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Ecpáticos, simpáticos, empáticos

Por el éxito de éstas y otras iniciativas los alumnos están más motivados encontrando una utilidad social a lo que aprenden. Porque si la educación no sirve para mejorar el mundo, ¿para qué sirve?.

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Es necesario mejorar la formación profesional y conectarla a las empresas. Esto lleva treinta años repitiéndose, no nos cansamos. ¿No será que nuestros jóvenes no encuentran empleo porque sencillamente no lo hay? Es verdad que, además, muchos salen de nuestro sistema educativo sin titulación alguna. De ahí, los fondos europeos para la formación. ¿Qué está siendo de estos fondos? En la prensa pueden saber de ellos, de los que se han quedado con ellos, más bien. Pero si volvemos a cuestionarnos la educación, el juego de palabras que titula este artículo tiene mucho que decir.

Educar a nuestros jóvenes en la ecpatía, la simpatía o en la empatía, dirá hacia qué futuro queremos ir. La ecpatía es  un nuevo concepto que nos habla de los riesgos del contagio emocional, de ponernos excesivamente en la situación del otro, lo que nos incapacitaría para cuidar a nuestro familiar con alzhéimer o para determinadas profesiones como la de psicólogo, médico, etc. Pero a la vez también nos capacitaría para, en el otro extremo, ser un psicópata que no siente identificación alguna con los sentimientos o el dolor de los demás.

Tenemos en la historia personas como el nazi Josef Mengele,  que estudió medicina y antropología y que fue capaz de los más crueles experimentos médicos en Auschwitz. La simpatía, la inclinación afectiva entre personas, nos lleva a la educación en los buenos modales, a preguntar a la gente por su salud y su familia. Sin escucharlos realmente,  buscando un lado positivo, para desconectarnos a los tres segundos.

La educación en la simpatía ha sido  perfectamente compatible con el individualismo que lleva a preocuparte por tus propios resultados académicos y a que los que sacan mejores notas odien los trabajos a realizar en grupo. Por mucho que desde las empresas se diga que quieren profesionales capaces de trabajar en equipo.  Esta manera de educar premia la excelencia individual. 

Por último, estaría la empatía. La identificación mental y afectiva la llevamos dentro desde el principio, lo que ocurre es que después no se fomenta. En este campo ha trabajado la pedagoga Roser Batlle, con su aprendizaje-servicio, uniendo el éxito educativo y el compromiso social para transformar el mundo. Actividades prácticas que prestan un servicio a la comunidad: alumnos mayores tutores de cuentos para los más pequeños, motivándoles a la lectura, a la expresión y comprensión oral. Hacer que retornen las golondrinas construyendo nidos de barro lo que aportaría conocimientos sobre las aves y los motivos de su desaparición. Un proyecto sobre cómo se podría convertir el descampado lleno de basura que está al lado de tu colegio en un parque, desarrollando actividades de periodismo, pintura, trabajo en equipo… 

Por el éxito de éstas y otras iniciativas los alumnos están más motivados encontrando una utilidad social a lo que aprenden. Después de haber conocido lo que hace la ecpatía psicópata y a dónde nos ha llevado la simpatía individualista, puede que debamos apostar por la empatía que une el talento con el compromiso social.  Porque si la educación no sirve para mejorar el mundo, ¿para qué sirve?.  

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