El adelanto electoral andaluz era tan esperado como complaciente ha sido la explicación de la presidenta de la Junta, Susana Díaz, para justificar su decisión: la “inestabilidad”, como si estuviese hecha para Pedro Sánchez. Nos podría haber ahorrado los detalles, de la misma forma que nos había ahorrado la sorpresa.
El anuncio ni siquiera cotizaba en las casas de apuestas, tan de manual, y tampoco lo hará el resultado electoral. La única duda es por cuánto ganará esta vez; ahí sí se admiten pujas. Es lo único que no admite certezas frente a la seguridad manifiesta con que se mueve el PSOE andaluz, el único que parece jugar siempre en casa aunque precise de prórroga; y que es la misma seguridad con que se exhibe Díaz, capaz de despachar a Carlos Herrera con tres capotazos y una media verónica ante cada pregunta, como si cada una de ellas fuera una embestida que apenas teminaba en caricia. Imposible, nen. Se las sabía todas.
Los andaluces volvemos a las urnas y lo hacemos bajo la misma extraña y asumida sensación con que se enfrentan a su destino los protagonistas de
El infinito, confinados en un bucle espacio temporal en el que están obligados a revivir su existencia cada vez que se cierra el círculo. Para ellos es un drama inevitable, para nosotros una especie de costumbre, un hábito, como la siesta, de la que casi nos despierta Javier Arenas en aquel ¿accidente? electoral en el que el PP comprendió cuán dolorosa puede ser una victoria que, por no valer, no sirvió para nada más, ni para creérselo: si no entonces, ¿cuándo?.
Hay, es cierto, o sostienen, una esperanza, pero tiene forma de pacto, con trazo abstracto y verso libre; solo le falta un pellizco de abuela para que nos enternezca. Es casi una primera carta a los Reyes Magos, y Juanma Moreno confía en poder firmarla con Juan Marín, cuya tesitura abarca tal posibilidad de movimientos que le valdría mejor tener bien cerca a Magnus Carlsen que a Albert Rivera, aunque con quien de verdad espera contar es con Inés Arrimadas.
Es en su lado del tablero donde, en realidad, se deberían ver los movimientos más interesantes, los de los aspirantes, Ciudadanos y Adelante Andalucía, frente a los que se ven vencedores (PSOE) y a los que luchan por no perder el sitio (PP).
Hay especial interés por comprobar si la evolución ascendente a la que apuntan las últimas encuestas sobre la formación naranja termina por consumarse y situarla como segunda fuerza andaluza, pero la auténtica incógnita pende sobre la confluencia creada entre Podemos e Izquierda Unida, Adelante Andalucía, un proyecto en común que abarcará igualmente las elecciones municipales del próximo año y que tiene ante sí el reto de hacer valer las matemáticas del uno más uno igual a dos, algo que ni Pablo Iglesias ni Alberto Garzón fueron capaces de resolver tras su brindis con botellines en la Puerta del Sol.
Ese resultado, el de Adelante Andalucía, puede ser crucial para conocer las aspiraciones municipalistas de las confluencias que ya han comenzado a constituirse en algunas ciudades de la provincia; incluso mucho más que el de Ciudadanos, que parece haber consolidado su marca a nivel nacional y autonómico, pero carece aún de claros referentes dentro del municipalismo. Es, de hecho, un arma de doble filo, ya que la estrategia puede nacer herida de muerte si los resultados no son los esperados a nivel andaluz, pero parece un riesgo asumido y definitivo -eso sí, mucha audacia electoral y poco reparo a la hora de colocar a Teresa Rodríguez como número 1 por Málaga en vez de por Cádiz: no solo Susana Díaz se gusta, complaciente, con sus explicaciones, ni tampoco es la única que lo hace desde una perspectiva que parece estar por encima del bien y del mal-.
El círculo toca a su fin, que es un volver a empezar, aunque vistamos las mismas ropas y persistan las sensaciones de antes. Todavía hay quien se sigue preguntando cómo sería una Andalucía no gobernada por el PSOE, pero es por falta de costumbre.