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Desde la Bahía

Pereza y sentimientos

a no cabe en el proceso progresista y evolutivo actual esta disposición altanera del saber, ni tampoco la más humilde

Publicado: 31/03/2024 ·
20:14
· Actualizado: 31/03/2024 · 20:17
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Venimos predispuestos a la pereza, pero no el sentido de pecado capital, sino de conseguir lo máximo con el mínimo esfuerzo. Hemos elegido como icono e ídolo al “interruptor” de la corriente eléctrica. Queremos conseguir la luz del saber, de las respuestas y de la solución de los problemas diarios con solo darle con el dedo índice a un determinado “botón”. El esfuerzo personal está escribiendo sus últimos capítulos. La responsabilidad intenta cambiar de manos y quedar en brazos de la técnica. La experiencia se la ha engullido la estadística. El saber ha seguido el camino de la moneda, se ha depositado en “bancos”(maquinitas-móviles...) dejando de llevarse en la cartera del entendimiento y la sabiduría. Las profesiones se acercan peligrosamente a una igualdad que intenta colocar al mismo nivel a todas ellas, lo que acabará finalmente en una holgazanería involutiva.

La creatividad, harta de tantos plagios, se ha enroscado como la perla en la concha y solo abrirá sus valvas a quien le busque con verdadera motivación. La línea curva se ha aplanado y ya no existe diferencia de altura entre el suspenso y el sobresaliente, la pantalla del ordenador los ha homogeneizado. El esfuerzo y el sacrificio para conseguir y después ejercer una profesión con dignidad no encaja con facilidad en una sociedad que ha hecho del ocio su “becerro de oro”. Hemos hecho sinónimos los términos aprender y dificultad y consideramos muy difícil cualquier hecho nuevo y preciso de incorporar a nuestro saber. Pensamos, sí, pero olvidamos que el pensar sin aprender, sin dedicarle las horas precisas al estudio de lo que se piensa y, por lo tanto, permanecer en el más absoluto desconocimiento, es totalmente peligroso.

Resulta sorprendente que el saber, que debía ser ingenuo, tenga la mayor parte de las veces la doblez que da la soberbia y el narcisismo. La verdad sin sencillez, ni sinceridad, abre la compuerta a la marea del relativismo. La duda, uno de los mejores atributos de la inteligencia, sólo nos hará sabios si nuestro hábito es transparente. El ombligo del mundo no puede ser un planeta tan pequeño como es la tierra. Y el ser humano es demasiado insignificante para querer, con presumimiento y vanidad, negar, destruir o abolir al creador de tan enorme universo. Somos lo que somos y por debajo de nosotros están los animales faltos de capacidad de reflexión, pero no podemos negar que existan seres que nos sobrepasen. Somos objetos intermedios. El extremo más elevado no está, por ahora, ni en la categoría de los imaginable. Esta ignorancia debe mantenernos en un estado permanente de humildad.


Ya no cabe en el proceso progresista y evolutivo actual esta disposición altanera del saber, ni tampoco la más humilde. El punto de inflexión ya lo hemos escalado. Dos hechos lo demuestran. Uno, ya “todo no está en los libros” se ha desplazado a los teclados de los ordenadores y a las pantallas de móviles. Otro, el dedo índice, ha desplazados a los codos que se apoyaban en la mesa y con el libro delante eran el verdadero escenario del estudio. Causa de todo ello: se han impuesto los descubrimientos técnicos. Consecuencia: el ser humano tiene “más a la mano”, más fácil y sin necesidad de aprendizaje todo cuanto quiera consultar o conocer. Pero sin darse cuenta se ha condenado a si mismo. La máquina le ha sobrepasado. Su memoria ya es una humilde y escasa despensa, frente a la gran superficie de innumerables productos que la cibernética le ofrece. Los límites de la inteligencia han sido superados. La inteligencia artificial nos arrincona. El ChatGPT resume un artículo, te sintetiza o construye otros y te realiza un poema en un tiempo en el que una persona no llega ni a coger un folio. Nosotros mismos hemos demostrado que podemos ser sobrepasados. Pero de nuevo surge la altanería y con gran vehemencia decimos, pero las máquinas no tienen sentimientos.

Si esto es cierto con que sentimientos nos quedamos los seres humanos. Con los expuestos en Ucrania, Rusia, Israel, Palestina y la franja de Gaza, donde ya la pérdida de vida de tantos inocentes, ni siquiera conmueve. Con los sentimientos que legalizan esta forma de exterminio, porque el enunciado de “guerra” los legitima o con las decisiones que permiten cercenar la vida en los primeros nueve meses de su existencia porque un decreto lo legaliza. No se considera la valía de los padres, porque sus consejos son “arcaicos”. Los abuelos son objetos a depositar en residencias. Los hermanos, el destacar social y económico de algunos de ellos es motivo de controversia y aislamiento. Los hijos siempre señalan con el dedo de la obligación a lo que también es sacrificio, en sus progenitores. Los profesores bajados de su tarima han perdido encanto y respeto. Buscar sentimientos en los trabajos es querer ver realidad en un cuadro cubista. En las relaciones entre grupos y comunidades hay más desprecio y aislamiento con aroma de superioridad, que un entrelazamiento solidario. Del gobierno esperas imposiciones, políticas, sociales y económicas y no olvides que le llaman al engaño cambio de opinión. El amor, el sentimiento más sublime, tenía en el matrimonio el cofre sagrado donde cobijarse, pero quiso ser libre, salir del mismo y los okupas, separación y divorcio, se quedaron con el aposento.

No sabemos en el futuro como evolucionarán los sentimientos, por ahora lo que si tenemos claro, es que nos hemos acostumbrados a esta forma de existencia y estamos encantados con tener todo el saber que queramos conocer o consultar, con sólo marcar unos gráficos, terminando de una vez con el odioso y diario tedio, que era el ponerse a estudiar un libro, para poder saber. La pereza ha pisado la alfombra roja. Pensar y aprender tienen forzosamente que ir unidos. Uno sin el otro, marca el camino que va de la inutilidad a la peligrosidad.

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