Nunca me cansaré de admirar las imágenes de esa Pastoral de Picasso, que es acompañada en el título por el sublime aforismo ‘La alegría de vivir’. En ella entreveo la esencia del Mediterráneo y en especial de nuestro ámbito alboránico, esa Arcadia regocijante de júbilo poblada de seres mitológicos que a fuerza de sus presencias forjaron una idiosincrasia de vida gozosa. En estos últimos días, mientras la observo una vez más, me pregunto si alguna máquina sería capaz de crear la belleza de la alegría.
La Inteligencia Artificial, ya reconocida por las siglas IA, empieza a inmiscuirse en nuestras vidas de manera que observamos más los aspectos negativos que todas aquellas ventajas que nos pudiese aportar. Empezamos a ver que no tiene límites, que tan inteligentes algoritmos desconocen las más elementales normas del respeto y la convivencia, ni tan siquiera atisbos de los valores sociales de la solidaridad, igualdad y libertad. Parece mentira que sus creadores sean personas conscientes de en lo que podía derivar su producto, de que la cencebían desde el lado más oscuro del poder que les ha proporcionado la información acopiada durante las últimas décadas. Es un monstruo que será difícil de encerrar y aun más de domesticar.
Me respondo a mi duda con el convencimiento de que la IA nunca alcanzará a retratar la alegría mediterránea como lo hizo Picasso, ni componer la que se desprende de las notas de la Primavera de Vivaldi. Serán copias tan desacertadas como falaces. La IA es mostrenca por su propia naturaleza copista, le falta el genio y el ingenio que tan solo poseen aquellas creaciones realizadas con alma y sentimiento. La alegría por ser la más pura creación de estos atributos humanos será la prueba del nueve de tan artificial inteligencia. Se cortocircuitará en la imposibilidad de crearla. Me uno en la defensa de la alegría tarareando, como ya habrá deducido el buen amigo Luís Alfonso, aquellos versos de Benedetti con la misma pasión que Joan Manuel Serrat le puso a aquel poema. Y recordad, frente a la IA, defended la alegría como un atributo más necesario que nunca.