Todavía recuerdo con alegría cómo en la feria de mi pueblo uno de los actos que más gente atraía era intentar ganar el premio de la “Cucaña”. Se le tenía un cariño especial a aquel palo fuerte, largo y resbaladizo por el que había que trepar para coger el premio atado al extremo superior.
Se requería una buena destreza aunque aparentemente cualquiera podía pensar que era muy sencillo subir hasta arriba y convertirse en poseedor del sobre que contenía la cantidad de dinero o la notificación del anuncio del premio.
Los concursantes solían emplear diferentes técnicas para trepar por aquel palo embadurnado de material resbaladizo. Unos ponían en sus pies calcetines gruesos y otros untaban arena en sus manos con el deseo de poderse agarrar lo más posible e intentar conseguir el triunfo.
Todo ayudaba, pero quiénes se paraban un momento para descansar caían rápidamente al suelo. No había término medio ni posible descanso. O se continuaba subiendo sin parar o se deslizaba rápidamente al suelo. Esta imagen me ha servido para compararla con la vida de pareja.
Pero ¿qué se entiende hoy por pareja…? Podríamos decir que una pareja es una unidad basada en la comunicación emocional. Esta unidad puede darse entre casados, entre personas del mismo sexo o de diferente sexo. Puede durar toda la vida o el tiempo que dure la comunicación emocional.
El día que eso se rompa se acabó la pareja. Si a esto añadimos el conflicto de generaciones tendremos más o menos descrita la situación en que viven muchas familias. Conviene recordar la juventud, protagonista principal de la sociedad actual y futura.
La familia ya no se sostiene en la unidad económica porque en teoría tanto hombre como mujer suelen tener una autonomía que les hace poder independizarse de su compañero/a en el momento en que lo desee.
Si las obligaciones jurídicas y la misma religión van perdiendo poder de influencia; si los convencionalismos familiares y sociales tienen cada día menos fuerza, cabría preguntarse: ¿Qué es lo que puede dar consistencia, salvaguardar y asegurar la estabilidad de la unidad familiar, se le llame matrimonio, pareja de hecho o como se le quiera llamar…?
Cuando la persona no cubre ni satisface la necesidad de dar y recibir cariño y amor, termina envenenada. Es un veneno que mata de alguna manera a la persona. Todos, unos más que otros, tenemos experiencia de ir por la vida disimulando algo del veneno que se lleva dentro. Algunos llevan tanto, que envenenan todo lo que está a su alrededor.
Es importante insistir en los deberes ineludibles del matrimonio y de la familia; pero si olvidamos las necesidades, se comete un grave error. Tal vez nos hayamos preocupado demasiado en exigir y cumplir deberes y se haya olvidado estar atentos a satisfacer unas necesidades de comprensión, de respeto, de afecto, de ternura, de gozo y disfrute del cariño y del amor de uno y otro dentro de la pareja.
Nos guste o no, en los momentos actuales, existe un tipo de pareja, matrimonio o familia, a la que lo único que puede dar consistencia y estabilidad es la relación basada en la comunicación emocional. Las recompensas, fruto de esa comunicación emocional son la base para que la pareja progrese.
No cabe pararse. O se sigue subiendo la “cucaña” o se cae. O se ama más o se ama menos. Por tanto, lo más importante para la pareja es captar, aceptar y satisfacer lo que la otra persona necesita, él o ella. El cariño, el amor progresivo es la necesidad específicamente humana que hace avanzar.