Tener miedo a septiembre es tan absurdo como no querer ver los informativos, porque ya sabemos lo que nos van a contar y no nos gusta. Es como no comprender que no sirve de nada esperar que los partidos mayoritarios no digan una cosa cuándo están en la oposición y hagan lo contrario cuando acceden al gobierno. Es como sorprendernos de que las hojas de los árboles caducifolios vuelven a caer o entristecerse porque la luz va en retirada mientras que la oscuridad nocturna va incrementando sus horas sin piedad, con ritmo incansable e inalcanzable, como el de Carapaz en las montañas de la vuelta ciclista española.
Ojo, que no digo que el temor no esté justificado en ciertos casos, primero, porque el miedo es libre, y cada cual lo vive y lo gestiona como quiere, segundo, porque sabemos a lo que vamos a enfrentarnos, y muchas veces no nos gusta. Septiembre es el temor de las niñas y niños acosados y maltratados en el colegio, es el dolor de quienes quedan en soledad ante la ausencia del trabajador de horas incontables; y si me permiten, es empezar a descontar los días para la Navidad, con lo que ello supone de carga psicológico. Y para rematarlo, ya no es ni el mes de la vuelta del fútbol varonil (por suerte, el de las mujeres sí), que ahora todo se anticipa a agosto, hasta la lotería de Navidad. Pero es también el mes de la luz atenuada que nos permite volver a mirar al sol y alegrarnos, el lugar de buenos reencuentros, y aunque los tópicos se acaban disolviendo, como las masas de turistas al sol playero, es momento para nuevos y buenos propósitos, por supuesto.
Cantaban los grandiosos Green Day: “Summer has come and passed/The innocent can never last/Wake me up when September ends”. Por eso, que cada uno y cada una, sin más, tome lo que viene marcando el paso que le apetezca y le sirva, pero sin perder de vista, que si vamos a tomar todo como si fueran ciclos, siempre es mejor, que lo que llega de manera inexorable, y del mismo modo, sabemos que ha de pasar, sea encarado con la mejor de las actitudes y de las aptitudes, o como dijo la afamada tonadillera: “Dientes, dientes, que es lo que más les jode”.
