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Defender la esperanza

“Hay quienes piensan que lo institucional viene a ser un reflejo de lo social y que tenemos lo que nos merecemos. Dicho sofisma parece intentar sobornar la eterna cuestión que habla del huevo y la gallina en su orden de aparición”

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Quizá el agobio más que intermitente de titulares en los medios de comunicación, como reflejo de la rabiosa realidad, nos lleva a aseverar que el negro se adelanta al blanco - permítaseme una vez más el símil - fomentando el oscuro  en el mapa geo social.


Hoy, cuando las buenas noticias no lo son y cuando el mal o denuncia parece que asalta los poros de la piel sudada día a día en una suerte de pretendida absorción ya imposible por saturada, deberíamos considerar revertir la tendencia del pensamiento hacia un punto de retorno.
Estamos asistiendo a un panorama resultado de una larga maceración de la insoportable levedad de acción y responsabilidad del proceder frente a las distintas áreas de tránsito: social, económico, político y cultural.


Navegar según sopla el viento en cada momento tiene el disfrute de la impronta e incluso la apasionante deriva en tumultuoso vaivén de marejadas imprevistas. Una suerte de adrenalina a modo de adicción cuyas sensaciones parecen trasportarnos lejos.
Sin embargo no consiste en visitar países necesariamente distantes. Quizá consiste en asimilar, practicar y concluir nuestras propias decisiones en la cercanía.


Hay quienes piensan que lo institucional viene a ser un reflejo de lo social y que tenemos lo que nos merecemos. Dicho sofisma  parece intentar sobornar la eterna cuestión  que habla del huevo y la gallina en su orden de aparición.


No obstante, es esta maravillosa diversificación colectiva la que, en el transido mundo, revela a modo de denuncia, alzando manos o confrontando pareceres, propuestas destinadas a la justicia social como fuente de inspiración y convivencia pacífica, donde el vicio, engaño o tergiversación de la verdad no tengan cabida. Podríamos llamarla esperanza.


¿Qué hacemos con ella?


A vuela pluma, esperanza viene a decir deseo de un futuro mejor. También es nombre de mujer.
La mitología griega ya hablaba, en acto del dios supremo, de la esperanza, cuando a Pandora – la primera mujer creada por Hefesto - , le fue entregada por parte de Zeus la ´pithos´ (tinaja ovalada) donde se escondían todos los males del mundo en venganza hacia Prometeo. Pandora, en un alarde de curiosidad la abrió y todos los males salieron. Solo permaneció en su fondo Elpis, el espíritu de la Esperanza. La misma que en nuestros días sustenta al pueblo heleno, origen de nuestra cultura.


De procedencia latina “sperans/spero” – esperar, la Sperantia romana nos anticipaba un concepto bien adaptado a la perentoria necesidad actual.


Trabajar en una misma dirección crea de manera irremediable la conciencia de colectivo. Y somos los ciudadanos a quienes nos compete llamar la atención sobre la obstinación del abandono. Una realidad que desafortunadamente hoy día se extiende sobre áreas vitales e irremisiblemente vinculantes a nuestro devenir cotidiano y que no propicia precisamente aquel punto de encuentro y reunión a través del que seguir mejorando nuestra sociedad.


Las metáforas, como forma de expresión, sirven para establecer comparaciones de situaciones cuyo paralelismo hacen más comprensible nuestro aserto, y a veces llegan a establecer que así como lo pequeño es a lo grande, lo de afuera es a lo de dentro.


Es por eso que lo explicito acuna lo implícito. Y si no somos capaces de ver  el todo en las señales, probablemente estemos dejando pasar la oportunidad de reunirnos frente a la esperanza y reclamar que tanto el presente como el futuro inmediato requieren aquella plaza, ágora de discusión, donde la re-unión fomente la unidad en diversidad frente a la separación.


Al fin y al cabo somos seres humanos. Aunque diferentes, comunes. Seres únicos que reposamos en una misma naturaleza cuyas necesidades podrían resumirse en pocas palabras: vivir en y con dignidad.


Esa dignidad vilipendiada en muchos casos en aras de espurios intereses particulares, como descomposición de la justicia, avoca necesariamente a las lamentables noticias a las que hacíamos referencia.


Una sociedad se construye en acercamiento de pareceres a través de la aplicación honorable de las ´reglas del juego´. No se puede pretender que el lago mantenga su superficie cristalina, cuando las piedras, arrojadas en su superficie, desfiguran la imagen.
Hoy se hace,  más que nunca, necesario el cambio de conciencia.
La colaboración frente a la competitividad no es utopía. Quizá sea la competencia, tan de moda, el origen de la separación. Aserto, por otro lado, un tanto aventurado en los días que corren, donde parece que lo que prima es todo lo contrario.


Revitalizar la esperanza. Defender el futuro en el presente. Comprender que en la precariedad se encierra el poder de la voz que reclama la equidad y bienestar como inicio de un nuevo ciclo, necesario más que posible, propiciando así el movimiento hacia su objetivo.


Es por ello que los símbolos pasan a formar parte del ideario y recordatorio de qué está pasando para transformarlo.


Es por ello que los mensajes en multitud de ocasiones ofrecen el sentido y presencia necesaria para no quedarse estacionado en la oscuridad obviando la idea planteada, construida y ejecutada para el decoro de un espacio común de obligado mantenimiento por quien a través de las infraestructuras establecidas deben acometer las obras y servicios que reclama la comunidad.
Reivindicar y defender la esperanza frente al abandono recuerda la afirmativa que daba título al presente esquivando al desengaño, perviviendo en el variado espectro de sonrisas que debería presidir nuestros días.


Esos días que tendrían que ser vinculados a  la confluencia, a la cooperación y sobre todo a la memoria reciente de desespero que constituye la actualidad, en la que a fuerza de noticiar una vez más lo consabido, casi es preferible acudir a aquella metáfora frente a tanta deslucida situación.
Defender la esperanza es casi obligado en el trato diario, en la solidaridad, y sobre todo en la comprensión de que la dignidad de las personas no pasa por la falta de recursos. Antes bien, pasa por la equitativa actuación de los órganos que suministran y cacarean los principios de la ética como modus operandi y que deberían ser el ejemplo de la comunidad.


Será que la  ´Elpis´ espera en el cajón con la curiosidad como vigilante para salir del armario en el momento oportuno. Será que solo queda la esperanza. Será que la esperanza no tiene vuelta atrás porque sabe que es el recurso final en el que se confía. ¡Será!.

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