Las instituciones se vuelcan con la celebración del quinto centenario de la primera vuelta al mundo (1519-2019), una gesta que lleva los nombres propios de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano. La Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, la Fundación Unicaja, el Alcázar, el Ayuntamiento de Sevilla, la Junta de Andalucía... y la Universidad de Sevilla. Precisamente, la editorial universitaria edita este año dos libros en los que esta hazaña es o protagonista principal o un secundario de primer nivel, explica el director José Beltrán. En el primer caso, el de protagonista, se enmarca ‘Magallanes y Sevilla’, obra coordinada por la catedrática de Historia de América Enriqueta Vila y en la que han participado Rui Manuel Loureiro, Juan Gil, Salvador Bernabéu, Manuel Ravina y Pablo E. Pérez Mallaína.
Pérez Mallaína ofrece en ‘Mallaganes y Sevilla’ un aperitivo de la que será la otra gran obra que editará este año la editorial de la Universidad de Sevilla: un libro de 800 páginas sobre las Atarazanas de Sevilla. Un recorrido exhaustivo por el origen, pasado y presente de esta peculiar edificación, en la que el viaje de Magallanes y Elcano también dejó su huella.
En el capítulo ‘Las Atarazanas de Sevilla y el océano Atlántico’, Pérez Mallaína explica que esta construcción ha llegado hasta nuestros días gracias, en buena medida, a la existencia de Cristóbal Colón, Magallanes y Elcano. Tras el declive de las Atarazanas como astilleros para la construcción de galeras, “si el destino no hubiera acudido en forma de un navegante genovés, tal vez caer la piqueta hubiera sido el triste destino de las Atarazanas. Seguramente, los sevillanos de entonces no hubieran protestado”.
A partir de entonces, este espacio es utilizado como almacén de un tráfico comercial que se “presumía brillante”. Sobre si se llegó a usar parte de las Atarazanas como almacén para preparar la circunnavegación de la tierra, “no tenemos una prueba documental que certifique tal circunstancia, pero es muy probable que así ocurriese”, señala Pérez Mallaína.
Fueron los comerciantes extranjeros, de hecho, los que coparon la mayor parte de los espacios de las Atarazanas para almacenar las mercancías “que iban y venían de las Indias”, contribuyendo así a conservar “aquel viejo edificio que con el paso del tiempo necesitaba mayores reparaciones”, sostiene el catedrático de Historia de América de la Universidad de Sevilla.
Curiosamente, los comerciantes, sobre todo flamencos, encontraron otra manera de mejorar y revalorizar aquellos astilleros reconvertidos en almacenes: construir viviendas en el interior. Fue entonces cuando se elevó el nivel del suelo a base de traer “carretadas de tierra que se apisonarían, levantando la cota del edificio varios metros” y dándole a éste su aspecto actual “algo achaparrado” y resguardando las valiosas mercancías de las riadas del Guadalquivir.
Noble prisión y Juego de tronos
El término atarazana tiene su origen en el árabe adar-assan’a o casa de la industria y responde, según explica Pérez Mallaína, a la misma etimología que dársena o arsenal. Fue el Rey Sabio el que dotó a estas instalaciones de seis hectáreas de terreno, que la convirtieron en una de las mayores instalaciones de este tipo en toda Europa.
Superior, incluso, al potente arsenal de Venecia. Gracias a este potencial, las Atarazanas fueron el corazón de la industria naval de la segunda mitad del siglo XIII. A mediados del siglo XIV, bajo sus techos había 35 galeras que, poco tiempo después, lograron “imponerse y establecer el control efectivo del Estrecho de Gibraltar”, contribuyendo a “asegurar una vital ruta marítima entre el Mediterráneo y el Atlántico”.
Ya en tiempos de los reyes Pedro I y Enrique II, las Atarazanas pasaron a tener un uso menos romántico. Se convirtieron en celdas para nobles y plebeyos. Una crueldad que contrasta con los “espectaculares festejos vistos en la ciudad, llenos de color, de belleza y de alegría”.
Se realizaban en la explanada conocida como la Resolana del río. Había juegos de caña, torneos y corridas, muy corrientes en aquella época para celebrar acontencimientos festivos, como la visita de los Reyes o casamientos entre los miembros de la realeza. Entre los usos que han tenido las Atarazanas destaca ser escenario incluso de la serie televisiva Juego de Tronos.