Cuando Kylian Mbappé entreabrió la puerta de salida del París Saint-Germain, el club tembló ante la perspectiva de perder a su estrella más prometedora, la primera que se caería de la constelación formada a base de millones por los propietarios cataríes.
En el Parque de los Príncipes saben que el entrenador del Real Madrid, Zinedine Zidane, sueña con el joven francés y que el contacto entre la entidad blanca y la familia del jugador es permanente desde su llegada al banquillo.
En ese contexto, la frase pronunciada cuando recibía el premio de mejor jugador del año en Francia según sus colegas, provocó un seísmo en el club: "Ha llegado el momento de asumir más responsabilidades, en París, si fuera posible. Sería un gran placer. Y si no fuera en París, podría ser en otro lugar, en el marco de un nuevo proyecto".
Esas palabras contradicen el discurso oficial del jugador hasta ahora, destinado a barrer toda sospecha de ambición exterior, a acabar con los rumores sobre su posible traspaso al Madrid.
El pasado 10 de marzo, poco después de la eliminación del PSG en octavos de final de la Liga de Campeones y coincidiendo con la llegada de Zizou al banquillo madridista, aseguró: "Sigo creyendo en el proyecto parisiense".
Las palabras pronunciadas anoche significan que esa confianza necesita pruebas, que no es un cheque en blanco.
Entre las dos frases, Mbappé ha visto su figura crecer en el seno del club, coincidiendo con las lesiones del brasileño Neymar y del uruguayo Edinson Cavani.
Sin esas dos estrellas en el tramo final de la temporada, fue él quien sostuvo los cimientos del club, colocándose en plena carrera por la Bota de Oro europea junto al argentino del Barcelona Lionel Messi.
A falta de una jornada para que acabe la liga, el joven prodigio francés, de 20 años, ha logrado ya 32 dianas (cuatro menos que Messi), más que ningún otro jugador de su nacionalidad en el campeonato galo desde 1966.
Su posición prudente ha ido cambiando a medida que se ha visto capaz de soportar en sus hombros el peso del equipo.
En paralelo, Neymar no ha dejado de reclamar más importancia en el seno del equipo. El brasileño, el jugador más caro de la historia del fútbol, solo regresó al equipo en la recta final, pero lo hizo de forma estrepitosa.
Primero al criticar en las redes sociales con los árbitros de la Liga de Campeones; luego al llegar a las manos con un espectador durante la final de la Copa de Francia. Ante todo ello, el brasileño exigió más peso en el vestuario.
Ahora Mbappé también quiere marcar su terreno. El club sabe que el segundo futbolista más caro de todos los tiempos, por el que pagó 180 millones hace dos temporadas al Mónaco, el que está pulverizando récords de precocidad que le sitúan en la estela de Pelé, no está dispuesto a ser una mera comparsa de Neymar.
Tampoco que el club frene su progresión, dificultado por los problemas económicos derivados de la obligación de equilibrar sus cuentas para satisfacer a la UEFA, minado por una guerra interna de despachos entre el entrenador, Thomas Tuchel, y el director deportivo, Antero Henrique.
Tras haber ganado el Mundial de Rusia, Mbappé ha conocido el sabor de la gloria y no quiere que nada ni nadie le desvíe de su objetivo: hacer historia.
El hijo de los arrabales parisienses, criado a la sombra de su padre, formado en Mónaco, quiere estar seguro de que el PSG no se queda pequeño para albergar su ambición. Y, menos aun, sabiendo que a su puerta llama con insistencia el club más laureado de Europa, que busca una piedra de su talla sobre la que edificar el nuevo proyecto que dejó huérfano la salida de Cristiano Ronaldo.
Mbappé delimitó sus parámetros, a los que el PSG debe adaptarse si quiere seguir contando con él: un club grande, un proyecto que lleve su nombre bien alto o, de lo contrario, irá a buscar eso a otras latitudes.
El joven veinteañero, a menudo alabado por la madurez sorprendente que tiene pese a su juventud, no quiere límites para sus sueños. Advertidos quedan los propietarios cataríes del club.