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Lo que queda del día

Un cuento de Navidad

El final de La Nochebuena del Guerrillero remite irremediablemente al espíritu de la Transición, pero también a cierta justicia poética

Publicado: 25/12/2021 ·
13:35
· Actualizado: 25/12/2021 · 13:50
  • La Iglesia de San Francisco, la del villancico calle de San Francisco, bajo la nieve -
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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Entre los cuentos publicados por el padre Luis Coloma resalta uno de temática navideña, La almohadita del Niño Jesús, rematado con la suficiente inteligencia como para que unos lectores asuman el acto de fe y otros un caso científico. El suyo forma parte de una larga tradición española en torno al cuento navideño, cultivado desde Emilia Pardo Bazán a Pérez Galdós, pasando por Leopoldo Alas Clarín, Blasco Ibáñez y, por supuesto, Bécquer. En unos está presente la temática fantástica, en otros la religiosa, la tradición, el retrato social, incluso los que usan de telón de fondo el sorteo de la lotería.

Rafael Alarcón se encargó de seleccionar algunos de ellos para Libros Clan en una cuidada edición en la que sobresale el relato La Nochebuena del guerrillero, publicado por Jacinto Octavio Picón en 1892. Ambientado en la
tercera guerra carlista (1874), relata un trágico suceso acontecido durante la retirada -“de vencida”- del propio ejército carlista de tierras valencianas, cuando “añadieron a los horrores propios de toda guerra civil crueldades que inspira la desesperación del vencimiento”.

Su protagonista es un sanguinario caudillo apodado El Capellán, que “tenía más de criminal vulgar que de fanático político”. Una noche, al hacer su entrada en un pueblo acompañado de su tropa, descubre que se está celebrando la boda de la hija del alcalde, defensor de los liberales, por lo que decide autoinvitarse al convite y cometer una salvaje escabechina en la que mueren asesinados numerosos invitados, además de la novia y el alcalde.

Entre los supervivientes de la masacre se encuentran el novio y su padre, que, presos de la ira y la desesperación, deciden hacerse voluntarios para vigilar y combatir a los carlistas que han emprendido la huida hacia el
norte. A la caída de una noche corren a guarecerse en una casa abandonada que encuentran en lo alto de un picacho y en la que queda algo de pan, vino y leña para recuperarse del cansancio y del frío. Era la noche del 24 de diciembre -“valiente nochebuena”, lamenta uno de ellos, sin nada con qué festejar a la mesa-.

Por aquel entonces, muchos de los miembros del ejército carlista optaron por escapar antes que entregarse, aunque más por temor a ser juzgados por delitos comunes que por jurar lealtad al Gobierno. Entre ellos se encontraba El Capellán, que creyendo haberse adentrado en territorio carlista vio la lumbre que despedía la casona en la que se ocultaban sus antiguas víctimas y decidió llamar a la puerta. Dentro ya de la cocina donde se cobijaban, el joven viudo le preguntó si no recordaba su cara y le revela su identidad. “Son cosas de la guerra. Déjame rezar y mátame”, le espeta. Sin embargo, con la pistola en la mano y a punto de ejecutar al asesino de su mujer, “tuvo por iniquidad la justicia y por cobardía la venganza”. Enfundó el arma, cogió un trozo de pan y un vaso de vino y se lo pasó antes de echarlo de nuevo al frío de la noche. El Capellán se arroja entonces a sus pies mientras el padre del joven despierta del sueño y pregunta qué ha ocurrido. “¡Padre! ¡Ya hemos festejado la Nochebuena!”.

Picón no llegó a conocer la Guerra Civil, la del 36, pero, de haber nacido medio siglo después, podría haber escrito este mismo cuento cambiando a sus protagonistas y el contexto histórico. De hecho, sin la cita al año en que se desarrolla su relato, ni la referencia a las tropas carlistas, hace falta echar muy poca imaginación para entender que podría estar narrando unos hechos ambientados hace poco más de 80 años -son muchos los casos y las atrocidades que recuerdan igualmente a actos despiadados, sobre todo en muchos pueblos, que tenían más que ver con la actuación de un “criminal vulgar” que con la de un “fanático político” (también con esto último, por supuesto)-, y con un final que remite irremediablemente al espíritu de la Transición, pero también a cierta justicia poética, como la ejercida contra aquel delator al que, llegado el momento de su muerte, no hubo en el pueblo quien se ofreciera a cargar con su féretro. Feliz Navidad.

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