El premio que no se toca pero que se ve

Publicado: 11/04/2013
Déjenos la suerte de matar de lado, toreemos de salón, cojamos un capote y hagamos chicuelinas de ensueño, imaginémonos en nuestros oídos, un pasodoble eterno, una plaza que espera, y un torero que sabe lo que quiere y como conseguirlo…
Déjenos la suerte de matar de lado, toreemos de salón, cojamos un capote y hagamos chicuelinas de ensueño, imaginémonos en nuestros oídos, un pasodoble eterno, una plaza que espera, y un torero que sabe lo que quiere y como conseguirlo… Y tras esto, pongamos nombre al matador. Quizás tengan en su cabeza ahora mismo varios nombres, pero en el de Sevilla, creo que sólo hay uno, Lama de Góngora.

Ser torero implica tres cosas importantísimas: Querer, poder y saber, o lo que es lo mismo: Ganas, valentía, y maneras. Con las ganas se consiguen grandes cosas, la más importante, el creerte capaz y ser valedor de lo que vas a transmitir. Con la valentía, el triunfo, a veces, llega a estar casi asegurado. Y con las maneras se conciben las ganas y la valentía, en tu propia forma de torear.

Si bien la segunda de abono reunió en un solo nombre estas tres cosas. El torero que busca a Sevilla, de maneras, ganas y poderío, y la Sevilla que lo espera, empujándole y dándose cuenta del garbo, los detalles y la torería. Las faenas eran de orejas.  Dibujó naturales y verónicas de compás acentuado. La muleta en manos bajas parecía pararse en el tiempo. El novillo repetía y la música que sonó para dar la clase a las cosas, como le gusta a la Maestranza. El premio estaba a punto de caramelo, se notaba, se palpaba, sólo faltaba empuñar el frío acero y, como ya hiciera el pasado verano, comenzar a soñar… Quizás, los pañuelos no llegaron a salir. La suerte de matar se cebó con él en ambos novillos y le privó de un premio que no llegó a tocar, pero que Sevilla si lo vio en Lama de Góngora.

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