Por cada paciente de coronavirus, el sufrimiento sobrepasa las paredes del hospital. Al otro lado están los familiares de quienes padecen esta enfermedad, obligados a una tensa vigilia privada de contacto físico, durante la cual la información llega a veces a cuentagotas y la incertidumbre es perenne.
La excepcionalidad de esta pandemia y los restrictivos protocolos que necesariamente la rodean han convertido las urgencias hospitalarias en un punto crítico, en el que miles de familias se han despedido en las últimas semanas sin saber cuándo volverían a reencontrarse.
Aleida pudo ver a su padre nada más ingresar, una cita de cinco minutos enfundada en un EPI. Luego él dio positivo y se acabaron las visitas durante las dos semanas que pasó en el hospital hasta que le dieron el alta.
Fueron catorce días que él pasó "bastante bajo de ánimo en general" por el aislamiento y la fiebre y que ella tuvo que sobrellevar en la distancia, con videollamadas diarias como medio principal de comunicación. "El positivo fue un palo para todos, y nos temimos lo peor", admite.
"Yo sé que mi padre ha estado muy cuidado y muy acompañado. Hemos entendido que lo mismo no podían informar, ni dejarnos verle todo lo que cualquiera en esa situación querría, y nos hemos sentido muy afortunados. Mi padre tiene 72 años, y no sabemos qué hubiese pasado si hubiese ingresado cinco días mas tarde, o hubiese necesitado UCI, o respiración asistida", explica Aleida.
PADRES CONVERTIDOS EN ESTADÍSTICAS
"La situación de angustia, de no poder hacer nada y de ver que tus padres son la estadística de 'pacientes con antecedentes previos'... te hacen verlo todo como irreal y con sensación de abandono, máxime cuando ves a padres de amigos fallecer por este asunto y gente cercana que no recupera".
Es el testimonio de Esther, que ha vivido cómo sus padres (divorciados, él con esclerosis múltiple, ella con asma y bronquitis crónica) pasaban a engrosar las cifras de contagiados.
Su padre, que vive solo, ha sido quien la ha preocupado más. Tras haber mostrado síntomas, y después de que no atendiera a una llamada, el hermano de Esther fue a su casa y encontró a su progenitor "en el sillón, inmovilizado y sin control de esfínteres; le dijo que no se podía mover y que llevaba así desde la noche anterior". Lo llevaron de inmediato al hospital y dio positivo por coronavirus.
"La doctora nos llama todos los días para darnos parte de su situación, y ahora hablamos con él a diario, pero inicialmente él no tenía ganas ni de hablar. Que él estuviera en el hospital sin más comunicación que la de la doctora fue bastante angustioso", narra Esther. Ahora su padre está casi recuperado de su afección respiratoria, pero persisten los problemas de movilidad, y cuando salga del hospital necesitará una persona interna que viva con él.
EL MÓVIL COMO VENTANA A UN SER QUERIDO
Poder hablar por teléfono es fundamental para las familias en esta situación. Jorge explica cuánto ayudaba, mientras su hermano estuvo ingresado en La Princesa, la posibilidad de mantener el contacto, enviar fotografías o que el ingresado pudiera hablar con su madre.
"Es duro no tener idea de lo que está pasando allí", subraya Jorge, quien destaca que recibieron "un trato excepcional" por parte del personal del centro, y apunta: "Un médico me llamaba todos los días por la mañana y por la tarde. Al final, yo sabía más de mi hermano que mi propio hermano".
La madre de Esperanza también tenía un móvil en el hospital, pero en los primeros días que estuvo ingresada "no hablaba con nadie porque no le apetecía". Según fue evolucionando su estado, recuperó las ganas de hablar y empezó a charlar por teléfono con su hija, ya más tranquilizada por los mejorados ánimos de su madre.
Para Esperanza fueron nueve días "horribles" que empezaron de manera estresante, dado que la situación de colapso del Doce de Octubre forzó a la familia a llevar a su madre a una clínica privada.
Y vivió las jornadas sucesivas "con mucha angustia", ya que los médicos del hospital llamaban a una de sus hermanas una vez al día y no volvían a saber nada de su madre hasta el día siguiente. "El hecho de no estar ahí presente lo hace todo un poco más difícil. Y el no ver, el no saber, el depender de una llamada al día es muy angustioso", recalca.
CONSECUENCIAS, TAMBIÉN EN CASA
Para Maite, lo peor no fue el paso de su marido por el hospital, sino el antes y el después. Ambos cayeron enfermos, él se llevó la peor parte y tuvo que ir al Ramón y Cajal; de ahí lo trasladaron al hospital temporal de Ifema, de donde salió un día después entre aplausos, un momento "muy emocionante" entre tanto trastorno.
El problema lo tuvieron en casa, con dos hijos pequeños con los que, durante días, compartieron techo sin compartir hogar. Maite aislada en una habitación, su marido aislado en otra y los niños entre dos puertas cerradas, atendidos por una niñera hasta que el matrimonio, acuciado por la necesidad emocional, pudo acabar con el confinamiento.
"Ahora nos hemos tenido que acostumbrar a tomar precauciones, como darnos los besos en la espalda, pero estamos bien", comenta Maite.
El de Laura es un caso un poco diferente: sus padres y su hermano, todos trabajadores en el sector sanitario, no fueron ingresados pero están contagiados, y a ella, que no vive con ellos, no le ha quedado más remedio que seguir su evolución sin poder verlos.
"A mí me da mucho miedo que vuelvan ahora al trabajo", confiesa Laura, preocupada especialmente por su padre, neurólogo en el hospital de Alcalá de Henares. "Se tendrá que reincorporar sí o sí, y cuando conoces noticias como que un compañero suyo está en la UCI, entra miedo", añade.
MIEDO QUE NO SE VA
El temor a un desenlace fatal que se pasa por toda cabeza cuando el coronavirus entra en escena es la constante común a estas familias. Y deja huella, incluso en las historias que eluden un final trágico.
"Escuchas que alguien tiene el coronavirus y ya no sabes si va a ser el siguiente en morir. No sabes cómo va a desarrollarse la enfermedad", subraya Laura.
Esperanza sabe que la experiencia tendrá secuelas para su madre: "Ella lo ha pasado fatal, pensaba que no salía de ésta y está asustada. Llegan a una edad en que se piensan que son inmortales, que no les pasa nada... y se ha dado de bruces con la realidad. Ahora no quiere ni besos ni abrazos", dice.
Por último, Aleida resume así los temores que la visitaban mientras su padre estaba en el hospital: "Sí, he tenido momentos en lo que he pensado, ¿y si va a peor y está solo? Incluso en esos momentos, he querido pensar que alguien estaría ahí para sujetarle la mano, porque dentro de toda esta locura, se piensan muchas cosas, pero la peor siempre es ésa, que si se tiene que ir, que no lo haga solo, que aunque sea con guantes alguien agarre su mano".
España
Confinados y familiares enfermos: "Es duro no saber qué está pasando"
Obligados a una tensa vigilia privada de contacto físico, durante la cual la información llega a veces a cuentagotas y la incertidumbre es perenne
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