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28/04/2024  

Escrito en el metro

La Flor de la vida

Deseaba abandonar cuando el sueño le venció y volvió a descansar su cabeza

Publicado: 26/03/2024 ·
12:20
· Actualizado: 26/03/2024 · 12:20
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  • En el monasterio. -
Autor

Salvo Tierra

Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial

Escrito en el metro

Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía

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En la columna anterior, el amigo que tiene mi amigo, en adelante Ámiam, mientras sestea con un madrigal entra en el mátrix de Gominolia, acompañado de la gata Partícula errática. Deseaba abandonar cuando el sueño le venció y volvió a descansar su cabeza. La Selva morale e spirituale de Monteverdi le ayudó a continuar con su aventura. Llegó hasta la abadía de Perchelius, que en su zaguán defendían el pérfido Iglacius y el Caballero del paso cambiado. Tras negarle la entrada hasta siete veces, una misteriosa dama que destilaba arteras palabras le invitó a pasar, con la condición que sólo podría volver a salir si encontraba en su interior la Flor de la vida. El interior del edificio monacal era una bóveda diáfana soportada por diecinueve gárgolas de diabólicas expresiones. Ámiam sintió que sería un cautivo para la eternidad, ya que allí no podía crecer ninguna planta y aun menos una flor. Oyó un murmullo y luego un siseo que reclamaron su atención hasta uno de aquellos espantademonios que descansaba su cabeza en actitud pensativa. Tras ella se escondía una especie de duendecillo con alas blancas. Soy el Ángel de la red de redes, el que gobierna esta guarnición de gárgolas, y sobre todo el custodio de la Flor de la vida. El visitante oyó con desconfianza aquellas palabras. Pero el angelote le señaló entonces la linterna de la cúpula. Esa es la Flor de la vida. Dentro de un círculo mayor se engranaban de forma hexagonal diecinueve círculos menores, tantos como gárgolas, que defendían los 36 arcos, cada uno equivalente a diez días del año. Los cinco restantes, correspondían a los dos solsticios, los dos equinoccios y el quinto a un día dispuesto al libre albedrío dependiendo de cada año. Entonces el simpático duende le explicó que procedía de la de la tumba egipcia de Osirión, que con más de doce mil años era el motivo geométrico más antiguo creado por la humanidad. Le explicó por qué el ejército de Perchelius lo requería. Le dijo con voz profunda que aquella flor geométrica incluía dentro de sus proporciones cada uno de los aspectos vitales, que contenía cada fórmula matemática, cada ley de la física, cada armonía de la música, toda forma de vida biológica, y a su vez también portaba cada átomo, cada nivel dimensional, absolutamente todo lo contenido en todos los universos. Ni la Flor ni sus secretos pueden salir de aquí y por eso las gárgolas la defendían de los demonios, de las hueste malignas y de las fuerzas de mar.

Cómo cuando escribo esta columna es día diecinueve no puedo dejar de pensar en cómo Ámiam abandonó su sueño sobresaltado, ayudado por las notas finales de aquella obra de Monteverdi. Conociéndolo como lo conozco a buen seguro continuará en su aventura por el mundo Gominolia, siempre bajo la seductora música de madrigales.

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