Mientras el alma me suene

Publicado: 24/07/2015
La creación, por supuesto y lo que es de Dios, habrá que pedirle cuentas a los hombres
Hace un tiempo tuve la oportunidad de entablar un diálogo con un amigo, en el cual  y con amplitud, disertábamos sobre la influencia de la cultura en la sociedad y en la educación de las nuevas generaciones.


A cuenta de aquel ya menos mareado botellón, aludíamos a la peligrosa adicción al ocio sin objetivos por parte de un gran sector de la población, llegando a un punto de acuerdo en nuestro diálogo: el grave vacío cultural existente, la falta de oferta educativa y la tergiversación de los valores y su finalidad en la cultura.


Invadidos de “pandereta” y cotilleos sobre la vida privada, mi amigo y yo acordamos en nuestra conversación que, quizás, debería ser punible y censurable proyectar y divulgar, a una sociedad ávida de calidad, tantísima basura. Menos aún en los medios de comunicación, ya sean  públicos o privados, cuyo fin es mantener entretenido al personal, contrariamente a las variadas alternativas eclipsadas por el vil metal que, hoy más que nunca, ponen en jaque/mate hasta la propia higiene mental de las personas.


¿Qué opciones tienen los jóvenes de introducirse en el riquísimo muestrario musical existente, nacional sin ir más lejos, aún incluso a espaldas de la oficialidad ignorante de los mismos?
¿Qué valor tienen para la juventud la danza, el teatro, la pintura y todas las denominadas Bellas Artes, eclipsadas y vapuleadas en sus valores esenciales por aquello que se vende?
Ya lo decía alguien: “…al César lo que es del César y a Dios...”Aplicando ésta frase con suma prudencia, conveníamos ambos dialogantes - para no dejar ningún tiesto sin regar -  que a Dios como parte espiritual, hay que darle ese fragmento del alma personal e intransferible que cada uno de los seres humanos posee en forma de agua cristalina.


Alimentar a través de la cultura y el arte las capacidades innatas de las personas, independientemente de su rentabilidad, que la tiene, es obligación de quienes vinculan a su cargo la labor, el pensamiento y la responsabilidad en áreas de este calado.


La rentabilidad de la cultura es el coeficiente más significativo y vital que permite a una sociedad enriquecerse y avanzar. Sus resultados se enmarcan en el tiempo a través de generaciones pero, sobre todo, mediante el incentivo de aquellas inquietudes cuyo ocio, bien entendido, es paralelo a la creación y el desarrollo personal.


Ahora bien, si quisiéramos - que no lo queremos - que el ciudadano sea una mera pieza del engranaje, como en la famosa y siempre vigente obra de Pink Floyd, El Muro, o en aquella otra obra maestra de Charles Chaplin, Tiempos Modernos, vamos por buen camino.


Curioso. Ya entonces, Chaplin, criticaba el automatismo del ser humano insertado en una industria cuyo único objetivo era la productividad, alienando cualquier posibilidad de progreso intelectual y preocupado solo por la mera subsistencia.


El trabajo, sí. El ocio, también. La creación, por supuesto y lo que es de Dios, habrá que pedirle cuentas a los hombres, sobre todo a aquellos que parecen hablar en su nombre y dibujan mapas que atomizan las conciencias de lo bello y profundamente necesario, como es el desarrollo cultural de un pueblo en su vertiente Universal, abierto al riquísimo cauce de agua inagotable, aún en tiempos de escasez que, de forma subterránea, sigue manando.


- Tan solo hace falta, resumió mi amigo, que los residuos presupuestarios adjudicados a las delegaciones de cultura, se conviertan en los primeros de las listas dentro de la necesaria gestión social.


Entre el marasmo que, a veces, resulta la llamada actividad cultural de una ciudad, se salvan quienes rompen su camisa y por encima de factores ajenos a la creación, son los verdaderos hacedores de cultura.  Son esa persona, a quienes con nombres y apellidos o de forma anónima, hemos de agradecer que ésta siga viva.


El horizonte de aquéllos es un diálogo constante. Su realidad un vivir para el que nacen y su gloria, dejar al mundo el testimonio claro de lo que son y han sido capaces de hacer, al punto de decir: “VIVIRÉ MIENTRAS EL ALMA ME SUENE” Mi amigo se llama José Nebot. Su creación: Aeropuerto Jazz Café. Su sello, Calidad. Su producción… Libre.

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