Cuando en 2008 estalló la crisis económica comenzaron a emplearse una serie de términos financieros con uso común que formaron parte de nuestro vocabulario casi diario, sin que en realidad tuviésemos mucha idea de lo que nos estaban hablando, salvo por la gravedad de la situación a la que, en teoría, todo aquel léxico pretendía dar explicación. Aquello fue lo más parecido a poner nombre a las variantes de un cáncer que había hecho metástasis en el engranaje económico mundial: hedge funds, swaps, CDO´s, hipotecas subprime, bonos hipotecarios, fondos triple B y triple A, tramos sintéticos a medida... En España lo condensamos todo bajo la “prima de riesgo”; incluso preguntábamos por ella como si se tratase de un pariente ingresado en el hospital: “¿Qué tal va hoy la prima de riesgo?”. Lo importante, en el fondo, era no citar a los culpables y desviar la atención hacia cuestiones indescifrables o controvertidas.
Esta semana hemos asistido a otra de esas maniobras de distracción con la utilización del término “relator”. Durante varios días los programas de televisión han salido a la calle a preguntarle a la gente si sabían lo que era un relator y, pese a las explicaciones de versados expertos en relaciones internacionales, la confusión ya estaba instalada en medio de la sociedad. Ni siquiera el Gobierno lo tenía claro, pero mientras más se hablaba de la figura diplomática, menos tiempo se le dedicaba al contenido total del documento en el que aparecía, ni a las decisiones que se estaban adoptando en torno al mismo.
Cuando todo el mundo empezó a tener más o menos claro lo que era un relator y para lo que se pretendía utilizar; es decir, cuando todos empezaron a escandalizarse, llegó una segunda maniobra de distracción: el anuncio de la publicación de Manual de resistencia, el libro autobiográfico en el que Pedro Sánchez relata su trayectoria política en el PSOE hasta llegar a la presidencia del Gobierno, “como parte de un proceso personal de resiliencia”, avanza la editorial, que lo presentará en sociedad el 19 de febrero. Ya sabemos que el libro no lo ha escrito él, y que el contenido forma parte de una serie de conversaciones mantenidas con Irene Lozano, que ha sido la encargada de darle “forma literaria” a sus recuerdos; como ocurre en El escritor, pero sin emoción: solo les une la misma metodología del “ghost writer”.
Dudo que a Sánchez, acostumbrado a que le afeen hasta las gafas de sol que usa en el Falcon, le hayan molestado las críticas al libro, o al oportunismo del libro, convertido en la bala en la recámara para pasar página con lo del relator; de hecho, en unos días conoceremos los avances más destacados de su contenido -qué dirá de Susana, o de Felipe- y ni siquiera hará falta comprárselo: a esas alturas ya lo tendrá amortizado. El título, en cualquier caso, no soporta dos comparaciones; al menos con quienes en su día a día saben lo que es resistir de verdad a esta década atravesada en tantos hogares en los que se hace imprescindible la pensión de los abuelos o la economía sumergida para seguir adelante: eso sí que es resiliencia señor Sánchez, y seguimos sin ver la hora en que todos ellos puedan dejar de anotar (super)vivencias en su manual particular.
La maniobra pasaba, en cualquier caso, por evitar ese malestar “infundado”, que decía la vicepresidenta, por las negociaciones abiertas con los independentistas, que, como su propio nombre indica, persiguen la independencia: ¡qué escándalo! -otra aspirante a Capitán Renault-. Rotos los lazos, ante las evidencias de una y otra parte, la manifestación de Madrid carece ya de sentido, mas no el de una moción de censura que, aunque no prosperase, obligaría a retratarse a cada uno. Mientras tanto, el daño de Sánchez a sus candidatos a las municipales sigue el curso iniciado con el PSOE-A; como Valmont, “no puede evitarlo”. El mismo daño que Casado hace a su propio partido con sus derivas retrógradas para atraer el voto de la extrema derecha. Albert Rivera debe estar encantado: por cada salida de tono gana cien votos centristas por ciudad, y eso, como mínimo.