial fuera más escasa: con ello, subieron los salarios, se redujo la desigualdad y llevó a cambios institucionales al aumentar el poder de la clase trabajadora. No obstante, esto no evitó la fuerte recesión económica que asoló Europa durante varias décadas posteriores. Por otra parte, respecto a las infraestructuras y servicios públicos, esta epidemia y todas las posteriores han servido para mejorar la salubridad pública urbana y, desde finales del siglo XX, aumentar el sistema de salud pública. La construcción de cementerios fuera de los recintos urbanos fue también una consecuencia de  ellas. La gripe española de 1918, unida a la I Guerra Mundial, hundió la actividad económica, los índices de la producción industrial y la actividad comercial cayeron bajo mínimos en octubre de 1918, pero repuntaron según las distintas poblaciones iban venciendo el virus. No obstante, estudios hay en todos los sentidos, incluso los que mantienen que, pese al rápido repunte de la economía, fue el principio del crack del 29. En todo caso, es un dato común en todas las de la época contemporánea la reducción drástica del PIB, pero también que de ellas resultan sectores enriquecidos financieramente: los laboratorios que consiguen las patentes de la vacuna y las fábricas que producen equipos de protección son dos ejemplos claros de aumento exponencial de sus beneficios durante las epidemias más recientes. Mientras que los sectores de productos básicos se mantienen o incluso repuntan levemente y, en cambio, se hunden los que proporcionan bienes y servicios que dejamos de consumir. En general, en todas, salvo la Peste Negra, la producción agrícola y ganadera se vio beneficiada por un abaratamiento de la mano de obra y un aumento del consumo de sus productos. Por otra parte, en las epidemias más recientes las aseguradoras de vida y salud asumieron costos imprevistos muy elevados, provocando la quiebra de las compañías menos poderosas. 
 
Otro efecto fue la estigmatización de colectivos a los que se culpabilizaba y aislaba. Con la Peste Negra los cristianos acusaron a los judíos de envenenar el suministro público de agua en un esfuerzo por arruinar la civilización europea. La difusión de este rumor condujo a la destrucción completa de pueblos judíos y fue causado por la sospecha de cristianos, que notaban que los judíos habían perdido menos vidas debido a sus prácticas higiénicas. Y esto se ha mantenido incluso a finales del siglo XX con la estigmatización de los homosexuales a consecuencia del SIDA, que llegaron a considerarse por muchos como un colectivo depravado, siendo incluso el centro de críticas de carácter religioso. Por otra parte, el SIDA trajo como positivo el cambio en los hábitos sexuales con la generalización del preservativo. A nadie escapa que en EEUU, pueblo dado al racismo, Trump está fomentando la estigmatización de los chinos cuando en sus discursos se refiere al “virus chino” - “ Este es el esfuerzo más agresivo para enfrentar un virus extranjero en la historia moderna de EEUU”-. 
 
Por tanto y en definitiva, nada de lo que sucede hoy es nuevo. Al contrario. Es muy viejo. Lo que sucede es que la humanidad no parece haber aprendido de su propia historia porque piensa siempre en su inmunidad en un reflejo de la soberbia de la especie y la creencia errónea de que el ser humano está por encima de casi todo cuando la historia, nuestra historia, con solo echar una mirada atrás, nos demuestra exactamente lo contrario. Y nos demuestra que las guerras, que las pandemias, que los virus mortales, son el germen que ha moldeado a la humanidad a lo largo de los siglos y que pese a nuestra evolución, globalización, modernización y tecnología punta, somos simples humanos frente al poder absoluto de una naturaleza hermosa y única, también mortalmente destructiva.

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